La última sesión solemne por el 9 de octubre, en Guayaquil, reveló el retrato ecuatoriano de la reciclada hegemonía política y ante quien ahora se inclina la cerviz de la viciada trinca nacional. Al parecer esta nueva partidocracia criolla aseguró en ese acto, en las fotos, en la simbología y en las tertulias privadas (en las mansiones de los ricos), su poder frente y con la prensa y teniendo en el horizonte inmediato las elecciones de 2019.

No fueron suficientes los elogios y las indirectas en los discursos de los oradores. Mucho menos hizo falta recordar ese pasado donde muchos de los asistentes dijeron de sus contertulios más de un ajo y una serie de descalificaciones a sus posturas ideológicas. Ahora bastó callar, disimular y aplaudir al caudillo del Puerto.

Y, al mismo tiempo, han quedado develados los intereses que encubren ese conjunto de actores políticos reunidos para decir presente con sus figuras: apostar para que el supuesto nuevo líder los vea y cobre las facturas adelantadas; dejar sentada la incondicionalidad para enterrar el proceso político de la década pasada; escenificar el consabido drama nacional que implica “cuánto nos toca” por el favor hecho desde los poderes del Estado, los partidos tradicionales y los medios a su servicio.

Por más que el caudillo del Puerto ahora apele a una socialdemocracia política y sea crítico del FMI, no dejó una sola duda de su interés por resolver de una vez y lo más rápido posible el acuerdo implícito con el que ahora todos se miran y no lo señalan abiertamente: volver a la Constitución de Sangolquí y sanseacabó.

Si para lograrlo es necesaria la muerte cruzada, bienvenida sea. Si también requiriesen silenciar a Julio César Trujillo, es decir, impedirle que suelte lo que no le está permitido decir en público, para eso tienen a la mayoría de vocales del Consejo Transitorio y los acólitos –no siempre gratuitos- de la prensa que harán quirúrgicamente su trabajo. Nada puede ni debe perturbar la estrategia del caudillo del Puerto y sus compinches bien sintonizados.

Queda claro, cada día más, que las actuales autoridades políticas entienden, tras un año y cinco meses en el poder, que su rol de transición se termina y tendrán que acomodar el flamante tablero y ubicarse en el casillero correspondiente si cumplen lo más pronto su tarea definitiva.

Tal como se pinta el panorama no habría en el cercano futuro ni nubarrones y menos tropiezos. Cree la renovada trinca que han acabado con la resistencia y la potencia del correísmo y/o de la izquierda en general. Tan es así que los que antes se declaraban de izquierda ahora niegan su pasado. Pero poco está dicho y por más celebraciones en mansiones porteñas o haciendas serranas que hagan la dialéctica nunca da por sentado nada hasta que se concreta.

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