Aparentemente, esa camiseta nació como el grito de una artista para denunciar una verdad innegable: la violencia contra la mujer, el femicidio. Aquellas tóxicas relaciones en donde la persona maltratada pierde más de la mitad de su ser, distorsiona su visión, llega a preguntarse si es que quien la golpea, quien la escarnece, quien la asesina, en últimas, no tendrá razón al querer destruirla o pretender desaparecerla.
Si, como dice su autora, la artista gráfica Michelle Merizalde, la acuarela “Silencio” fue gestada y nació en el año 2015, quizá ocurrió una de esas extrañas vicisitudes que no se pueden explicar ni desde la física newtoniana o desde la lógica aristotélica. Quizá, como sucede con frecuencia en el arte y la literatura, sencillamente algo más grande que la textura de los acontecimientos y la aparente intencionalidad de las acciones se cuela por algún resquicio y hace de las suyas, llámese inconsciente colectivo, sincronicidad o misterio.
No conozco la filiación política de la señora Merizalde. Y, sacando las cosas del contexto en el que las circunstancias actuales la han colocado, el sentido y la calidad de su obra me parecen bastante aceptables, y desde luego loable el hecho de denunciar algo tan horrendo y doloroso como la violencia intrafamiliar en general, y en concreto la violencia contra la mujer.
Solo que en aquel ya lejano 2015, mientras pintaba el rostro de una mujer con un ojo vaciado, de cuya cuenca brota lentamente un agua negra y quizá viscosa y espesa, consecuencia de una agresión brutal y sin sentido, Michelle Merizalde tal vez ni siquiera imaginaba (como nadie, en aquel entonces) que cuatro años después esa parte de la escena, el ojo vaciado, se convertiría en uno de los ‘métodos’ preferidos de cierta represión aupada desde el sionismo y el polígono de cinco lados para, con una crueldad que no admite descripción ni calificativo alguno, ‘castigar’ y amedrentar a quienes osaron oponerse a las imposiciones de los dueños del mundo.
No creo que el uso que la Ministra de Gobierno ha hecho de esa prenda haya sido inocente. Tampoco creo que alguien pueda ponerse semejante prenda (casi casi como ponerse una camiseta con la Pieta de Miguel Ángel para salir a trotar, o como que Videla hubiera usado, muy de entrecasa, una camiseta en donde se viera un cuerpo cayendo al mar desde un avión militar) para posar en la portada de uno de los innumerables medios que pretenden sostener el sistema a partir de la muerte neuronal de sus seguidores. Si fuera solo por la trivialización de la prenda (¿cómo puedes sonreír, mostrarte en ‘pose de modelo’, posar coqueta y frívola, con una blusa que se supone pretende denunciar la instrumentalización y el maltrato de la mujer en su grado máximo?) ya la falta de respeto es indignante. Pero es que, en este momento, esa camiseta también se constituye en una burla sangrienta, una innecesaria y torpe exhibición del ilegítimo poder que la funcionaria ostenta, y también es muy posible que sea una velada amenaza, ahora que hasta quienes la ensalzaban y protegían comienzan a mirarle las costuras.
Es muy posible que en este, como en muchísimos otros casos, el arte se haya acercado, de manera inexplicable, a una realidad futura bastante triste y perturbadora. Pero lo que no solo sorprende, sino que además indigna, es el uso perverso e irrespetuoso que se hace de él para enrostrar a sus propias víctimas, reales o posibles, con crueldad y mala fe, de lo que es capaz y cuánto le importa.