Por Carol Murillo Ruiz

1.

La cultura política del Ecuador no necesariamente se refleja en lo que piensan per se sus ciudadanos. Por el contrario, se manifiesta y encarna en lo que piensan y hacen sus elites y sus camareros mediáticos. Por eso la expectativa que causó el debate entre los dos candidatos finalistas de la segunda vuelta (Andrés Arauz y Guillermo Lasso) fue una teatralización obligada y casi vana en la percepción de la mayoría y, más aún, en la conciencia colectiva sometida al sentido común del “emprendedor” siempre neoliberal ideológicamente; porque si nos atenemos a lo que dice Lasso cuando intenta -solo intenta- dirigirse a las personas comunes y corrientes (que no vieron ni les interesó el debate) es que carece de todo: empatía, intuición real de la calle, de las lógicas de supervivencia, de las enfermedades crónicas, terminales y pandémicas, de la penuria material que crea la penuria mental, de las esperanzas de los que no tienen más que su vida y sus manos sin ningún oficio, de la pauperización del presente. Lasso ignora lo que no es su cotidianeidad.

Ahora bien, lo que en realidad irradia el banquero no es su falta de solidaridad real con aquello que no conoce ni siente, sino la escasez intelectual y espiritual de una elite política que desde hace más de tres décadas no tiene uno o dos o tres pensadores orgánicos que modernicen un poquito la precariedad discursiva de la derecha.

Tal soledad enmarcada en la filosofía política de los liberales novatos e, incluso, en los exponentes del fascismo verbal, enseña que, sin un pensamiento articulador y renovado de esas derechas expósitas, cualquiera, más allá de Lasso, seguirá siendo parte de un asilo de momias. Por lo tanto, del inveterado regionalismo que ha subyugado nuestra política, los representantes jóvenes de dicha tendencia (digamos un Otto Sonnenholzner) nada tendrán que ofrecer si sus ideas siguen bamboleándose entre el rico que ‘ayuda’ o dona alguito al pobre. Así, cuando habla alguno de ellos: empresario, industrial, comerciante, político, periodista, editor, analista, banquero, exportador, importador, etc., no puede formular algo que rompa los esquemas reaccionarios con los que se ha nutrido la demagogia contra estatal.

Hace pocos meses un ex rector de una universidad quiteña se dio el lujo de repetir, como válidas todavía, las premisas coloniales que hace más de cien años se tenían como verdad sagrada para y contra indígenas, pobres y mujeres. Nadie de la misma ralea del ex rector se erizó ante semejante lengua fosilizada. Más bien varios periodistas del penthouse mediático tomaron esas declaraciones como una muestra de la sinceridad de las elites al examinar la coyuntura que vive el Ecuador.

En este contexto, la parálisis intelectual de la derecha no puede ser mejor expresada que en las seudo propuestas de Guillermo Lasso. Su orfandad en cuanto a asimilar el tiempo histórico es nula como nula es su visión de la sociedad global, justo cuando el mundo supranacional, empujado por la pandemia, revisa los vacíos del capitalismo -muy a su pesar- y hasta los neoliberales verdaderos del primer mundo saben que el planeta y los sistemas políticos de los pequeños estados y las grandes potencias exigen ajustar sus proyectos y constreñir sus arcaicos vicios de expoliación económica.

Pero la vieja y nueva derecha y Lasso no lo comprenden. Están agarrotados en las efigies de la guerra fría y su terror al fantasma del comunismo… ¡¡error!!… pues si somos rigurosos -doctrinariamente- ni siquiera el planteamiento del “socialismo del siglo XXI” fue una hipótesis revolucionaria o un implante ideológico que funcionó o no con apenas enunciarlo. Digámoslo claro: ni Venezuela es socialista.

2.

