¿Es el de Lenin Moreno Garcés el peor gobierno de la historia republicana del Ecuador, como piensa y cree la mayoría de ecuatorianos? ¿Es, así mismo, el presidente con menos credibilidad y prestigio; sin méritos para ejercer la conducción y administración del estado y por eso debería dejar el cargo? Se podría entender, en lo que pasa actualmente, algo así como el registro político del fracaso de la democracia y el estado de derecho. De nuestro desengaño como nación.

Porque en el imaginario popular no está la pretensión de mofarse a satisfacción de lo que hagan, el primer mandatario y sus colaboradores o reírse y ridiculizar sus peripatéticas intervenciones públicas con la ironía más acerva. Sería como repetir el mismo comportamiento de siempre, transformado en un lugar común, cuando antes nos enfrentamos a gobiernos y mandatarios mediocres, que los ha habido en buen número, (Arroyo Del Río, Hurtado, Febres Cordero, Bucaram, Mahuad, Gutiérrez) sin atinar a construir alternativas que nos sacaran de las sucesivas postraciones y vergüenzas. En este registro escatológico y en ocasiones atemporal, también tuvieron cabida aquellos momentos de inusuales condicionamientos históricos, ya sin razones utópicas o ilusorias porque más pudieron las desgracias del presente.

‘No es tiempo de adjetivar’ -dicen algunos. Porque la situación del país es crítica al mismo tiempo que dolorosa, concebido, además, este momento como el arrebato de lo cínico. La política actual y su ejercicio están dominados por la deshonestidad, la procacidad y el impudor. Casi como un crepúsculo sin horizonte, ‘un atardecer sin búho de Minerva que intente levantar vuelo hacia un nuevo conjunto de ideales que sustituyan aquellos inevitablemente derruidos’. (E. Grüner)

Bajo la lógica de la dominación y el entreguismo este domingo 24 de mayo el gobierno de Moreno, junto a banqueros y empresarios, cumple 3 años de ejercicio del poder sumido en un estado de decadencia y de corrupción pocas veces visto. Habiendo inaugurado la ‘política excrementicia’ pudo pactar, además, con Bucaram, Creo y el PSC de Nebot, con algunos factores adicionales: el sometimiento al pensamiento reaccionario del imperio, el endeudamiento abultado, la desinstitucionalización del país y la subordinación absoluta al FMI y sus recetarios que se expresa en las leyes que el ejecutivo envió cada vez a la Asamblea Nacional.

Para exponerlo de manera más coloquial: ‘algo le crepita en la sangre al presidente Moreno’ que le ha convertido en un ser sin miramientos y sin principios. Y eso solo puede ser atribuible a su propia naturaleza, a su forma de ser y concebir el mundo de la vida. ¿Por qué Lenin Moreno fue designado como el candidato de una agrupación que se presentó como la opción postergada de la izquierda, o al menos del progresismo durante 10 años? ¿Más pudieron el apuro o el electoralismo?

Moreno es el arquetipo del político advenedizo y calculador, de la visión estática y la minuciosidad obsesiva por el poder y el acomodo que, como los déspotas, ya no encuentra obstáculos para ejercer su control omnisciente sobre los súbditos. Aquel postulado inicial de la era morenista de la cirugía mayor contra la corrupción, termina transformado en una afirmación mediocre y retrógrada, de baja estopa que ha servido para volver a legitimar las urgencias económicas de las clases poderosas de este país.

La historia del Ecuador, con hechos de indudable relevancia (la Revolución Liberal, la Revolución Juliana, la Gloriosa, etc.) y de seres de gran inteligencia y sensibilidad, también ha tenido otros de desaliento y de retrocesos o reveses frente a los cuales, sus ciudadanos han sabido reaccionar para valerse de la gran ‘reserva imaginaria y moral’ y entender la posibilidad de ‘una patria cultural’ distinta, nueva. No obstante, no disminuyó el tráfago de oscilar entre la tibieza política, el ardor revolucionario o el inconformismo. Son las ‘líneas ideológicas’ de nuestros procesos históricos y políticos que trazaron una extraña estela de discontinuidades o de repeticiones/equivocaciones, que atentaron contra las formas de organización popular y las posteriores formas de representación imbuidas de cierto ‘darwinismo social’ y también de ‘atonía ciudadana’.

