La democracia ecuatoriana vive uno de sus peores momentos. A partir del mal uso e interpretación de los resultados de la consulta popular de febrero de 2018, el país es presa del abuso de las autoridades de todos los poderes del Estado. Nos acercamos al domingo 24 de marzo en el que se realizará un nuevo proceso electoral y lo recorrido desde la convocatoria al mismo es tenebroso. La conducta de los personeros del Consejo Nacional Electoral deja ver, cada semana, los intereses y componendas, en especial, de sus máximas autoridades; las declaraciones sobre cómo, aparentemente, contabilizarán los posibles votos nulos en las papeletas para elegir a los consejeros del nuevo y definitivo Consejo de Participación Ciudadana y Control Social son impresentables, pues prueban que nunca meditaron, planificaron y calcularon la importancia que tendría lo que sus jefes, el Ejecutivo y el CPCC-Transitorio, esperaban de esta elección –aprobada en la consulta popular-. Hoy sus afirmaciones y desmentidos son risibles hasta para los propios simpatizantes del régimen y para quienes se autoproclaman impolutos por edad y por sapada.

Ruta Krítica, a través de varios de sus articulistas y su posición editorial, durante los dos meses anteriores, ha evidenciado no solo las arbitrariedades políticas y legales del gobierno sino su contubernio con el Consejo Transitorio y la complicidad sin nombre del Consejo Electoral en medio de la campaña y el despotismo mediático para ocultar las irregularidades del proceso. Y todo para arrasar con una institución que cambió de plano el método de elegir autoridades a través de la participación ciudadana y el control de la sociedad. Si sus procedimientos no fueron los más estrictos, su reforma era el mejor camino. Pero no. Lo más útil para quienes hoy (des) gobiernan el Ecuador es borrar toda huella de la institucionalidad diseñada en Montecristi y el CPCCS es la joya de la corona que quieren desaparecer para volver a la vieja operación de designar a las más altas autoridades vía Asamblea Nacional, y en esto hasta la desprestigiada presidenta de ese organismo, Elizabeth Cabezas, está de acuerdo. La democracia de la participación y de los nombres sencillos y dignos les apesta; por eso un personaje de historia política turbia como Trujillo se atreve a decir que los candidatos al nuevo CPCCS son gente que nadie conoce. ¿No es la campaña precisamente para hacer conocer perfiles y propuestas? ¿No es la campaña un puente entre un candidato y la ciudadanía? Lo cierto es que el fin último del morenismo y el trujillismo enquistados en el poder, fue también pretender descalificar a los candidatos que coinciden con posturas de evaluar y sancionar la deplorable actuación del Consejo Transitorio actual o que suponen no les resultará fácil controlar una vez que ganen las elecciones. En ese contexto, se atenta directamente contra la Constitución y la democracia, pues hay fallos explícitos de la Corte Interamericana de Derechos Humanos que indican de forma clara que las entidades públicas no pueden afectar los derechos de los postulantes en el ejercicio democrático de elecciones libres y directas.

A todo ello se unen otras anomalías: la ausencia de observadores electorales internacionales, la no autorización para el conteo rápido, el ‘saqueo’ de los extranjeros del padrón electoral… y la vista gorda y maleable con respecto a la publicidad de varias candidaturas que han empapelado las principales ciudades del país. Ecuador no recuerda una gestión tan repulsiva justamente del organismo que “cuida la democracia”. La desfachatez de sus miembros, casi puestos a dedo por el poder transitorio, hoy revela su miedo al pronunciamiento de la gente en las urnas. Y son pocos los que osan denunciar y esclarecer las ilegalidades de ese poder porque por detrás existen pactos con el gobierno y con los líderes más visibles –y longevos- de los partidos y movimientos que hoy disputan su futuro político en el radar nacional. Además de haber hecho renacer el regionalismo en el discurso de algunos actores políticos que ya estaban en el panteón del olvido.

Pero no pasemos por alto que el centro de la discusión del procedimiento electoral hoy es el supuesto peso del voto nulo para la elección de los consejeros del nuevo CPCCS. Aupada esta idea por un sector de los medios más vendidos a intereses extraños, enseguida fue tomada por opositores rabiosos al gobierno anterior y comensales comedidos del actual. Y lo inaudito es que sin ningún rubor Trujillo -estos últimos días- se ha convertido en el paladín del voto nulo y da entrevistas a diestro y siniestro proclamando su decisión y llamando a los ciudadanos a seguir su (mal) ejemplo. ¿Quién le ha dicho a este señor que su ilegítima posición le permite abanderar una consigna que atenta contra los postulados de una democracia que él mismo defiende cuando los números y el dedo lo favorecen a él y su combo de oportunistas? ¿Y nadie se asombra o condena su actuación porque esto (el voto nulo) es preferible al “correísmo” que no temía a la gente en las urnas?

La democracia que defendemos es la que está lejos de los atropellos de las actuales autoridades; es la democracia de la gente en las calles, es decir, de la participación ciudadana para elegir libremente y sin el atosigamiento insolente de medios y políticos interesados en conservar sus privilegios.

Además, las garantías a la hora de la contabilización en cada mesa, la legibilidad de cada acta y la transparencia para anunciar la auténtica voluntad del pueblo, deben exigirse desde ya.

La sabiduría popular el domingo próximo sabrá dar una lección a quienes no respetan las normas democráticas y tampoco aplican la más elemental aritmética electoral para contar el hipotético y potencial incremento del voto nulo.

Las dudas de estas elecciones deben zanjarse para creer en su legalidad. Esta no es una elección para saber si el correísmo vive y se reproduce, más bien esta es una elección para conocer si por fin la conciencia popular, a pesar el cerco mediático y político, distingue el sentido de la democracia frente a la opresión de la desinformación y las mentiras del poder.

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