Carol Murillo Ruiz

Hemos vuelto a pensar –o creer que pensamos- de la forma en que el conservadurismo global está pensando los problemas sociales, económicos, culturales, políticos. Hay una fiebre por articular las ideas sobre la riqueza o la pobreza que se parece a un rosario de fe. Lo que sabemos de los debates políticos en algunos países del primer mundo, no difiere mucho de lo que aquí se dice y se refrenda, por ejemplo, sobre la democracia y sus virtudes.

En Argentina, país del sur americano, se vive el caos institucional y las nociones ideológicas y políticas en torno al rol del Estado y su achicamiento –Macri liquidará diez ministerios, para congraciarse con el Fondo Monetario Internacional- empujan discusiones profundas y manifestaciones gigantescas contra ese conservadurismo anti estatal. Se nota que allá, a pesar de la contaminación que el discurso dominante de las vocerías políticas oficiales y mediáticas derrama por doquier, hay una relativa politización de la ciudadanía que protesta y deja ver su capacidad de comparación frente a lo que vivió y vive hoy. Por supuesto, hay contradicciones en los debates y las perspectivas políticas de cómo leer una realidad tan crispada y ruda, generada por las decisiones del poder, pero lo cierto es que lo de fondo se sabe: la ola privatizadora llegó y el Estado siempre estorba.

Cuando digo que “hemos vuelto a pensar” conservadoramente es porque la atrofia de nuestro sentido común es parte de una permanente influencia de los discursos políticos; que no se presentan como tales sino como expresión de una realidad a la que hay que adaptarse…: ajustándose los cinturones o con la consabida austeridad que difunde el capitalismo más despilfarrador de todas las épocas. Y así vamos por la vida creyendo que pensamos autónomamente, con practicidad y esperanza, y que los decretos y prescripciones del poder político y económico que tutelan a cada uno de nuestros países, desarrollados o no, tiene como contrapartida que los ciudadanos tengan una actitud de desafío, de fortaleza frente a los malos tiempos, de que toda crisis ha de convertirse en una oportunidad… o sea, pensamos y actuamos como el poder quiere que pensemos… amén de la autoayuda gratis de los medios que operan la idea del consumo sin fin. Austeridad y consumo, ¿la receta de la pobreza y la riqueza?

Los tiempos conservadores ‘enseñan’ que el Estado es un ente absurdo, inútil, rechoncho y pésimo administrador. Hay quienes incluso proponen su desaparición para que las empresas y las industrias privadas –las transnacionales- asuman el registro económico y financiero de las sociedades y sus sujetos/objetos. La única o parcial novedad es que ahora no se dice solamente que el Estado es un “ogro filantrópico” sino que es el monstruo populista del siglo XXI.

Supongo que quien lee esto dirá que exagero o que desde mi posición ideológica es normal que me asuste. Pero lo terrible es que semejante anomalía se acrecentó desde el siglo pasado por dos fenómenos esenciales: la irrupción de las masas (en lo global) y la aparición de los medios de comunicación masivos. Parece una tautología, pero no lo es. Lo uno aplaca a lo otro. Son partes de un mismo corpus societal creado por una modernidad violenta, cínica y uniformante.

Por eso el regreso del pensamiento conservador acude indefectiblemente a los medios para propagar el conformismo simbólico: primero en el lenguaje y luego en las tareas y actitudes individuales y colectivas. La magia consiste en que dejemos de pensar lo cotidiano en los códigos de la política y su irradiación en toda la vida social. En otras palabras: el eclipse de lo público y lo privado para la victoria del mercado y la masa. Una violencia pacífica, en apariencia. ¿Qué puede romper esta alianza siniestra entre el mercado y la masa? La política.

Pero pensar y hacer (la) política desinfectándola del conservadurismo rampante en el mundo, en nuestro entorno, en nuestro ser social. ¿Cómo? Ya lo sabremos cuando comencemos a reflexionar que la manera cómo pensamos hoy no nos pertenece ni nos ayuda a entender por qué vivimos prisioneros de ideas fijas, de un sentido común amaestrado, de una pereza mental condicionada por el control de cerebros reales y robóticos.

Un día pensaremos y actuaremos diferente. Ojalá sea pronto.

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