El Caudillo del Puerto ahora se instala en la “neutralidad”: no es de derecha ni de izquierda, reniega de las privatizaciones y piensa en su posteridad tomando distancia de Febres Cordero (ni siquiera lo menciona o alude en el PSC). ¿Es una conversión auténtica, forjada, un asunto de la edad?
El banquero resiste a sus antiguos progenitores, a sus candidatos a la Vicepresidencia y a quienes confiaron en su capacidad de derrotar a la Revolución Ciudadana. Y, por cierto, él mismo ya no se siente tan seguro después de la operación que lo alejó de la vida pública por más de tres meses.
Lo que hacen y dicen es una muestra de su inseguridad frente a las posibilidades electorales, a un año y pico de la contienda presidencial. Y porque viven el dilema de distanciarse de Lenín Moreno o de estar tan cerca y presionarlo para aplicar un programa que les garantice, de llegar al poder, no cargar con el peso de la responsabilidad del ajuste y la debacle económica que ya resiente a diversos sectores de la producción y la sociedad.
Frente a esto han optado, sigilosamente, por ocupar espacios estatales y de la organización social para apalancar sus candidaturas: AME, Congope, Conajupare, la presidencia del club de fútbol Barcelona, las presidencias de las cámaras de la pequeña industria, de comercio y de otros grupos de la sociedad civil. Y esa lógica también se expresa en la construcción de nuevos relatos desde los medios tradicionales de prensa y los portales bajo su supervisión y financiamiento.
Y frente a las encuestas, a los dos artífices de la derecha les han surgido reemplazos de todo tipo: Gustavo Larrea, Fernando Balda, Andrés Páez, Isidro Romero, Fernando Villavicencio, César Montúfar, entre otros. Cada uno de ellos considera que son la “renovación” de la política, el cambio necesario y el fin del “caudillismo”. Para eso buscan el apoyo de la Conaie, el FUT y del rezago de los partidos de “izquierda”.
¿Cómo se explica esta dispersión y fraccionamiento de la derecha? Una de esas explicaciones desde ciertos analistas es la potencia electoral de la Revolución Ciudadana sin la presencia de su líder en el país. Ya lo han dicho algunos: ¿cómo se comportaría la derecha con Rafael Correa en cualquier papeleta? ¿Se atrevería Jaime Nebot a presentarse a las presidenciales? ¿Guillermo Lasso podría imaginar un lugar en la segunda vuelta?
Es verdad que la Revolución Ciudadana no ha dado muestras claras y contundentes de provocar una discusión sobre su propio devenir electoral. Más allá de las declaraciones regulares de Correa no hay evidencia de querer abrir un espacio político por su cuenta, bajo su conducción o al menos desde una propuesta definida.
Entonces, la derecha saborea la ocasión de llegar a copar la Asamblea Nacional y para eso buscará candidaturas presidenciales que arrastren la votación de sus listas, una posibilidad de jugar al experimento del “out sider” y en medio del caos cosechar un lugar en Carondelet.
Es la misma derecha que erigió como su figura moral a Julio César Trujillo y a Lenín Moreno como el “transitorio”. Los dos fueron, en la práctica, sus peones en una jugada política típica del socialcristianismo y del MPD: que otros hagan las “cagadas” que yo no voy a cargar para luego echarles todas las culpas. ¿O ya nos olvidamos del rol jugado por Jamil Mahuad, Fabián Alarcón y Lucio Gutiérrez?
Por lo pronto, la derecha cree que si no se asegura un bloque de representación sólida, el correísmo les puede dejar fuera y vivir otra década de desplazamiento sin beneficio de inventario. Y en esa lógica han quedado con la codicia por delante: no solo serán los antes mencionados los candidatos sino que más de una docena de “improvisados” intentando negociar el destino del Ecuador con Lasso y Nebot como dirimentes de ese sector.