Por Orlando Pérez

Sospecho desde hace rato que las protestas sociales en Ecuador dejaron de ser lo que eran. Es decir: una gran movilización humana, pero ante todo emocional para ilusionar un cambio real y una gran dosis de creación política e intelectual desde la perspectiva popular.

Y algo de eso tuvo Octubre de 2019, a pesar de la persecución y el hostigamiento estatal, que terminó en uno de los eventos de mayor represión y de delitos de lesa humanidad. Incluso, quienes lo vivimos de cerca sentimos que se abrían unas “amplias avenidas” para trastocar el régimen de entonces para potenciar la idea de cambiarlo a favor de un mejor escenario democrático.

Nadie niega que para los jóvenes menores de 30 años fue una gran experiencia en toda su complejidad. No solo sintieron, por primera vez, la fuerza real y concreta del “neoliberalismo armado”, sino el sueño de tomarse el poder como en su momento ilusionaron las caídas de Abdalá Bucaram, Jamil Mahuad y Lucio Gutiérrez.

Al mismo tiempo hubo otro aprendizaje de doble vía: la Fuerza Pública usó nuevos mecanismos de represión y la resistencia social se asentó en la confrontación directa sin liderazgo concreto ni partido organizador, a pesar de que muchos crean que la Conaie conjuró todo desde una estrategia planificada con anticipación. Igual, el aparato mediático conservador aprendió o reactualizó lo que hizo estos últimos cuatro años: estigmatizar todo culpabilizando al correísmo de lo mínimo y lo máximo, de lo que se imaginaron y lo que recibieron de los órganos de inteligencia.

Claro, el desenlace de “La Revuelta de los Humildes[1]” fue frustrante. Al cerrar el diálogo entre Lenín Moreno y la Conaie muchos respiramos y nos encogimos. Lo que vino después fue peor y con la pandemia se quedó truncado todo el imaginario de los grupos sociales de reactivar una presión para impedir la profundización del neoliberalismo (a diferencia de lo que hicieron los chilenos). Y esa frustración podría explicar también el resultado de las elecciones del 2021 y lo que ahora ocurre con los llamados a salir a las calles sobre la misma plataforma: eliminar el incremento de los combustibles mes a mes.

Desde hace varios días escucho (en varias reuniones y foros de zoom o de “Espace” de Twitter) que octubre es la gran ocasión para movilizar a los sectores sociales y populares. Y todo esto en consonancia con la recordación de lo que fue la protesta social de hace dos años.

Y parecería que para algunos sectores, organizaciones y dirigentes las movilizaciones son un fin en sí mismo. Hoy miércoles 6 de octubre de 2021 camino por las avenidas de Quito y observo la “protesta callejera” de una organización popular y otra de un grupo de ciudadanos frente a una entidad pública. Observo, escucho y detecto un desánimo, casi una angustia, en concreto porque quienes la dirigen y participan saben que no lograrán su objetivo. Se nota que su accionar es más una expresión de fe que una tarea objetiva para resultados concretos.

Incluso, llego a pensar -sobre todo viendo el rostro de los dirigentes- que con la protesta callejera ni siquiera han pensando cuánto pueden ganar efectivamente. “Es un proceso de acumulación. Ya vendrá el momento de la victoria”, dice uno de ellos al consultarle si con esto imagina un cambio real en la situación por la que protestan. Me mira con sospecha y enfatiza: “Ya están dadas las condiciones”.

Y me pregunto a cuáles se refiere y para qué están dadas. ¿Para cambiar el modelo, el sistema o por lo menos la normativa que les invoca a gritar? ¿Qué piden? ¿Solo eliminar el incremento de los combustibles y la destrucción de las políticas públicas que empezó con Lenín Moreno? ¿No fue a él a quien apoyaron (directa o indirectamente) con su inmovilidad cuando ejecutaba las directrices del FMI o ahora con sus “votos ideológicos” para evitar el “retorno del correísmo”?

Además, observo que estas protestas se convierten en sí mismo en un performance donde los dirigentes posan para la foto, piden cerrar el ángulo para que no se vea la escasez de participación y de apoyo, pero también en expresiones faciales impostadas que reproducen una estética ya agotada de una indignación, que siendo real se agota en su reproducción constante.

Pero no se trata de cuestionar la protesta en sí mismo, mucho menos considerar como inválida la llamada acumulación de fuerzas o desdibujar la posibilidad de la creación de condiciones. La pregunta de fondo es: ¿después de la protesta qué?

Esta reflexión nace también tras repasar las intervenciones de Guillermo Lasso y Leonidas Iza luego del encuentro en Carondelet del pasado lunes 4 de octubre. Los dos personajes dieron la versión de la cita, pero también ambos lanzan dos escenarios:

1.- La movilización de la Conaie, a partir de un recurso constitucional: el derecho a la resistencia. Y con ello la advertencia de que “Octubre del 2019 Vuelve”.

2.- No habrá más diálogos, ya se hizo lo formal, no se llegó a nada y todo lo que venga en adelante ya queda en manos de los órganos de “control y seguridad” (en caso de violentar la paz callejera).

Todo esto además porque la protesta tradicional se agota y, por si fuera poco, genera desesperanza en la mayoría de ciudadanos, a partir de una reflexión de sentido común: no pasa nada, todo sigue igual o peor. Mientras tanto, las acciones gubernamentales (y sus inacciones) agudizan la precariedad económica y social, la emigración, la violencia e inseguridad.

Parecería que en ese sentido la expectativa es el fracaso, en todas sus letras. A diferencia de lo conquistado por los movimientos feministas, con victorias concretas, ¿cuál es el objetivo real, práctico y concreto del movimiento social? ¿Devolver el subsidio a los combustibles? ¿Y después de eso?

En Chile la protesta dio como resultado una asamblea constituyente para cambiar la Constitución pinochetista y también otro acuerdo o pacto social para, al menos, mejorar el sistema democrático, sin llegar a las grandes transformaciones estructurales que algunos, con justa razón, aspiran hacerlo por la vía pacífica. Pero acá no se percibe qué mismo quieren algunos dirigentes u organizaciones. Y a pesar de que las demandas suenan y se perciben como justas, no llegan a convencer los métodos y las herramientas para su concreción. Por lo mismo, hay que devolverle a la opinión general las nociones reales y básicas de una protesta, no solo de una movilización puntual. Si no, en la práctica, es dar vueltas en círculo y sin convertirse en una espiral. Salvo por algo que puede modificar la agenda política nacional: la destitución de Guillermo Lasso por cuatro causales que ha detallado Andrés Arauz: evasión de impuestos, testaferrismo, perjurio y falta de ética, a propósito de los Papeles de Pandora.


[1] Título del libro del cual fue su editor, publicado por Ruta Kritica, donde se recogen ensayos, testimonios y crónicas del levantamiento popular en contra del gobierno de Moreno, desde el 1 al 13 de octubre.

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