Un cambio en la correlación de fuerzas parece enorgullecer a la ministra de Policía María Paula Romo, pero con una sonrisa un poco aguada y bastante forzada. La razón: la mayoría en la Asamblea Nacional está pegada con babas, los socialcristianos usan al gobierno para sus fines específicos y la alianza con el aparato mediático conservador se debilita en la misma medida que reducen los aportes económicos oficiales. Y es que ese cambio en la correlación de fuerzas pasa por un solo factor: cuánto pone Lenín Moreno en las arcas partidistas, de los asambleístas, en la de los bancos y en los medios.
La derecha vive en el goce del momento y en él también goza de la arremetida ilegal y abusiva contra sus antagonistas naturales: los correístas y los “hackers”. Como parte de ese goce hacen y deshacen con la Constitución, violan la ley porque para ellos es ‘ley del correísmo’ y por lo tanto no merece ninguna consideración. Sin ganar ninguna atención un empresario turístico y del ambiente (ahora devenido en papachamamista) hace planes arquitectónicos sobre el edificio de Unasur y propone un Museo del Sol. Y como toda pulsión, el goce morenista y socialcristiano por ahora despliega su manto, para encubrirlos, sobre algunos hechos que en otra coyuntura habrían significado su acabose: una crisis carcelaria sin precedentes, una institucionalidad desmoronada que pone en riesgo a toda la sociedad, un conjunto de disputas entre policías y militares por el presupuesto, es decir, por la prevalencia de su autoridad en la seguridad y, por qué no, quiénes le sacan más recursos a determinada embajada.
El goce actual les impide moderar sus codicias pero como todo “postgoce” las secuelas serán demoledoras. Por ejemplo, no liberan a Ola Bini porque indudablemente será mucho más grave dejarlo en libertad para reparar sus derechos violentados. Eliminar el asilo político a Julian Assange les garantiza la venia de Donald Trump, pero serán señalados por la historia como los ejecutores de la peor violación al derecho humanitario universal. La persecución al expresidente Rafael Correa no tendrá beneficio de inventario como para que una impávida ministra de la política y de la policía o un secretario presidencial dizque diligente y mucho menos un improvisado secretario anticorrupción tengan capacidad de retorno a la política, sin descontar que Moreno quedará marcado por su traición a la Revolución Ciudadana.
Por eso crean sus “Santos del Patíbulo”. Por ejemplo: Julio César Trujillo, elevado a los altares ante la ausencia de figuras que legitimen, ni siquiera en las formas, las arbitrariedades de estos dos años. Cual García Moreno del siglo XXI el ya fallecido personaje es la evidencia del mayor despotismo, atropello e insolencia política, que solo tiene un barniz porque académicos como Alberto Acosta o Enrique Ayala enajenaron sus visiones de la historia y desde la historia. “Canonizado” como León Febres Cordero, el neoconservador Trujillo reveló a lo más bajo y precario de nuestra intelectualidad y al coro de feligreses de la banalidad política.
Hoy por hoy presenciamos un sainete donde el embajador saliente de EE.UU. declara a Moreno como un visionario de la “izquierda pragmática”. Con solo imaginarlo creen que entrarán de nuevo en el goce de sentirse libres de culpa por robustecer a la derecha, inclinarse ante la embajada y garantizar larga vida al capital. Feos tiempos para la historia si la legitimidad que tanto necesita Moreno y sus allegados viene de Chapman por sus declaraciones que pintan al régimen como un “nuevo modelo para la izquierda de América Latina”. Semejante visión, absurda y falsa, los coloca –en realidad- casi en el mismo lugar que a Juan Guaidó y a Michel Temer: el lugar de la nada, el lugar donde no hay lucha ni ética política.
Pero en la nueva correlación de fuerzas hay algo que da las vueltas: al entrar en la segunda mitad de su gestión gubernamental: ¿cuánto podrá Moreno y sus aliados sostener un avasallante proceso de destrucción institucional, de desmantelamiento de los derechos laborales y con un entorno económico adverso?