Todo acto o voz genial viene del pueblo

                                                                       Y va hacia él…

                                                                        César Vallejo

Hay una tarea artística siempre. Como también hay una tarea política e ideológica siempre. El arte y la cultura, es decir el pensamiento, caminan al encuentro de una nueva sensibilidad que debe construirse cobre la conciencia tácita y enérgica de la sociedad que ya no reclama, sino que exige la configuración de otras prerrogativas que otorguen atributos mayores a la solidaridad humana, como la única organizadora de los cambios sociales para el desarrollo equitativo de nuestros pueblos.

Vivimos en la falsa ‘cultura’ del consumismo y de la artimaña, entregada a mezquindades unificadoras y estamos así mismo envueltos en reivindicaciones crecientemente fraccionadas. Porque opera -lo podemos ver todos los días y lo hemos visto durante estos tres años de desgobierno morenista- la vulgar difusión pública de opiniones sobre asuntos de los que no se tiene un amplio conocimiento directo. Esa es la demagogia tan propicia para que opere el simple tráfico de sentencias.

¿El Ecuador está viviendo una extenuación de la política y de la democracia? ¿Se agotaron las formas de participación y lo que ahora importa es escapar de la política, como ejercicio y práctica, y de la ideología porque ya no hay nada más que decir? ¿La corrupción, el entreguismo al capital de los grupos depredadores, los negociados de las oligarquías y sus élites, las deslealtades han desplazado los acuerdos democráticos?

Decía el politólogo argentino Atilio Borón en la inauguración del concierto virtual Antídoto, organizado por la EFAC, (Espacio de fraternidad argentino-cubana) que la única salida de la crisis creada por la estúpida y voraz arremetida del neoliberalismo y de la derecha contra los pueblos latinoamericanos, es por la izquierda. Una máxima imperiosa y urgente como urgente es que la sociedad ecuatoriana vuelva a concentrarse en sí misma.

Es tarea de los artistas y creadores, de los sectores populares, también de las universidades y de quienes se han comprometido con el quehacer de pensar, representar las realidades: las realidades abyectas y las realidades de la memoria. Para decirlo con palabras de Susang Sontag, la esencia de cualquier sabiduría que suministra el conocimiento es ayudarnos a entender que ocurra lo que ocurra, “algo más siempre está sucediendo”. Aquella información manipulada y mentirosa, que los  medios mercantiles producen a diario para favorecer a sus élites, nunca reemplazará al esclarecimiento.

A los ecuatorianos debería obsesionarnos ese “algo más”. La cultura y la democracia, como los ámbitos de ese esclarecimiento, deben hablar siempre de ese algo más, es decir, de la naturaleza múltiple de nuestros destinos públicos y comunitarios. Se ha hecho lo imposible para que el ciudadano elija siempre, de manera obligada o inducida. Para que tome partido, para que acepte y rechace a priori; para que deje de mirar y deje de existir. Habría que vaciar la mente de prejuicios y liberarla de la obligación de tener que juzgar. Nada ni nadie deberá exigirnos explicaciones. Por eso mismo, hay que apelar con fuerza y convencimiento, a la ‘revalorización de la política como el arte de lo posible’, y a la revalorización del arte, la cultura y el pensamiento para provocar el surgimiento de una ‘conciencia renovada de futuro’. (N. Lechner)

César Vallejo, cuando exigía el cumplimiento de las nuevas tareas poéticas, decía allá por 1927: “Hay un timbre humano, un sabor vital de subsuelo, que contiene, a la vez, la corteza indígena y el sustratum común a todos los hombres, al cual propende el artista, a través de no importa qué disciplinas, teorías o procesos creadores. Dése esa emoción sana, natural, sincera, es decir, prepotente y eterna y no importa de dónde vengan y cómo sean los menesteres de estilo, técnica, procedimiento, etc. A ese rasgo de hombría y de pureza conmino a mi generación”.

Porque en estos momentos, cuando la patria, sus valores y principios están en subasta y el neoliberalismo quiere arrasar con todo, tenemos que conminarnos a enfrentar las arremetidas del imperio con su teoría y práctica oscurantistas, usando las herramientas del pensamiento: la creatividad, el humanismo y la solidaridad. Esa es la dirección única; la salida es por la izquierda y para ir en esa dirección hay que considerar los aliados ideológicos y políticos, aunque se deba mantener la autonomía de juicio sin extraviarnos en un pragmatismo desenfrenado. Tal como lo dijo Héctor P. Agosti, otro gran pensador argentino: “En nuestra batalla ideológica, por lo tanto, necesitamos recomponer el mapa ideológico del país para descubrir la dirección principal de nuestro ataque y la calidad y cantidad de nuestros posibles aliados”. Hay que descartar, por eso  mismo, el espíritu sectario y el oportunismo ‘sin dejarnos perturbar por ningún subjetivismo’ ni siquiera por el subjetivismo de clase.

La misión y la tarea urgente de los artistas y creadores, junto al campo popular en este tiempo descoyuntado que estamos viviendo, es estar firmes pero a la vez ser reflexivos. Hay que dialogar, por supuesto y sintonizar con la gran tradición progresista de este país, para mirar la realidad que está ahí, objetivamente, tal como es y no como quisiéramos que fuese idealmente. No podemos insistir en un supuesto ‘universo sin memoria histórica’. Por eso hay que volver a pensar en una revolución democrática y ciudadana, que sea indiscutible y definitivamente incluyente, participativa y representativa. Debe ser la consigna de la nueva actitud de la izquierda y del progresismo, con la cual enfrentar a la derecha neoliberal y al oportunismo de esa ‘otra izquierda’ de conciencia laxa, opuestas ambas con marcada mala fe a la realización de una verdadera democracia.

Por Editor