Lo primero que se advierte en la película Parásitos (Palma de Oro en Cannes y mejor película en los premios Oscar) del director sur coreano Bong Joo-Ho, es la intención deliberada de plantear la situación social y sus marcadas diferencias entre ricos y pobres, como si se tratara de una estricta humorada -en el sentido de su agudeza y desparpajo- que a su vez desnuda la gran estrategia del sistema capitalista y neo liberal que desfalca los valores fundamentales de la democracia.
¿Quiénes son los parásitos, los gorrones y los vividores que se enquistan en la democracia y cómo se configuran? El tono de la película es proponernos una estética del sumidero por donde se filtran las acciones y las mutaciones de los personajes.
Y cada una de las situaciones de Parásitos corresponde a los momentos cruciales de la historia, cuando una familia de marginados y desempleados puede colarse con ciertos subterfugios en la casa de aquella familia rica. Después está la aparición de la antigua ama de llaves que regresa a rescatar a su marido que ha permanecido escondido en el refugio subterráneo de la casa y, finalmente, el instante que se desata la tragedia en medio de una trifulca con agresiones y asesinatos de por medio, sin aparente justificación.
En la estética del sumidero de Bong Joo-Ho, la presencia del poder es contundente, bajo la imagen focaultiana de que aparentemente la ley y el orden no tienen un afuera que los contrarreste. Es el momento del fraude y del acomodo, si acaso podemos aceptar la división territorial o la grieta, como ahora se la denomina, para entender la estructura social. Son las anamorfosis temporales como recurso narrativo, que se descomponen como rupturas o repeticiones.
La familia Kim compuesta por el padre, la madre y dos hermanos sobrevive en algún barrio marginal, sin condiciones y sobre todo sin esperanzas. Es un departamento que está bajo el nivel de la calle y expuesto a muchas eventualidades, por ejemplo que salten los orines de algún transeúnte borracho que hace sus necesidades al filo de la ventana o de que un imprevisto aguacero inunde el lugar, lo que a la larga termina ocurriendo. La familia Park, en cambio, es la cara opuesta: opulencia consagrada por el sistema, una casa en algún lugar exclusivo de la ciudad dotada de grandes comodidades, indicativo de un exceso tan compulsivo como obsceno.
Ambas familias constituyen las entidades que hacen funcionar el conflicto y que además dan cuerpo a la historia. Porque cada familia define los rasgos contingentes y los giros que tiene la película, como una metáfora de la ‘lucha de clases’ en una sociedad del desperdicio y de la información condicionada. Como si aceptar o negar la lucha de clases pudiera constituir la reserva infinita de la ‘revolución o del cambio’. Sin embargo, lo que atrapa nuestra atención es el uso de los clichés o de los estereotipos, pero como discrepancia, para ver a los personajes siendo las fichas que se mueven en medio del disparate familiar y social que esas mismas figuras pretenden explicar o negar.
En la discrepancia entre esas imágenes con la realidad radica la contundencia de la película de Bong Joo-Ho, que se aparta de los lugares comunes para plantear el discurso de quiénes serían los verdaderos parásitos. La familia rica y sus invitados que entienden la servidumbre a su arbitrio. La familia Kim que se apodera virtualmente de la casa de los Park y establece temporalmente sus reales. La ex ama de llaves que también reclama sus derechos porque llegó antes y por eso el acto cometido -la usurpación de los otros- constituye un hecho infame y la falta perpetrada en el fragor del conflicto, solo marca esa falsa disputa que termina con los asesinatos del dueño de casa, de la ex ama de llaves, de su marido que ha salido del refugio antiaéreo, y la hija mayor de los Kim.
No se puede perder de vista los pormenores que expone la película con marcada exactitud cinematográfica: los lugares donde se inscriben los avatares de ambas familias; lo siniestro como experiencia y práctica al encontrarse con el otro y sus ‘olores’ (el padre de los Kim les dice a sus hijos y a su esposa que deben dejar de compartir la misma colonia para poder diferenciarse) y que devela la impostura de las formas que tiene la democracia y el doble sentido de la equidad que pregona el sistema capitalista.
También está el hecho de que una vez consumados los acontecimientos, el retorno al orden vuelve a marcar los límites del acto inicial que es, en definitiva, el argumento crítico de la película: los cambios jamás se podrán ‘metabolizar’ mediante la falsa ruptura con el pasado ni tampoco por la simple ‘resurrección del ser humano’ que heredará la nueva vida de la nada.
O que debamos, por último, aceptar que la maltrecha democracia occidental y cristiana y el capitalismo es un solo cuerpo infectado por parásitos que de manera gozosa y satisfecha intenta liberarse de su propia e inexorable podredumbre, que constituye casi siempre esos montones de excreciones de los incondicionales con los cuales se retroalimenta el propio sistema. Y entonces miramos de soslayo lo que ahora mismo sucede en el país con nuestra democracia representativa y con ‘el gobierno de todos’ repleto de parásitos transitorios.

Por Editor