Por Juan Fernando Terán

¡Es inevitable! Una vez posicionado un mensaje, el resto es respuesta condicionada. Eso ya lo sabemos desde los experimentos de Pavlov con animales. La pregunta es ¿por qué lo siguen haciendo?

Para comenzar el 2022 con una muestra de desperdiciocomunicativo, el periódico El Universo publicó en portada un reportaje intitulado “UNA DECADA PERDIDA”. Para quienes estén familiarizados con la política ecuatoriana, esa frase induce a una determinada interpretación.

En primer lugar, el lector es invitado a pensar que la década de la cual el periodista habla es la década comprendida entre 2010 y 2020, es decir, una década en la cual Rafael Correa y Lenin Moreno fueron presidentes. 

Por aquellas curiosidades neurolingüísticas, las personas no respondemos al estímulo visual pensando en 2014-2024, en 2017-2027 o en 2019-2029. Y no lo hacemos porque, al menos en las culturas basadas en el milenarismo cristiano, las personas estamos condicionadas a imaginar las décadas en intervalos que comienzan “al principio”.

Por si esto no fuese suficiente, el periodista reforzó el mensaje con un subtítulo que reafirma la intención interpretativa: “La pobreza en el país llegó a niveles del 2010 con el 32,2% de personas que sobreviven con menos de $84.7 al mes”. Para esto, precisamente, sirven los subtítulos… para reforzar la atribución de significado. Eso lo sabe cualquier persona que haya ejercido el oficio de periodista. 

Una vez que el lector comienza a leer la nota sobre LA DECADA PERDIDA, sin embargo, encuentra algo muy diferente a aquello que el título y el subtítulo sugerían. El periodista intenta efectuar un resumen del informe de la UNICEF intitulado “Evitemos una década perdida” y subtitulado “Hay que actuar ya para revertir los efectos de la COVID-19 sobre la infancia y la juventud”. 

Este documento, por tanto, refiere a un periodo que inicia en 2019, un periodo que tiene como objeto narrativo a todos los países del mundo, un periodo que no tiene nada que ver con lo que haya hecho o dejado de hacer Rafael Correa, el villano que la derecha ecuatoriana busca incesantemente construir a través de sus medios de comunicación. 

La distorsión simbólica de la realidad es esperable de los propietarios de los periódicos. Pero, ¿por qué lo hacen los periodistas? Hay muchas cosas que podría develar basándome en mi experiencia en un oficio extraordinariamente exigente y siempre mal remunerado. Para no enojar demasiado a muchos, quisiera mencionar solo un par de cosas. 

Los periodistas son trabajadores cuya esclavitud al capital les impide hacer lo que quisieran. La libertad y la creatividad terminan en el ordenador del editor quien coloca el título y el subtítulo económica y políticamente más rentable. Y lo rentable en un país controlado por la derecha y sus esbirros es seguir culpando de todos los males habidos y por haber a Rafael Correa. 

Adicionalmente, e incluso suponiendo que no existiese un editor políticamente “alineado” con los deseos de los propietarios, los trabajadores del periodismo tienen problemas con la presentación de estadísticas. Lo siento,pero… normalmente, esa es la situación. Las universidades ecuatorianas no forman periodistas con capacidad para encontrar, interpretar y narrar cifras, hechos y procesos económicos.

El lenguaje periodístico tampoco contribuye a una adecuada presentación de lo económico pues la comunicación para una audiencia no especializada obliga a reproducir “clichés” para poder llegar al “público en general”. Por eso, por ejemplo, hasta ahora recuerdo debates interminables con colegas sobre qué significa una inflación con signo negativo y qué verbo utilizar para informar sobre cambio de la tasa desde -1 a -5.

Sea como fuere, el daño ya está hecho… una vez más. Al menos a primera impresión, el lector fue inducido a pensarque Rafael Correa es el artífice de la década perdida. Pero ese, en realidad, no es el daño en el cual estaba pensando. “Una vez más”, el periódico, el editor y/o el periodista perdieron la oportunidad de construir la posibilidad de un mejor país… aunque sea una posibilidad poco probable y a veces solo imaginaria.

Como los médicos han demostrado desde hace décadas, los riesgos, los accidentes, las catástrofes o las epidemias no son acontecimientos cuyas consecuencias obedezcan simplemente a determinaciones “naturales”. En el hundimiento del Titanic en el Atlántico, en la dispersión del ébola por África, o en la acumulación de cadáveres por COVID-19 en las calles de Guayaquil, la contabilidad de afectados se distribuye según clases sociales… Y las clases sociales existen y se reproducen gracias a las políticas implementadas por los gobiernos. 

Por eso, aquello que sucederá en la década 2019-2029 no será culpa de la pandemia… La década que perderemos será resultado de la destrucción de los bienes y servicios públicos que iniciaron las elites económicas durante el gobierno formalmente atribuible a Lenin Moreno. El regreso de la versión más grotesca del neoliberalismo es aquello que mina, una y otra vez, los determinantes sociales de la salud. Eso es lo que la prensa no dice. 

Muy probablemente, esa prensa tampoco dirá que los ecuatorianos viviremos en el 2029 en un país con una industria minera que beneficiará a los amigos del actual gobierno, en un país sin un sistema de seguridad social que garantice pensiones mínimamente dignas para los trabajadores y en un país donde la pobreza será consecuencia directa de la destrucción de cualquier remedo tercermundista de “Estado de Bienestar”.

Los titulares imprecisos seguirán reproduciéndose una y otra vez porque… fomentar el “odio al socialismo”, aunque nunca haya existido tal cosa, es y será rentable para las elites que lucran de la exportación de frutos, piedras y capitales.

Por Editor