Por todo lo dicho el debate entre Andrés Arauz y Guillermo Lasso exteriorizó los contrastes entre una derecha anquilosada y sin pensadores frescos (¿quién puede decir que el marketinero Jaime Durán Barba es el intelectual orgánico de las derechas latinoamericanas?), y la gama de propuestas novedosas del progresismo encarnado en Arauz. En consecuencia, la contraposición de dos formas de mirar y entender el Estado, la economía, la sociedad, la moral, la ética y la política (y también la tecnocracia) no es algo que importe a los del penthouse elitista y el poder mediático. ¡Qué va! Y eso se observa en los análisis que se presentaron en los noticieros lassistas y sus invitados. Limitan su lectura a quién ganó o no el debate; a quien fue o no carismático y/o agresivo; o, lo que es peor, se atreven a decir que ¡el formato del programa malogró el debate! Falsedad de falsedades.

Es obvio que muchos queremos una democracia abierta y consolidada por valores que rebasen el lugar común de la libertad sin más. Sin embargo, nuestra cultura política no ha nivelado sus deficiencias frente a las formas sociales de las relaciones de poder, y he allí el resultado: mucha gente detesta la política. No percibe su lugar social y desconoce las luchas del poder en el mismo lugar social.

Ergo un debate de alto nivel necesita cultura política de quienes debaten y de quienes miran y oyen. Y los debatientes, cuando están en desigualdad intelectual, no pueden exponer con soltura y convicción ideas y programas de gobierno. ¿Qué hacía Andrés Arauz frente a un banquero que no entiende el capitalismo, aunque viva de sus negocios? ¿Qué hacía Guillermo Lasso frente a un joven cultivado en las esferas de lo global, la innovación tecnológica y la crítica económica si su propio círculo lo aprieta para conservar el establishment de ricos que se vacunan contra el COVID a escondidas?

¿Cuántos votos se ganan o pierden después de un debate? ¿Quién gana votos? ¿Quién pierde votos? No lo sabemos porque precisamente un debate en condiciones tan disímiles se reduce a muchos ecos que caen en el abismo; a más de la manipulación interpretativa que hacen agnados y cognados.

3.

Hoy un debate electoral/político ni siquiera zanja guiños subliminales. Los debates reales y virtuales lo labran, para bien y para mal, actores invisibles en el enorme juego de la data. Los candidatos son y serán, tal vez, ofertantes de un universo minúsculo contrapuesto a fuerzas y ánimos moderados lejos de sus ojos.

Posiblemente cuando pasen los años un debate como el transmitido el domingo 21 de marzo se convierta en un ejercicio antológico (y epidemiológico) de una ‘civilización’ que no conocía ni temía que la democracia ya nunca será lo que pretendía ser; pero que se la necesita para experimentar una vía hacia otro futuro, sin olvidar que esto también supone lidiar con el oscurantismo mental de quienes tienen el poder en países como el nuestro.

Un debate electoral es asimismo un simulacro de una democracia fallida, es decir, a la última usanza de generaciones acostumbradas a la violencia verbal y no verbal (como la sonrisa guasona de Lasso en el mentado debate) y todo dentro de una vasija que huele a pasado. Quizá debido a eso a muchos les pareció que el debate fue tibio y sin repercusiones, y para fabricar semejanzas burdas reproducen en la televisión extractos del debate entre León Febres Cordero y Rodrigo Borja, elogiando la ausencia de un formato que no perdonó la otra mejilla de cada aspirante; aunque en el fondo lo que dicen es: aullábamos porque corra sangre… por lo menos un minuto.

En resumen: el ejercicio de una democracia estropeada es, al fin y al cabo, el pataleo de quienes todavía le apuestan a la civilidad política entendida como duelo electoral justo.

Los tiempos actuales son profanos. La eventualidad política regida por la tríada tecnología-emociones-virtualidad siembra un espacio minado para las masas sumidas en las hambres de todo tipo. ¡Atenti a esto!

Esto creo que Lasso ni lo sospecha, porque su naturaleza se reduce a dinero, caridad e hipocresía.

Esto creo que Arauz lo sabe muy bien, porque su mundo se amplía cada vez que se encierra a mirar a través de su reflector humano.

Andrés casi que vive en el futuro. Guillermo vive cómodamente en las ricas arcas (de Noé).

Por Editor