Por Santiago Rivadeneira Aguirre

El incipiente y anodino gobierno de Lasso y de la derecha ecuatoriana, sigue alumbrando el camino del cambio con velas de sebo. Se opone con artimañas, a la construcción de nuevas formas de lucha para que los sectores sociales y los movimientos progresistas pudieran enfrentar con éxito al capital financiero, a la exclusión y a la dominación neoliberal. De ahí que cabría preguntarse si el país está dolorosamente atrapado en un rudimento de progresismo/antiprogresismo (o de correismo/anticorreismo) del que no puede desprenderse, sin descifrar antes las conexiones causales con los hechos y las ideas que produjeron los acontecimientos históricos.

El ‘Ecuador del Encuentro’, bajo las actuales circunstancias, se ha convertido en un escenario de múltiples confrontaciones y de disputas entre el gobierno de Lasso y sectores políticos ideológicamente contrapuestos. Bajo estas condiciones de fragmentación social y política, las relaciones de fuerza deben volver a recomponerse, producto de una dinámica que ahora mismo está propiciando entornos y condiciones distintos a los que el país vivió desde hace cuatro años. La primera constatación es que el poder económico dejó de ser impune y, la segunda, que es posible el ejercicio pleno de una soberanía política y popular mucho más inclusiva.

El banquero Lasso se ha convertido, en el ejercicio del poder, en un dinosaurio político con sobresaltos gástricos, que no entiende las lecciones de la historia. Que se quedó atrapado en el reino del dinero sucio que ahora no puede explicar sin caer en mentises vergonzosos. En su viaje a Europa, quiso demostrarle al mundo que lo que verdaderamente cuenta es sostener la arrogancia del mercado occidental y nada más. Actúa en consecuencia, como un tirano y ahora se cree el propio rey Luis XV, que pasó a la posteridad como “el bien amado”: todo perfumado, elegante y refinado, que contempla la destrucción del país con el mismo sosiego y tranquilidad con que acostumbra asistir a las recepciones palaciegas y a los grandes bailes de la Corte. Solo hace falta que vuelva a pronunciar las últimas palabras del moribundo rey: “Voy a morir; después de mí, el diluvio”.

Guillermo Lasso prefiere ignorar la realidad y justificar los nuevos acomodos neoliberales con la paparruchada del ‘encuentro nacional’. Con ese eufemismo usurero intenta convertir el diálogo en el elemento ordenador de la convivencia nacional. En el marco de esa trabazón narrativa, el ‘gobierno del encuentro’ se sostiene maléficamente en un relato balsámico para mentir y engañar, cuando la absurda y brutal contingencia nos muestra todos los días la crisis estructural, social y moral que vive el país. No hay gobierno y tampoco hay conducción política. Y, por lo mismo, tampoco tenemos un mandatario que pueda mostrarnos su legitimidad y en eso se parece mucho a los gobiernos de Mahuad, Bucaram, Gutiérrez y Moreno en los que también sirvió el banquero presidente.

Los altos niveles de inseguridad, la violencia en las cárceles, (Lasso, vestido de frac, brindaba con los marines americanos, mientras comenzaba una nueva masacre en la penitenciaría del litoral); el desempleo, el trabajo informal, la delincuencia en las principales ciudades del país, sobre todo en Guayaquil, bastión de sus aliados socialcristianos, el crimen organizado y la corrupción en los distintos niveles del Estado, son el resultado directo de la crisis económica provocada por los reajustes neoliberales que comenzaron durante el mediocre gobierno de Lenín Moreno y que el banquero, de la mano del Fondo Monetario Internacional, pretende profundizar con el encomio de las élites económicas y los medios de comunicación.

Esa ´racionalización de lo criminal’, (La Lassonización del país atado a la decadencia política del presidente), es el único programa de gobierno que se cumple a pie juntillas, convertido ese programa mendaz en apenas seis meses, en un recipiente de disparates, despropósitos y atrocidades, que atentan contra la institucionalidad y la democracia ecuatoriana. Basta revisar el presupuesto general del Estado para el próximo año, para constatar las drásticas reducciones en educación pública, salud y seguridad.

La historia, en estas condiciones, para el banquero presidente y sus colaboradores más cercanos, es apenas una sucesión de efectos en sí, de hechos poco dignos de remedo, como lo ocurrido en octubre de 2019 con las protestas sociales, sobre las cuales había que echar tierra para descartar cualquier posible contagio. A la burguesía ecuatoriana le bastó que los insurrectos plantearan en las calles sus principales demandas, para poner en evidencia esa miseria humana que les corroe e hicieran de los líderes de la revuelta social los chivos expiatorios contra los cuales se lanzaron todos los periodistas vinculados y, finalmente, terminar culpando de las protestas al correismo y al expresidente Correa.

El defensor del agua Víctor Enrique Guaillas Gutama, campesino sin tierra de Molleturo, es uno de los privados de la libertad asesinados en el motín de este 12 de noviembre en la Penitenciaría del Litoral. Guaillas fue criminalizado por un presunto sabotaje relacionado con el paro nacional de octubre y detenido, aplicándole el uso abusivo de la prisión preventiva que tanto pondera la Fiscal Diana Salazar. En la misma gresca mortal, otros PPLs sin sentencia también fueron asesinados, sin que el gobierno ni los organismos de control del Estado hayan tenido ninguna reacción a pesar del manido “Decreto de Excepción” expedido por Lasso.

Entonces llegaron los Pandora Papers que pusieron a Guillermo Lasso Mendoza en las primeras páginas de los principales periódicos del mundo. Acusado de ser un evasor de impuestos, de testaferrismo, de ocultar su fortuna en paraísos fiscales, de tener vínculos con empresas fantasmas y negocios oscuros, el banquero presidente es la expresión de la decadencia y corrupción de una clase política descompuesta. Aconsejado por sus cortesanos, ahora denuncia un proceso de conjura, un complot internacional para sacarle del poder. ¿De quiénes? Por eso recurre a los ‘acuerdos’ debajo de la mesa, a los arreglos discretos con determinados partidos políticos como la Izquierda Democrática y ciertos militantes de Pachakutik, igual que un raposo adinerado que siempre busca formatear la política para que solo haya una ‘miseria limpia’, estrictamente neoliberal.

En el cerco de esa ‘zorrería política’, Lasso el banquero, se sienta a esperar que Lasso el presidente (con la ayuda de la derecha, y la ultraderecha nacional e internacional, por supuesto), resuelva a su favor la lógica de una resistencia que no quiere tolerar la pobreza, la injusticia y la explotación de un puñado de poderosos, igualmente corruptos y evasores.

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