Martes 01 de enero. Laura fue apuñalada hasta la muerte con un arma blanca en Santo Domingo de los Tsáchilas. El asesino era su esposo.

Martes 01 de enero. Diana de 31 años fue asesinada a puñaladas en Manta. El victimario era su conviviente.

Lunes 07 de enero. Silvia de 27 años fue asesinada con un arma blanca en Portoviejo. El criminal era su conviviente.

Domingo 11 de enero. ´Martha´ de 35 años fue brutalmente violada por tres hombres, quienes además la penetraron con botellas, vasos y palos de billar, en la ciudad de Quito. Dos de los agresores eran sus ´amigos´.

Martes 15 de enero. Una menor de ocho años fue abusada sexualmente en Chimborazo. El violador es su tío político.

Sábado 19 de enero. Diana fue asesinada, tras noventa minutos de angustia, en Ibarra. El criminal era su pareja sentimental.

A tan solo veintiún días de iniciado un nuevo año, el Ecuador ha sido escenario de múltiples y dolorosos crímenes contra la vida de mujeres y niñas. Estos hechos, especialmente, el caso de ´Martha´ y Diana, ocurridos la semana pasada, han generado repudió colectivo por parte de la ciudadanía.

Bajo las consignas “Justicia para Martha” y “Todos somos Diana”, en las calles y redes sociales, millones de personas han manifestado su indignación frente a lo ocurrido. La presencia masiva de hombres y mujeres en la convocatoria del día domingo 20 de enero, que tenía como finalidad exigirle al Estado que no quede en la impunidad el atroz crimen contra ´Martha´, a primera vista podría parecernos reconfortante, pues en principio daría cuenta que la sociedad rechaza tajantemente la violencia que se da en nuestra contra. Sin embargo estas consignas se han visto mezcladas con muchas otras que, por un lado, relativizan la violencia de género (“no es hombres contra mujeres, es gente buena contra gente mala”) y por otro, patologizan al victimario como si se tratase de “hombres dementes” y no hombres han sido socializados en una cultura sexualmente violenta con nosotras y que por ende tienen naturalizado el machismo al punto de matar a una mujer bajo la justificación de que era “suya”. En este contexto se (re)abre varias discusiones y se generan múltiples interrogantes. La primera respecto a la causa de la violencia contra las mujeres y la segunda sobre la solución que se plantea para que no se vuelvan a repetir estos actos.  

Los hechos citados, más los 600 feminicidios ocurridos los últimos cuatro años, además de las 14 mil mujeres que fueron violadas entre 2015 y 2017 y los cientos de dolorosos crímenes que las víctimas han preferido mantener en la sombra, no pueden pensarse desde las patologías individuales de los agresores. Si bien, estos crímenes pueden generarse por un desorden mental de los victimarios, el que estos delitos sean llevados a cabo sistemáticamente (como lo muestran las cifras), sobre los cuerpos feminizados, mujeres y niñas, dan cuenta de una estructura que está operando en la sociedad y además se legitima en todos los niveles: los programas de televisión, la música, la pornografía, etc.

La antropóloga feminista Rita Segato, sostiene que “el problema de la violación, es en gran medida, el problema de la masculinidad, y es este el que debe ser entendido si queremos resolver algún día el primero”. Esta autora, después de haber trabajado en cárceles de Brasilia con presos por violación, acuñó el concepto “mandato de masculinidad” para hacer referencia a una estructura, parafraseando  a Bourdieu, estructurada y estructurante, que obliga a los hombres a demostrar continua e incansablemente, incluso en contra de su voluntad, su potencia y su dominio para poder titularse como tales.

Este mandato no se hace presente únicamente en los casos de violación y femicidio que constituyen “la extensión de la conducta normativa masculina, el resultado de la adaptación a los valores y prerrogativas que definen el rol masculino en las sociedades patriarcales”, sino también en “obligatoriedad” de que los hombres no expresen sus emociones (menos si es en público), de que solucionen sus problemas a golpes o de que sean ellos quienes lleven “las riendas” del hogar. Todo lo que esté por fuera de este mandato que se reactualiza en la interpelación de la sociedad, es condenada por la misma.

No señores, con este enunciado no estoy ubicando a todos los hombres como violadores o femicidas (como desde la más insultante xenofobia se ha generalizado a las personas de nacionalidad venezolana como criminales), al contrario, intento explicar la existencia de una estructura social que exige a los hombres cumplir con el mandato de género que le ha sido asignado. Sin embargo, esta no opera como una determinante en todos los casos, dado que los sujetos tienen capacidad de agencia, a partir de la cuál se genera reflexividad y elección de obedecer o no dicho mandato.

Es en esta reflexividad donde reposan las llamadas “nuevas masculinidades” como alternativa a una masculinidad hegemónica donde, en palabras de Segato, la primera víctima es el hombre, y que se ha caracterizado por ser violenta no solo con las mujeres sino también en el trato con sus pares.

Así, combatir un fenómeno de tal complejidad exigiendo al Estado (patriarcal, dicho sea de paso, que desfinanció el plan para la erradicación de la violencia de género) que aplique penas más altas o cadena perpetua, seguramente no será la solución que ponga fin a las múltiples formas de violencia a las que estamos expuestas las mujeres todos los días, teniendo en cuenta, además, que el sistema penal y penitenciario es un fracaso. Muestra de ello es el hacinamiento, las torturas, la corrupción y los tratos inhumanos en las cárceles. En estas condiciones, ¿cuál es la posibilidad real de “reinserción social” de las personas privadas de libertad?, ¿cómo romper con la criminalidad en un entorno plagado de violencia?

Estas líneas en absoluto intentan deslegitimar el clamor de justicia absolutamente legítimo de las víctimas, sus familiares y la sociedad en general, ni convertirse en una “defensa” de los agresores; al contrario, intento cuestionar los blanco y negro de estas posiciones con el fin de ensayar una solución más justa para todos y todas desde el feminismo antipenitenciario (lugar desde el cual me enuncio). En este contexto, es fundamental abrir el debate en torno a la impunidad, el punitivismo y la justicia para no caer en el populismo penal que dejará más saldos en contra que a favor.

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