En el juego de las diversas identidades y diferencias, que caracteriza la falta de consonancias entre Moreno y la mayoría de sus ministros y colaboradores directos -que son parte del círculo hosco más cercano- cada vez es más evidente una suerte de fuego cruzado permanente, que además de establecer las minucias de un gobierno atrapado en la inutilidad y la ineficiencia, nos alerta sobre la ética y los valores en la práctica y el quehacer político.
Porque cada una de las declaraciones, inculpaciones, afirmaciones o desmentidos del presidente y de sus funcionarios, contradictorias entre sí, casi siempre son parte de una contrahecha compatibilidad moral y escasa coherencia ideológica, para provocar, aquí y allá, tensiones reales en la sociedad. Estos personajes -el presidente incluido- tan pronto se desdoblan o se encubren, -caso INAPapers, por ejemplo- como si se tratara de individuos escindidos entre sus intereses privados o personales y el servicio que se le debe a la comunidad y al país.
Proyectar esos intereses privados sobre la gestión y el espacio público, es además de patético y repugnante, una forma promiscua de administración del estado. Entonces, esas identidades privadas, dispares y disimiles, sin consistencia moral y ética, que constituyen el corpus gubernamental, han terminado por crear una descomunal fagocitosis en el interior del gobierno. Incluso en la Asamblea Nacional, como lo atestiguan los audios filtrados en los que se escucha la voz de la presidenta Cabezas ‘ordenando’ o ‘suplicando’ a la ministra de Gobierno, María Paula Romo, que intervenga para virar una posible votación socialcristiana.
Cada una de las tendencias o puntos de vista, desiguales y encontrados, se enfrentan a puertas cerradas, aunque intentan proyectar una imagen de estabilidad y concordia que la población ha recibido con sospecha.
La identificación individual con el régimen morenista (¿qué hacen ahí todavía Pérez Torres o Bonilla, antes declarados militantes de izquierda?) es decir, la defensa a ultranza de los intereses particulares, deriva, de esa manera, en actos de extremo autoritarismo y de utilización de la ley para perseguir o inculpar a quienes han discrepado con la línea oficial, o de fraguar acusaciones para justificar la acción de la justicia, como en el caso de Ricardo Patiño, la detención arbitraria del ciudadano sueco Ola Bini (para probar la ‘culpa’ de Assange y entregarlo a las fauces del imperio) y la amenaza que pesa sobre otros dirigentes populares, algunos cercanos a la revolución ciudadana; y además del cierre ilegal de medios de comunicación como radio Pichincha Universal o Ecuadorinmediato.
Con ese extraño criterio de franquicia ética, Moreno y sus incondicionales y oportunistas colaboradores, han constituido el marco excrementicio que caracteriza a un gobierno que se ha esmerado en negociar con los principios democráticos, de desarticular la institucionalidad, la constitución y las leyes para someter la soberanía del país al arbitrio de los Estados Unidos, del Fondo Monetario Internacional y de los poderes fácticos, por supuesto con el aplauso absoluto de la gran prensa comercial nacional e internacional.
Considerando todo esto, queda la acumulación de hechos y temas en torno a los principios, el abuso de autoridad y los excesos cometidos en apenas dos años, que nos regresa a los tiempos del peor de los absolutismos, la intolerancia y la prepotencia de los años ochenta y noventa. Los medios de comunicación privados, como en esas décadas y en otros momentos, reemplazan los principios, la ética y la moral e intentan a través de la manipulación de los hechos, la construcción de un sistema de pensamiento que acoja un modelo económico que ponga otra vez al capital sobre los seres humanos.
Por eso hay que detenerse un momento en la sorda aceptación general, de una teoría según la cual ‘no es bueno decir toda la verdad’. De una teoría que, ‘considerando a los pueblos como eternos menores, pretende velar por sus intereses dosificando informaciones y publicaciones según la higiene que han decretado buena para ellos’. (Ives Benot, Diderot: del ateísmo al anticolonialismo). Porque los medios de comunicación han hecho de la hipocresía comunicacional un fraudulento principio deontológico, al precio infame de sucesivas artimañas para desnaturalizar la opinión pública.
En el fondo del asunto, el gobierno anodino y embustero de Moreno, ha sido hasta ahora exitoso en su habilidad y delectación para desquiciar las estructuras fundamentales del país, con ilegítimas proposiciones, dejándole prácticamente a la deriva, al borde de una recesión económica, sin que aún se hayan producido reacciones mayores por parte de la población y sus organizaciones políticas y sociales.
Estamos ante la necesidad de una distinción urgente dentro de la ética y de los principios democráticos, como densa es la noción misma de esa ‘nueva’ institucionalidad -conseguida a través de la tramposa intervención del consejo de participación ciudadana transitorio- a partir de la cual ahora el régimen quiere definir los alcances de su gestión, para finalmente consumar el gran proyecto entreguista y servil que solo va a beneficiar los intereses del poder económico.