Por Rodrigo Rangles Lara
El todopoderoso imperio norteamericano afronta un irreversible proceso decadente en su sistema económico, social y político, por culpa de inhumanos gobernantes neoliberales, agentes operacionales de poderes fácticos que, en su voraz apetito de dominar el mundo, destruyeron valores y principios fundacionales de su propia nación.
Cada vez está más claro que el publicitado “sueño americano” tiende a esfumarse para una inmensa cantidad de hijos del águila imperial, víctimas de un sistema inequitativo, donde, apenas el 10 por ciento de los hogares más ricos, acumula casi el 70 por ciento de toda la riqueza nacional.
Según la Reserva Federal de los Estados Unidos, ese mismo 10 por ciento posee activos inmobiliarios, inversiones y demás bienes calculados en 123 billones de dólares y, durante la pandemia, ese inconmensurable patrimonio creció en cuatro billones más.
Esa misma fuente dice que el uno por ciento de las familias más ricas son dueñas de acciones y fondos de empresas afincadas en territorio norteamericano, por un valor cercano al 53 por ciento de todo el mercado nacional, frente al ínfimo 0.6 por ciento que posee la mitad de los hogares gringos.
The Wall Street Journal, por su parte, denuncia que ese uno por ciento más rico no declara el 21 por ciento de sus ingresos, utilizando maniobras truculentas de diferente índole, incluyendo cuentas secretas en los paraísos fiscales, perjudicando al erario nacional y afectando al presupuesto estatal, ahora en serios aprietos económicos para cubrir crecientes demandas internas y externas.
La Oficina de Presupuesto del Congreso consideró que el aumento de gastos del prsidente Joe Biden, para enfrentar la pandemia, lleva al país a “una peligrosa situación financiera”; pues afrontó, al cerrar 2021, un déficit de mil 300 billones de dólares.
La pandemia, sumada a la crisis energética y atascos en las cadenas de suministros, determinó una elevación en los precios de bienes y servicios, afectando las condiciones de vida de la población que – según la misma Reserva Federal – soporta un 6.8 por ciento de inflación, la más alta registrada en 40 años y, lo más grave, “No es transitoria”, por tanto, temen “un recalentamiento de la economía”.
En esas circunstancias, Biden se apresuró a liberar 50 millones de barriles de petróleo, de las “reservas estratégicas”, con el fin de contrarrestar la política de los países miembros de la OPEP y frenar el aumento del precio de los combustibles, uno de los factores del alto impacto en el creciente costo de la vida, en Estados Unidos.
Hace media centuria, el entonces presidente Lindon B. Jhonson declaró “una guerra incondicional contra la pobreza, en Estados Unidos”; guerra irremediablemente perdida a la luz de estadísticas de la Oficina del Censo que, al cerrar 2020, registró cuarenta y tres millones de indigentes, con el dramático añadido de nuevos 14 millones de desempleados, seguros candidatos a engrosar ese enorme ejército de pobres.
La ausencia crónica de fuentes de trabajo obedece, en gran medida, al traslado de capitales e industrias hacia países con mano de obra barata, que les ha permitido competir exitosamente en el mercado mundial, al costo de desmantelar la estructura productiva local, con serias consecuencias en la economía nacional, el desempleo y el lógico incremento de la pobreza.
La descomposición moral de la sociedad norteamericana, producto de la pobreza, el desempleo, falta de oportunidades y las guerras de expansión, se refleja en la existencia de 27 millones de adictos a la heroína, una cantidad similar a otras drogas, 67 millones de alcohólicos y un incuantificable número de lupanares, eje de una floreciente industria sexual.
El Cirujano General de la Nación sobre alcohol, drogas y salud, Viveck Murphy, revela que el 40 por ciento de adictos o alcohólicos sufre de desórdenes mentales y, de mantener la tendencia de crecimiento actual – especialmente entre la juventud y las mujeres – uno de cada siete norteamericanos enfrentará problemas de adicción, situación dramática porque, además, cada 19 minutos muere una persona por sobredosis de heroína.
Todo apunta a pensar que no solamente alcohólicos y drogadictos sufren desórdenes mentales, porque en opinión de David Brooks, articulista del New York Times, “Estados Unidos se está desmoronando” debido al incremento descontrolado de odio, hostilidad, ira, pérdida de solidaridad, formas antisociales o autodestructivas y miedo enfermizo en una sociedad que “se está autodisolviendo tanto de abajo hacia arriba, como viceversa”.
