Con la celebración el pasado domingo 26 de mayo de las elecciones municipales, europeas y autonómicas en España se ha puesto fin a un asfixiante y cansino ciclo electoral, culminado con la victoria del Partido Socialista del Presidente Pedro Sánchez en las generales, con la derrota inapelable de los conservadores clásicos (PP) salvada parcialmente con los Gobiernos de Madrid y Comunidad de Madrid, el “quiero pero no puedo” de la nueva derecha disfrazada de liberalismo (Ciudadanos) y el evidente declive de la izquierda (Podemos) fruto de sus sistemáticas luchas intestinas, su eterna fragmentación y una gestión de gobierno desigual en los lugares en los que gobernaba en solitario o en coalición.

Las dos Españas y el nuevo sistema de partidos (matizado)

Aunque a simple vista de los resultados parezca que el voto de los españoles ha cambiado, en realidad -ideológicamente- no lo ha hecho –tanto- desde las últimas tres décadas. Por ejemplo, el resultado entre izquierda y derecha (computando cierta parte del nacionalismo) se ha mantenido en porcentajes similares desde al año 96 con Aznar (47%-46%), pasando por el año 2008 de Zapatero (48%-45%) o el actual (46%-44%). La lógica de las “dos Españas” (fruto de la Guerra Civil previa al fascismo) es inmutable, la progresista y la conservadora, con nuevos consensos sociales, pero con la misma dinámica de voto. Es decir, la competición inter-bloque sigue prácticamente intacta, siendo la intra-bloque la que ha generado un nuevo sistema de partidos y el sistema electoral D´Hondt (el que transforma votos en escaños) el que ha construido mayorías. Por el lado izquierdo, el nacimiento de Podemos (que después de proclamar su asalto a los cielos, y por sus propios errores, solo le queda ser muleta del PSOE); y por el derecho Ciudadanos (nueva derecha) y Vox (ultraderecha), frenados en sus ansias de sorpassar al Partido Popular. El resultado de los naranjas en las europeas ha sido un gran fiasco para Albert Rivera, que ya se resigna en su posición subsidiaria.

Y es que, aunque es obvio que los partidos en competición a nivel estatal son más y el bipartidismo ya no responde a esta nueva sociedad, los nuevos partidos han envejecido muy rápido y la vieja izquierda (PSOE, aunque también ERC, BNG o EH Bildu) ha logrado sobreponerse. Este hecho nos debe hacer reflexionar: los partidos políticos fuertes y capilares, con militantes y no con simples ciberactivistas, siguen siendo necesarios frente a la democracia líquida y a los hiperliderazgos que otros proponen.  No es una condición única para la victoria, pero si necesaria.

La plurinacionalidad es un hecho: que se asuma

Este mapa muestra el resultado de las elecciones europeas, con una clara victoria del PSOE de Pedro Sánchez excepto en Cataluña y Euskadi: en estos territorios vencen claramente los partidos nacionalistas (de centro-derecha o de izquierda), soberanistas o explícitamente independentistas. En Euskadi, con porcentajes próximos al 60%, ocupando la primera y segunda posición. En Catalunya, con la victoria de Carles Puigdemont, fugado para unos y exiliado para otros. Esto tiene una única lectura: países distintos, que se sienten distinto y que votan distinto. Los porcentajes de los unionistas duros (PP-C´s y Vox) son irrisorios. Y la pregunta es, ¿cómo resolver la permanente crisis territorial que vive España, en donde dos naciones, elección tras elección, muestran una voluntad totalmente distinta?

La respuesta también parece sencilla. Reconocimiento constitucional, más allá de las retóricas folcloristas, de un hecho incontestable: que España es plurinacional.  Ya se intentó en el año 1978 con el artículo 2, garantizando el derecho a la autonomía de las distintas “nacionalidades” y regiones, quedando muy diluido con el llamado café para todos y su ejecución siempre dependiente de la necesidad del voto de vascos y catalanes en Madrid. El ejecutivo socialista de Pedro Sánchez debería tener valentía y abrir un profundo debate de modernización del Estado, independientemente de las mayorías necesarias para una reforma de tal calibre, ya sabemos: la sociedad siempre acaba empujando a los partidos. Además del cambio en la Jefatura del Estado, la federalización de España es más necesaria que nunca, pero no trasladándolo solamente al tema cultural (ritual o lingüístico) o al de la descentralización político-administrativa, sino mucho más allá. Libre voluntad de las naciones (federal, foedus, significa pacto), subsidiaridad de las leyes en según qué territorio, modelos recaudatorios apegados a las realidades nacionales, prestación de servicios públicos distintos (¿cómo puede ser lo mismo la Galicia rural que el Madrid urbano?) y un largo etcétera. Es decir, una federalización según los manuales de Ciencia Política. La crisis en Catalunya es un ejemplo de como con represión no haces que las personas cambien su sentimiento. El diálogo y la voluntad política de cambio son siempre la mejor arma para salir de este corral nublado, como decía Máximo Estrella refiriéndose a España, álter ego de Valle-Inclán en Luces de Bohemia.

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