1.

En un ambiente político tan confuso, plagado de malas intenciones, dobleces y una complicidad mediática evidente, el informe de Moreno es apenas la constatación de que el Ecuador tiene un presidente ensimismado. Solo así se entiende su sigilosa relación con determinados actores, sobre todo con las élites criollas (¡las que cocinan las decisiones neurálgicas del régimen en materia económica!) y que nos dejan ver también sus secretitos locales y regionales, dentro del país, cuando apuestan por conservar su predominio más allá de lo que dicta nuestro singular juego democrático.

Obviamente Moreno no es inocente. Su ensimismamiento, protervamente manoseado por sus asesores, lo delata. Se declara culpable cada vez que abre la boca con texto o sin texto en el teleprompter. Pero el domingo 24 de mayo se pasó de vivo. Al referir las prioridades de su último año de gobierno dejó en paños menores su rencor, su seso artero y su nulidad emocional. ¡Moreno no es inocente de nada!

Mucha gente cree que con decir que el presidente es un traidor se acaba la cosa. Mentira. Su tercera pieza discursiva en la Asamblea Nacional nos lo muestra como un villano que se solaza de su obra maestra: engañar tenazmente. Así, apadrinando con disimulo el fingido caos político general quiere hacernos creer, por ejemplo, que la pandemia es la cereza del pastel de una crisis que “heredó”. No obstante, es una crisis que su gestión, toda su gestión, comenzó a bordar el mismo día que tomó las riendas del Ejecutivo. Una crisis creada, por sus aliados, para condicionar sí o sí el reclutamiento absoluto del país al Fondo Monetario Internacional. Ergo, la pandemia lo que hizo -hace- es facilitarle al villano coludir con sus secuaces un ajuste económico que en otras circunstancias hubiera sido impensable. ¿Por qué?

El trauma que dejó en los sectores oligárquicos las protestas de octubre de 2019 y el ensayo de autoritarismo que exhibió el morenato en las calles con muertos, heridos, encarcelados, perseguidos, desaparecidos, golpeados y un largo etcétera de abusos, son la evidencia de que para esos grupos la democracia se enferma cuando su esencia social más honda brota para exigir lo que le corresponde por historia y por decoro.

Y Moreno corroboró su desprecio por el pueblo el domingo pasado. Sus parrafadas, mal leídas y destempladas, nunca rindieron tributo a la gente que protestó -murió, sufrió, ofrendó, lloró- en octubre de 2019, ni valoró la razón de ser de miles de ciudadan@s en las calles. Es más, tampoco expresó ningún respeto por quienes desde marzo de 2020 han muerto por la pandemia del covid-19 que su gobierno ha encarado con dejadez y sin alma. Se contentó con el minuto de silencio que otro tránsfuga de la política ofreció para guardar las apariencias de una Asamblea boba pero servil. Por el contrario, lleno de rusticidad verbal, agradeció a quienes reprimen y violentan pero que a él lo custodian, protegen y solapan: policías y militares.

El perfil de un régimen autoritario, sin liderazgo, pero completamente autoritario, señala más que una coyuntura de crisis económica y sanitaria; señala, digo, un retrato hablado de la putrefacción que tanto se endilga a otros pero que a los jefes altos y medianos les babea en sus propios trapos sucios. De esa manera aprobaron las dos últimas leyes, como la mafia que advierte la muerte en la víspera.

2.

Un informe de labores oficial debe, por lo menos, narrar lo que se ha hecho para bien de los gobernados. Pero todo lo que dijo, la parte dura y concreta, fue para mal de los mandantes y para bien de los grupos que hoy mismo no saben cómo afrontar el inminente proceso electoral; porque la pandemia sacudió sus cartas marcadas.

¿Qué es gobernar en sencillo? Demostrar que un Estado da cauce a lo social. Entregar el trabajo político desde el gobierno a las mayorías que confían su conducción. Algunos dicen que no hay presidente. Otros dicen que no hay gobierno. Por supuesto que hay presidente y hay gobierno. Solo que éstos hoy, nuevamente, han restituido el Estado a quienes nunca entenderán ni asumirán la diferencia entre lo público y lo privado. Y, además, nos han devuelto al estéril debate de ‘menos estado’ y ‘más firmas privadas’. Eso se ve ya en los tempranos aspirantes a compradores del Tren o Correos del Ecuador. En el fondo, transan negocios, o sea, privatizan. Y lo peor: se pretende sacar de la memoria la simbólica de dos distintivos de la vida nacional: el ferrocarril y la cartas y epístolas de la historia social de las personas.

Es el legado de los tres años de Moreno: esfumar lo que tanto les ha costado a los ecuatorianos: fundar una patria a pesar de los manotazos de los oligarcas y sus empleadillos.

Gracias a la intervención de un gobernante laxo, el país se parece al del siglo pasado: lento, abatido, arisco, lacrimógeno; pero con un impresionante volcán íntimo; un volcán que se llama dignidad y resistencia.

Por Editor