Arturo Belano
A estas alturas del año, es muy probable que la gran mayoría de ecuatorianos hayan visto el vídeo en el que el alcalde Quito hace un bochornoso espectáculo en un evento en el que representaba a la ciudad en su calidad de burgomaestre. Menos personas habrán visto la igualmente vergonzosa disculpa pública que hace en un programa de un medio digital en el que siempre existe de por medio alcohol para “aflojar la lengua” a los invitados (vaya ironía).
Aclaremos que, en lo particular, que a alguien le guste drogarse con alcohol, tabaco, marihuana o cualquier otra substancia, es un asunto de su propia ética y sobre el cual no tengo ningún comentario, excepto tal vez la doble moral con la que se trata a las substancias, tal como lo señalé en una columna anterior en la que hacía notar la falacia de la lucha selectiva contra las drogas.
Lo que quiero resaltar en esta ocasión es exactamente lo mismo: la doble moral. Esa doble moral que es una de las causantes de la verdadera división entre las clases sociales y las regiones de nuestro país, es decir, también, todas las falsas imputaciones que le hacen al ex presidente Correa por supuestamente haber exacerbado el resentimiento social de las clases empobrecidas. Lo que provocó Correa, siempre, fue hacer notar la existencia de esta vergonzante doble moral.
Es un asunto que nos viene desde la conformación de la sociedad ecuatoriana en “castas” desde la época de la colonia. Las acciones de las élites dominantes siempre fueron aplaudidas, independiente de las que fueren. El mestizaje del que somos hechos no se construyó precisamente porque las élites españolas y posteriormente criollas se hayan casado con los y las indígenas de nuestros territorios. Como muchos sabemos, se hizo a través de innumerables violaciones sistemáticas a mujeres indígenas y/o afrodescendientes. La creación de instituciones totalmente injustas y esclavizantes como las mitas o los estancos fueron reconocidas por la Corona por la ingente cantidad de recursos que les generaba, sin que nada de esos recursos quede para quienes eran presas de esas siniestras formas de explotación. Ambas cosas, y muchísimas otras, fueron aplaudidas y reconocidas por la alta sociedad colonial.
Imaginen por un minuto que las violaciones sistemáticas las hacían los indígenas o afrodescendientes, o que un grupo de indígenas cambiaba la relación de explotación para que los explotados sean los criollos. Imposible pensarlo, ¿verdad? El colonialismo no era y no es sólo un estado de relaciones de poder de la sociedad, es también un estado mental. Una forma de interpretar la realidad que permite, facilita, aplaude y aúpa a las élites, o a quienes se consideran élites, a actuar de la forma que les da “la regalada gana” y a la vez reprime, juzga, critica y prohíbe a quienes no son parte o no se creen parte de esas élites cuando hacen más o menos las mismas cosas.
Lo de Mauricio Rodas es impresentable por donde se lo mire. Estaba en un evento público, recibiendo un premio a nombre de toda la ciudad y dando declaraciones por el alto cargo que lo inviste. De pronto, todas las “gentes de bien” argumentan cualquier cosa para justificarlo porque también es “gente de bien”. Esa misma gente es la que, cuando la ex jueza Collantes se pasó de copas en un evento privado, a título personal y no habló en representación de nadie, sino que fue filmada sin su consentimiento por los policías que estaban llamados a proteger su privacidad, despotricó contra ella durante meses enteros sin el menor remordimiento. Porque era mujer, porque era guayaquileña, porque tenía una foto con gente de Alianza País, y más importante, porque NO es “gente de bien”.
Podría ser que la sociedad ecuatoriana viva cronológicamente en 2018 con todos los avances de la tecnología que se pueden tener, con muchos logros en derechos para todas y todos, pero en el arquetipo de la cultura, no hemos salido de la colonia. La República del Ecuador salió de la colonia hace casi 200 años, sin embargo, la colonia nunca salió de su sociedad.