Un médico receta la dosis necesaria de pastillas o jarabes para tratar la enfermedad de sus pacientes, para eso cursó largos años en la facultad de ciencias médicas. Él sabe que la cantidad equivocada (exceso o faltante) condenaría el tratamiento al fracaso y al enfermo lo pondría en riesgo de muerte. En esta semana, el Fondo Monetario Internacional (FMI), ante la luz de las pruebas expuestas por el Gobierno argentino de Alberto Fernández y su ministro de economía Martín Guzmán, aceptó que la deuda es insostenible y pidió a los tenedores de bonos una quita sustancial.
El ministro fue insistente en su conclusión ante la Directora Gerente del FMI Kristalina Georgieva: “el FMI es también responsable por la crisis de la deuda”. El otro culpable fue el gobierno de Mauricio Macri, quién tomó préstamos de esta institución por la suma de 44 mil millones de dólares. El FMI tiene 21 programas de los 189 que son miembros por 93 200 millones de dólares; Argentina ostenta más del 47 % de ese monto. Este organismo multilateral concedió a una economía más deuda de la que podía absorber.
En otro país, Ecuador, el FMI aprobó un acuerdo por 4 209 millones de dólares y exigió un plan de sostenibilidad fiscal a cumplir en 2021 y reducir el ratio deuda PIB al 40 % en 2022. Los desembolsos han demorado porque la “receta” provocó que la economía se estancara y las metas no se han cumplido, incluida la mejora en el nivel de reservas del Banco Central. La economía ecuatoriana que necesita crecer, se la obliga a inmovilizar el ahorro, a restaurar la constricción de la política fiscal de la recomposición neoliberal (2000-2006), y no se le concede rápidamente créditos para impulsar la inversión pública.
Cuando el doctor receta un medicamento en exceso puede provocar intoxicación o magnificar los efectos secundarios de estos. Asimismo, una dosis muy baja provoca resistencia en los pacientes a un fármaco que puede ser efectivo. La relación del FMI con la economía argentina y ecuatoriana se parece a estas dos situaciones peligrosas entre el doctor y la persona tratada.
La evaluación realizada por el equipo técnico del FMI en marzo de 2019 al Ecuador (con base en el artículo IV) señaló en su página 50 que el ratio deuda PIB se encontraba en 46,2 % del PIB y señaló que para contener la probabilidad de sobreendeudamiento en menos del 10 %, el límite máximo de deuda se estimaba en 47 %. Sin embargo, Ecuador no debería sobrepasar el techo de deuda del 40 % dada la volatilidad de los ingresos petroleros. Además, recomendó que “sería necesario un techo de deuda más cercano al 30 por ciento del PIB”. La evaluación realizada en este mes a Argentina concluyó que “la deuda pública bruta aumentó a cerca de 90 por ciento del PIB a fines de 2019, 13 puntos porcentuales más que la proyección en el momento de la Cuarta Revisión […] sobre la base del análisis de la sostenibilidad de la deuda de julio de 2019, el personal del FMI ahora evalúa que la deuda de Argentina no es sostenible”.
La pregunta es, ¿cómo este doctor receta dosis que termina empeorando al paciente? ¿Acaso, alguien se las cambió? Ecuador necesitaba préstamos para impulsar la inversión pública y el crecimiento económico, pero ha sido muy “cauteloso” de otorgárselos y si se los da le ha pedido que los inmovilice como parte de las reservas del Banco Central, mientras que a Argentina se los concedió rápidamente y se convirtieron en fuga de capitales. No es un error, nadie cambió las recetas, ni las dosis. El FMI es el único “doctor” en el mundo que trastoca los tratamientos, receta dosis por encima o por debajo de lo recomendable y nadie lo sanciona. ¿Cuál es el fin? Crear extrema dependencia a través de la deuda, pero no con él precisamente, sino con los Estados Unidos de América. Solo un dato: para Argentina señaló que 77 % de deuda PIB era sostenible (con varios focos de riesgos como las expectativas de devaluación del peso), mientras que a Ecuador le dio entender que el sobreendeudamiento estaba a la vuelta de la esquina a pesar de tener riesgo de devaluación cero.
Junto con la deuda, la impunidad es la mejor arma del FMI (y de los Estados Unidos).

Por Editor