La crisis de discursividad política en la que ha sido puesta la política del país, tiene la particularidad de que afecta de manera directa  y puntual a sus ciudadanos, en cuanto a sus seguridades mínimas en materia de protección, salud, educación, empleo y calidad de vida. Porque el rol del Estado no puede medirse -ni entenderse- desde su pura eficacia técnica bajo el axioma absurdo de que su reducción redundaría directamente en crecimiento y desarrollo, como quiere la derecha y esa ‘izquierda’ embustera que siempre le hizo el juego.

Merece una referencia particular, el vaciamiento discursivo y el aparente derrumbe del pensamiento crítico. Porque quienes tendrían la obligación de expresarlo: dirigentes políticos, periodistas y comunicadores progresistas, intelectuales y académicos, -con las consabidas excepciones- haciendo un panegírico de corte patético, algunos apelaron a la pura ‘racionalidad instrumental’, por aquello de los ‘reflejos ideológicos’ en la determinación de la forma social, como alguna ocasión señaló Engels, para justificar un enfermizo anticorreismo que les convirtió en castos espectadores del estallido neoliberal provocado por el ‘inesperado’ y mañoso giro de Moreno. Y la forma, por ejemplo el problema del Estado, nunca puede ser pelo de cochino.

Asimiladas a las supuestas hipóstasis heroicas de la recuperación de la democracia y la institucionalidad, las clases dominantes y los poderes fácticos alteraron sucesivamente los hechos y el sentido de los acontecimientos para definir las nuevas reglas del juego con las cuales el Ecuador entró de lleno a la era de la extinción de la democracia y el estado de derecho. Y esas reglas -el siete veces sí- se impusieron desde la consulta popular y el trabajo maloliente del Consejo de Participación Ciudadana transitorio de Julio César Trujillo, que auspició el renacimiento de un orden neoliberal para fijar los lugares de pertenencia al amparo de sus leyes, que nunca más deberán ser cuestionadas porque tenían, desde el comienzo, el timbre inconfundible de la ‘fe y el progreso’.

En estos momentos de crisis sanitaria y de pandemia, de paquetazos económicos, de profundización de la concentración en manos de los que ya lo tienen, de fuga de capitales y de diarias traiciones, habría que entender lo que Marx y Engels escribieron en La ideología Alemana, cuando expresaron que “la primera premisa de toda existencia humana y también, por tanto, de toda historia, es que los hombres se hallen para ‘hacer historia’, en condiciones de poder vivir. Ahora bien, para vivir hace falta comer, beber, alojarse bajo un techo, vestirse y algunas cosas más, El primer hecho histórico es, por consiguiente, la producción de los medios indispensables para la satisfacción de estas necesidades, es decir, la producción de la vida material misma, y no cabe duda de que éste es un hecho histórico, una condición fundamental de toda historia, que lo mismo hoy que hace mil años, necesita cumplirse todos los días y a todas horas, simplemente para asegurar la vida de los hombres”. (Carlos Marx-Federico Engels, La ideología alemana, trad. de Wenceslao Roces, Ediciones Pueblos Unidos, Montevideo, 1959, p. 27)

En todo caso, con las lecciones duramente aprendidas, importa para la nación y el país la intención fundamental de construir, desde este mismo momento, con todas las herramientas democráticas y constitucionales, un ‘bloque histórico’ -como lo expresó Gramsci- que ‘en circunstancias concretas de tiempo y desarrollo, significa la confluencia de todas las fuerzas interesadas en una modificación social que vaya más allá de las meras apariencias’ (H. P. Agosti 1979).

Sin dudas, el de Lenin Moreno es el gobierno más funesto y desastroso de nuestra historia, que sella su participación negativa en la vida política e institucional del Ecuador cuando acaba de expulsar a los trabajadores del aparato productivo, cuando se concretan despidos masivos y se debilita la protección social, se reduce el salario real para empleados públicos y privados, mientras protege a los ricos y poderosos para preservar los capitales de los grandes empresarios y banqueros.

Por Editor