¿Qué demonios está pasado? Se pregunta al mostrarse alarmado debido al aumento de suicidios, delitos de odio a negros, asesinatos y violencia generalizada, incluso en ámbitos escolares, donde – como se conoce – hubo masacres con armas de fuego fácilmente adquiridas en el mercado. Un contrariado Brooks reveló que, sólo en enero de 2021, se vendieron más de dos millones de esos artefactos.
La industria bélica, las drogas y el comercio sexual constituyen emporios generadores de fortunas astronómicas y, al mismo tiempo, propician violencia, lavado de dinero y corrupción. La Oficina de las Naciones Unidas, contra la droga y el delito, sostiene que cada kilo de cocaína comercializado en Estados Unidos – el principal consumidor del planeta – se vende en 27 mil dólares. En el 2020 – según esa oficina – los alcaloides movieron 100 mil millones de dólares, en el territorio norteño.
En medio de esta increíble danza de capitales, resulta paradójico conocer que, la otrora primera potencia económica mundial, afronta penurias frente a la imposibilidad de pagar su deuda externa, calculada en la bicoca de 28 billones de dólares, equivalente a un 175 por ciento de su Producto Interno Bruto, lo cual le convierte en un país técnicamente quebrado.
Carece también de dinero para pagar la enorme deuda social a su pueblo, corre peligro de caer en default ante la impagable deuda eterna; no obstante, el año pasado, Estados Unidos dedicó más de un billón de dólares en su desenfrenada carrera armamentista, con el ánimo de mantener la hegemonía militar, única garantía de continuar su dominio imperial, porque está consciente que China, hace rato, le reemplazó en el liderazgo económico del mundo y Rusia se le adelantó en el desarrollo de tecnología hipersónica bélica.
Se debe tomar en cuenta que Washington, además, derrocha ingentes partidas presupuestarias para mantener más de mil bases militares alrededor del planeta, ejecutar operaciones secretas a cargo de agencias de inteligencia, propias o aliadas; guerras sicológicas de dominio, con su poderoso sistema mediático mundial; bloqueos genocidas, compras de conciencias y, un sin fin de actividades conducentes a imponer su “democracia” neoliberal.
Se trata, entonces, de un belicoso país que considera demócratas a dictaduras sangrientas y, cataloga de autócratas, a gobiernos elegidos democráticamente; nombra presidentes al estilo del caricaturesco delincuente venezolano Juan Guaidó o dice defender la libertad de expresión persiguiendo a periodistas que revelan crueles verdades y crímenes sin sentido, como a Julián Assange.
Es el mismo país que se niega a condenar toda glorificación de la ideología Nazi, como evidenció en las Naciones Unidas, el pasado 16 de diciembre; mientras no atina a manejar una crisis política, surgida a partir del intento de golpe de Estado, liderado por el republicano Donald Trump, que desnudó las serias falencias de su tan cacareada “democracia”.
Es de conocimiento público que el multimillonario filo fascista Trump conduce y financia grupos violentos, misóginos, fanáticos racistas del Ku Klux Klan, supremacistas blancos, cabezas rapadas y otros extremistas de derecha a quienes, un sector mediático aliado del ex gobernante, les catalogan como mártires; en tanto, el FBI les considera autores de “un acto de terrorismo interno”.
Estamos, sin duda, frente a una democracia al revés; puesto que, contrariando el pensamiento de Abraham Lincoln sobre “gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo”; los actuales líderes de los poderes fácticos, lo entienden como “un gobierno de los ricos, para los ricos y por los ricos”, destruyendo la esencia de la democracia, con el peligro de desembocar en un Estado fascista, cuyas consecuencias serían fatales a nivel nacional e internacional.
La manifiesta decadencia del imperio, sus evidentes contradicciones internas y la incapacidad de resolver los problemas de la comunidad – en los ámbitos económico, político y social – abren brechas hacia liderazgos de nuevos signos que, aspiramos, cambiarán la esencia depredadora, prepotente y beligerante del hegemón norteamericano y abrirán el camino a la construcción de un país radicalmente diferente.