Por Rodrigo Rangles Lara
El cambio climático, la pobreza y la guerra integran la nefasta triada que condena, a cerca de un billón de seres humanos, a padecer hambre con niveles graves de inseguridad alimentaria, según informe de las Naciones Unidas- ONU- y otras organizaciones internacionales estudiosas del tema.
Esa monumental cifra es sólo parte de los dos mil 300 millones de habitantes, de este maltratado planeta, que están en tránsito de inseguridad alimentaria leve a grave; esto es,350 millones más de los registrados en el 2019, año de la pandemia del covid 19.
La filial de las Naciones Unidas para la Alimentación y Agricultura (FAO), El Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), la Organización Mundial de la Salud(OMS), el Programa Mundial de Alimentos (PMA) y el fondo para la Infancia (UNICEF) suscriben el estudio,realizado en el 2021, llamando a la comunidad mundial a encontrar soluciones reales y valederas para solucionar ese desastre social.
Un desastre que se refleja en la existencia de 149 millones de niños menores de cinco años que sufren retraso en el desarrollo físico y cerebral, debido a la falta crónica de alimentos y, más dramático aún, otros 45 millones de infantes, de esa misma edad, padecen emaciación, la forma más mortífera de la malnutrición.
Y el futuro es tétrico, al paso que vamos, si los gobiernos siguen más preocupados de los resultados macroeconómicos, en lugar de atender requerimientos básicos para la población o, en otro ámbito, se mantienen de brazos de brazos cruzados frente a las consecuencias derivadas del cambio en el clima.
La Fundación HOPE, dedicada a la Ciencia Climática de Emergencia, puso las alarmas sobre los efectos de la crisisclimática e informó que, en mayo pasado, la India perdió el 50 por ciento de la cosecha de cereales debido a la sequía,con temperaturas cercanas a los 50 grados centígrados y; en la China, en cambio, se produjeron graves daños a la producción y la población a causa de verdaderos diluvios.
El norte de la bota itálica – sostiene HOPE – sufrió racionamientos de agua y afectaciones severas en la producción agro-ganadera, por iguales circunstancias y; en España, los agricultores anunciaron pérdidas de un 40 por ciento de los cereales producto de un calor extremo y la ausencia de lluvias.
La indolencia del gobierno español, frente a ese desastre, se evidenció en la dura represión y encarcelamiento a científicos que protestaron, pacíficamente, frente al Congreso, en demanda de acciones concretas para frenar la crisis climática.
Si unimos a ese fenómeno, verdadera amenaza para la existencia de la vida en el planeta, los conflictos bélicos que, además de provocar destrucción física y verdaderas masacres, también menoscaban la producción de alimentos, como sucede actualmente en el conflicto ruso-ucraniano.
Rusia es una potencia energética y, con Ucrania son los mayores productores de cereales básicos, semillas oleaginosas, fertilizantes y de alimentos terapéuticos destinados al tratamiento de la desnutrición infantil que, a causa de la disputa, dejaron de llegar a los mercados con la consecuente escasez y elevación de los precios, afectando a la población de varios países del mundo, con mayor rigor, a los menos favorecidos.
Ni qué decir, si los cuantiosos recursos dedicados al armamentismo se pusieran a disposición de la producción agro – alimentaria y a resolver los problemas de la pobreza en el planeta, otra sería la suerte de la humanidad que podría soñar con niveles de desarrollo como jamás en la historia.Pero, esos sueños, al fin, sueños son; porque, – a modo de ejemplo – un pedido de cien mil millones de dólares de las Naciones Unidas para afrontar la emergencia, ha caído en saco roto.
Entre tanto, el presidente norteamericano Joe Biden, pide desesperadamente le aprueben 400 mil millones de dólares más, para la adquisición de armas que entregará el filo fascista ucraniano Selensky, en su guerra contra Rusia.
La desigual distribución de la riqueza incrementa la pobreza y siembra el hambre, especialmente en países donde se aplica el inhumano modelo neoliberal, sean desarrollados o atrasados. Ese paradigma confirma el informe de las Naciones Unidas, al señalar, entre otros, a Estados Unidos ylos europeos, como países industrializados con ciudadanos que engrosan las estadísticas de los hambrientos del mundo.
Y van para peor, porque el cambio climático y las guerrasestán determinando un alza sustancial de los precios de los productos alimenticios y servicios básicos, con inflaciones inéditas en países desarrollados que, según economistas y empresarios expertos de organismos internacionales, amenazan con derivar en una recesión mayor a la del 2008.
En los resultados de esa mortífera triada antihumana, múltiples son los responsables de tanto sufrimiento, angustia y dolor. Sin embargo, al mirar un poco en profundidad, podremos ver cómo Washington se convirtió enel centro de irradiación de los conflictos bélicos que, ahora mismo, se desatan en varios puntos del planeta. En esa misma capital se mentalizó y, desde ahí, se irradió, respaldó, gestionó y se profundizó el empobrecedor neoliberalismo y, finalmente, Estados Unidos comparte con China los más altos estándares de contaminación ambiental del planeta.
Cambio climático, guerras y pobreza, un trío devastador que está llevando a la extinción de la especie humana.