Carol Murillo Ruiz
El gobierno actual cumplió un año y más, y en las últimas semanas ha terminado de sacarse las múltiples caretas que tenía para marear al Ecuador. Su propuesta económica, sobre todo, resumida en la Trole 3 (que muchos especialistas dicen que no es un ‘proyecto económico’ en rigor sino medidas con dedicatoria para sus más fieles auspiciantes políticos) descarta la visión de que este es un régimen progresista, en el mejor de los casos.
La aprobación de la Trole 3 por parte de la Asamblea Nacional en medio de un muy bien disimulado aquelarre político demuestra que el camino a seguir pone en peligro la estabilidad económica y política del país; amén de las elucubraciones sobre el destino del Ejecutivo una vez que se empiecen a sentir los efectos de tales medidas.
Pero lo que llama la atención en realidad es que frente a un golpe tan diestro y siniestro la sociedad ecuatoriana guarde silencio y no se anime a decir qué mismo pasa en un gobierno que tiene en su seno personas que no comulgan con ideas y tesis sobre la racionalización del Estado bajo la receta neoliberal y más bien den esperanzas de que lo decidido en economía es bueno para todos. Ese silencio político y social es escabroso también para todos.
Se puede entender que los políticos tradicionales, los medios y un grupo variopinto de empresarios estén felices por las medidas, pero no se entiende que los partidos, movimientos y sectores de izquierda, sociedad civil organizada en colectivos dinámicos y otros grupos de ciudadanos conscientes del objetivo gubernamental de retomar la iniciativa privada como eje articulador del eclipse de las políticas públicas –incluidas las económicas- desaparezcan solo porque el único fin de semejante alianza es matar al correísmo o su proyecto político. Pensar y actuar así únicamente consolida la idea de que en el Ecuador no prima la visión racionalista del Estado –como se quiere hacer pensar- sino la práctica oligárquica de convertir al Estado en una sucursal de los intereses privados que usan su corpus institucional para legitimar un modelo empresarial de negocios y no uno de interés colectivo.
Pero insisto, preocupa el silencio de quienes sí saben lo que está pasando en términos de país/sociedad. Son pocos y con aprensión los que se te atreven a desnudar la Trole 3 y sus alcances políticos y financieros. Y otros que quieren hacerlo simplemente se erizan cuando ven que el acoso político y mediático les cae apenas abren un ojo y un poco la boca, mientras el resto bendice las medidas y la correlación de fuerzas políticas disminuida de los que en verdad podrían ser la oposición más coherente ante el escenario actual.
¿Por qué hablan poco y se visibilizan menos? Hay gente que sí habla y escribe; pero su legitimidad social y de experticia en los temas cruciales del Ecuador ha sido tan desgastada, humillada y casi vencida por el ataque de los viejos políticos y su plataforma mediática que casi no existen. Otra vez la inferencia que parecía superada: solo existe lo que los medios –los hegemónicos- exponen y normalizan, o sea, aquello que concierta obligatoriamente con la hegemonía política y económica de hoy.
Ahora, ¡qué pesar!, solo existe la bondad del gobierno y su titular… en cualquier decreto que firme. Tal estrategia política y de comunicación ha dado frutos porque es muy ventajoso combinar la figura del Presidente con el propósito de moralizar. ¡De modo que la política se ha convertido en una misión apostólica! Por eso varios analistas y radiodifusores mascullan cada día la consigna de que se debe apoyar a Moreno como a un apóstol de la moral pública; aunque hasta los más rancios opositores de Correa ya ven en esa postura una forma de aniquilar a Lenín Moreno, porque creen que se lo debe apretar más, es decir, para que realmente éste sea útil debe cortar el cordón umbilical correísta que todavía lo hace sospechoso y tardío en su accionar oficial. No basta con que el gobierno y el Consejo de Notables –elegido a dedo por el Ejecutivo- haya emprendido la persecución política y judicial más grande la historia ecuatoriana, no, no basta. Lo político debe supeditarse a lo económico, parece exclamar uno que otro poderoso, y ya puso un relativo ojo avizor Guillermo Lasso cuando su partido no votó por la Trole 3 en la Asamblea Nacional, pero nadie le ha dado mucho crédito porque su alerta viene precisamente de su interés económico particular y de su ambición política presente y futura. Sin embargo, allí está una señal clara de las disputas económicas de los grupos de poder regionales, que no se ven en los medios ni conviene que se vean para dejar tranquilos a los que gobiernan hoy con la vara del mediano plazo.
El silencio tiene su precio. Va siendo hora de que se sepa por qué los que sí hablan y apoyan al régimen actual lo hacen y justifican, y los que callan se benefician y lo benefician. Y los que escriben analizando y ubicando sus bemoles y perversiones son ensombrecidos por el halo del nocivo escrúpulo anticorreísta.
La eficacia de la política gubernativa radica, en esencia, en el control de los silencios de adentro y de afuera. De adentro, por ejemplo, es informar parcialmente sobre las decisiones de Carondelet. De afuera, es parapetarse en los medios aliados para relativizar cualquier crítica seria y sobria sobre la innegable manera de gobernar exclusivamente para algunas élites.
Ojalá el silencio de los dizque inocentes no sea para siempre.