Por Rodrigo Rangles Lara
La historia está plagada de heroicos actos de rebeldes indomables. Uno que sedujo mis lecturas de adolescente cuenta el empeño enfermizo del imperio romano por someter a Numancia, un pequeño pueblecito celta de la vieja Hispania, allá en los lejanos 150 años antes de nuestra era.
Durante tres lustros, una y otra vez, ejércitos de 30 mil pretorianos; unas veces o cuarenta mil, en otras, sufrieron la vergüenza de la derrota, frente a cuatro o cinco mil escasos defensores imbuidos de la fuerza que nutre los anhelos de libertad e independencia.
Humillados y heridos en su orgullo de indetenibles conquistadores, el Senado Romano encargó la toma de Numancia al cónsul Escipión Emiliano, un sanguinario general que venía de destruir Cartago, se dio el trabajo de estudiar los errores cometidos en las incursiones fallidas y decidió, en lugar de dar batalla, cercar y bloquear cualquier posible ingreso o salida de los rebeldes, contando con un ejército bien entrenado de 60 mil efectivos.
El infranqueable confinamiento duró 15 meses, y se cree es uno de los más largos registrados a lo largo de más de dos milenios mató de hambre, sed y pestes a buena parte de los habitantes y, los sobrevivientes, para no caer en manos de los verdugos, incendiaron la ciudad y se inmolaron.
Los cubanos, conocedores del triste y macabro final de ese pueblo español, han dicho: “Nosotros no somos Numancia, defenderemos con nuestra vida el derecho a ser libres”, refiriéndose al inhumano cerco permanente impuesto desde Estados Unidos, hace 60 años, en su intento de imponer a Cuba la democracia del despojo.
Crece incesante el coro de voces y países en apoyo a Cuba y condena a esa cruel conspiración genocida del “adalid de los derechos humanos”, orientada a rendir por hambre a 13 millones de isleños, acusando truculentamente a sus líderes, en campañas mediáticas engañosas de alcance mundial, de ser autores materiales e intelectuales de maldades dictatoriales contra su pueblo.
Es un plan perverso implementado aún antes del triunfo de la revolución, cuando el Pentágono entregó asistencia militar, armas y dinero a su protegido, el dictador Fulgencio Batista, para evitar el triunfo de las guerrillas; continuó contra los triunfantes barbudos fidelistas, en 1959; siguió para impedir la nacionalización de empresas norteamericanas y, se desbocó, tras el anuncio de la creación del primer Estado socialista en América Latina.
En los albores de la construcción de la nueva sociedad, los gestores y mercenarios de Playa Girón, financiados y organizados desde Washington, entendieron al morder el polvo de la derrota que la proclama Patria o Muerte ¡Venceremos! No es una consigna publicitaria sino la invocación real a defender el terruño y la libertad a costa de la vida misma, si es necesario.
En la fracasada guerra contra Cuba, los servicios de inteligencia y el Departamento de Estado aplicaron, durante seis décadas, toda una enciclopedia de cruel terrorismo comercial, financiero, diplomático, político, militar o biológico apoyándose – en su hora – con sanguinarias dictaduras impuestas por ellos a sangre y fuego, o en los últimos tiempos, anidando democracias neoliberales a cargo de líderes genuflexos de poderes reales y fácticos.
En organismos internacionales como la Organización de Estados Americanos (OEA), o la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y otras inventadas en América, Europa – financiadas generosamente desde fuentes legales o clandestinas – colocaron a desprestigiadas inescrupulosas marionetas, al estilo de Luis Almagro o Bachellet, para garantizar sus depravados fines.
Rompieron normas internacionales tantas veces como les convino, violentaron soberanías, se burlaron de la auto determinación de los pueblos y, tratando de justificar sus ilegales actuaciones, esgrimieron burdos, falaces y cínicos argumentos que, en el caso del bloqueo, les dejaron huérfanos de apoyo. La casi totalidad de países votaron en las Naciones Unidas, desde 1992, contra esa inhumana e inmoral medida y, en la última reunión, 184 resolvieron apoyar a Cuba, excepto el fascista Israel.
La prepotencia del imperio en declive pretende demostrar al mundo que su voluntad es ley y, desoyendo ese rechazo universal a sus actuaciones vandálicas, ensayó últimamente un “golpe blando” contra Cuba, aprovechando dificultades y carencias en la población resultado de las nuevas 243 medidas mantenidas por Joe Byden, herencia de Donald Trump, que nutren el descontento, sumado a la pandemia del covid, con sus secuelas sanitarias y económicas.
El apoyo del Presidente Biden a las “espontáneas protestas”, su “ clamor por la libertad del pueblo cubano” y la condena al “gobierno autoritario” que culpó de la crisis económica, política y social, hablan claramente de un gobierno proclive a las presiones de los fanáticos anticubanos liderados, entre otros, por el senador republicano Marco Rubio que acusó de “comunistas” a los del Partido Demócrata a quienes, ahora, pide apoyo para acabar con “la dictadura cubana y salvar de la miseria al pueblo cubano”.
El Alcalde de Miami, Francis Suárez; dirigentes de la Asamblea de la Resistencia Cubana, como Orlando Gutiérrez o Silvia Oriondo de Mujeres y Madres Anti represión – de la misma línea de Rubio – organizaron movilizaciones a la sede del Comando Sur, para exigir una urgente intervención militar en Cuba, “como se hizo en Panamá”.
Desesperados frente al fracaso de “golpe blando”, ideado a modo de “La primavera Egipcia”, con el apoyo de mercenarios cubanos estilo “Damas de Blanco” y la manipulación informativa a cargo de poderosas empresas norteamericanas usando los conocidos programas “Bot”, con miles de cuentas falsas en redes sociales, repitiendo embustes en cascada, trataron de posicionar la matriz de caos sanitario, político y social para justificar la intervención a través del “corredor humanitario”, con el conocido garrote en mano.
Han pretendido vanamente, una y otra vez, arrodillar a un pueblo indómito grande de espíritu que enfrenta con estoica dignidad las carencias materiales, unido sólidamente en defensa de derechos colectivos e individuales negados en otras latitudes y con la ejemplar valentía de generaciones de luchadores que ofrendaron su vida por la ansiada libertad.
Las masivas manifestaciones del pueblo terminaron de un tajo con la cruel maniobra norteamericana y demostraron al mundo que la revolución sigue con un pueblo unido, forjado en la perseverancia y las vicisitudes, listo para enfrentar las políticas perversas de un imperio que, herido en su orgullo sin poder derrotar a ese pequeño país, puede acudir a su inmenso arsenal bélico para conseguirlo.
Si en su ceguera comete ese error, vale recordar las palabras de Fidel: “Sería como si un elefante, se tragara una granada”.