David Chávez
En los años de la consolidación de la Asociación Internacional de Trabajadores y de la Comuna de París se fue extendiendo la imagen de un Marx conspirador y autoritario. Coincidían los liberales, los conservadores y los anarquistas en esa apreciación. La sublevación de los trabajadores de París habría sido dirigida desde Londres y la depuración de la Internacional, que terminó con la expulsión de Bakunin y los anarquistas, era producto de la tendencia dictatorial de Marx y los “marxianos”. Luego del Congreso de La Haya de la Internacional tanto la policía secreta francesa como Bakunin y Podolinski advertían del peligro que representaba Karl Marx. Tanto las policías secretas como los anarquistas fueron “compañeros de camino” permanentes en la vida de Marx.
El retrato de Marx que dejan los testimonios de amigos y detractores habla de una personalidad impactante. Una inteligencia excepcional y una enorme erudición, sumados a una imagen “distinguida” marcada por su barba y su cabellera exuberantes. Según esas opiniones ni su aspecto ni sus modales parecían coincidir con la imagen del “hostil revolucionario” que la prensa de la época difundía. De igual modo, vehemente e incisivo, con un vertiginoso talento para la diatriba y la ironía. Una anécdota contada por Franziska Kugelmann señala que su madre le llamó la atención sobre sus gustos aristocráticos y lo difícil que le resultaba imaginarlo en una sociedad de igualdad. La respuesta de Marx le dio la razón, él mismo no se imaginada en un mundo así, pero ratificaba su absoluta convicción de que esos tiempos vendrían, aunque él ya se habría ido.
Pero la otra cara del Marx “distinguido con gustos aristocráticos” es la del Marx proletarizado. Las dificultades económicas –al igual que las policías secretas y los anarquistas- lo acompañaron toda su vida. En una paradoja conmovedora, durante los años en que hacía sus más importantes descubrimientos sobre el mundo capitalista tres de sus pequeños hijos morían por enfermedades relacionadas con la pobreza. Eran los años en que Marx pasaba el día entero en la biblioteca del Museo Británico estudiando y tomando notas de libros que no podía comprar para luego dedicar las noches a la bohemia y a la escritura. La incondicionalidad de Jenny y Engels, compañera y amigo de toda la vida, fue decisiva para sortear aquellas dificultades.
Ciudadano del mundo, como se veía a sí mismo, poseía un pensamiento heterogéneo y abarcador. Conocedor de varias lenguas europeas, el mejor descifrador de Hegel y la economía política inglesa, adorador de Balzac, Goethe, Cervantes y Shakespeare, profundo conocedor de la filosofía griega, apasionado por la música de Bach, admirador de la teoría de la evolución de las especies de Darwin, muy atento a la creatividad revolucionaria de la política francesa, resuelto defensor de las causas anticoloniales y esclavistas. Equivocado también en su intento de pensar el mundo, ¡cómo no!, como en su conocida desvaloración de Bolívar. Pero, esta amplitud reflexiva convierte a Marx en el “espíritu del mundo” como tan acertadamente tituló su biografía Jacques Attali. La manoseada idea de que Marx se nutre de las famosas “tres fuentes” señaladas por Lenin no tiene sentido si no se logra ver que su esfuerzo radica en conjugarlas en la teoría siguiendo los pasos de lo que él creía estaba ocurriendo en la acción política subversiva. La crítica teórica supera la fragmentación del saber para restituir la totalidad y el proletariado como negación social absoluta recompone una acción política totalizante.
¿Marx es el espíritu del mundo del siglo XIX? Pues no solo eso, es el espíritu del mundo moderno en general. Marx es un agudo observador de la novedad que implica la modernidad y de su fundamental carácter contradictorio, de su irracionalidad. Y es eso lo que define la vigencia de su reflexión sobre la sociedad capitalista. Se puede decir que esa interpretación tiene dos significativos descubrimientos. Por una parte, Marx logra exponer cómo en la sociedad moderna predomina un tipo de dominación enteramente nuevo: el que ocurre por efecto de formas sociales abstractas, despersonalizadas y dispersas, el capital precisamente representa eso. En consecuencia, Marx sostenía que los capitalistas concretos no son más que “personificación de categorías económicas”. Esta peculiar condición implica una pérdida progresiva de la soberanía política de la sociedad, el capital se instaura como un mecanismo ciego y automático que se torna incontrolable desde la conciencia y la acción colectiva.
Por otra parte, Marx descubre que en la sociedad moderna la única dimensión que niega, en su existencia social práctica, esa condición de dominación, es el proletariado. El trabajador moderno es “pura actividad”, el capital lo reduce a eso luego de un largo proceso histórico de subordinación. Su proyección objetiva en el mundo consiste en su capacidad de despliegue de fuerza física e intelectual. En esto reside la desposesión del trabajador moderno, en la expropiación que se hace de su “creatividad social”. Se le expropia su relación activa con el mundo de las cosas y se lo empuja a una relación pasiva con ellas. En cierto modo, sobre todo en la etapa de El capital, Marx parece pensar que la revolución comunista depende de que esa condición social de “puro gasto de energía”, en la que se ha convertido el trabajador, se transforme en posibilidad política y restituya ese vínculo activo con el mundo objetivo que ha sido creado por el “trabajador colectivo”.
De ahí que Marx no se extravía en la crítica unilateral de la modernidad, el fascinante mundo moderno –su ciencia, su tecnología, su literatura- es creación del proletariado. El mundo moderno sería patrimonio de la humanidad entera y no solo de la burguesía, el proletariado es así la representación de la universalidad humana por su condición negativa, por su desposesión. Por esta razón, Marx no es un anti-moderno; por el contrario, es –como lo sostiene el sociólogo Göran Therborn- “el crítico más leal de la modernidad”, puesto que mira con una sorprendente claridad las aperturas emancipatorias y las tendencias destructivas y opresivas que coexisten en la sociedad capitalista.