Por Rodrigo Rangles Lara

El hegemón norteamericano, empecinado ciegamente en subvertir la revolución cubana, suma ahora un dolor de cabeza al afrontar la presencia de un nuevo gobierno de corte antineoliberal, en el Palacio de Pizarro, en Lima.

Los estrategas geopolíticos de Washington piensan, equivocadamente que, liquidando el socialismo de la Habana, con su genocida bloqueo de 60 años, van a frenar los anhelos de cambio del inhumano capitalismo neoliberal, como demostró el pueblo peruano elevando a la primera magistratura al progresista maestro y campesino Pedro Castillo.

Según la lógica de la ultraderecha norteamericana: eliminar el “mal ejemplo cubano” garantiza la continuidad de su dominio en la región, en tanto la dura y cruda realidad demuestra que sus operaciones, abiertas o encubiertas, para evitar el “contagio,” tarde o temprano, se superan.

La historia demuestra que el cerco comercial, financiero, diplomático causa severos daños materiales y psicológicos a la población; pero, es impotente e inservible cuando pretende frenar la irradiación de ideas y, más todavía, si tienen sabor a independencia, liberad, justicia social, soberanía.

Pregunten a Venezuela que, torpedeado desde Washington y con cerco parecido al cubano, va indetenible hacia el socialismo. Pregunten a la pequeña Nicaragua que, burlando mil triquiñuelas de organismos de inteligencia norteños, construye otra sociedad, inspirado en el guerrillero independentista César Augusto Sandino o el inspirador del Frente Sandinista, Carlos Fonseca Amador.

La semilla sembrada por el Ché, en Bolivia, no pudieron castrarla matando al guerrillero, cortando sus manos, desapareciendo sus restos. Golpes de Estado, déspotas gobernantes sumisos al imperio – civiles o militares – asesinato de líderes sociales, chantajes económicos o políticos sufrieron los bolivianos que hoy, luego del golpe anti democrático mentalizado desde la OEA y Luis Almagro, rescataron su soberanía a costa de sangre y retomaron la construcción de una nueva sociedad humana y justa.     

En las décadas de los 70 y 80 del siglo pasado, vivieron una dura etapa Chile, Argentina y Uruguay, con dictaduras sangrientas, al tenor del “Plan Cóndor”, ideado y dirigido desde el Departamento de Estado, con la ayuda de las castas dominantes nacionales que, en la actualidad, están desesperadas tratando de evitar el camino hacia el progresismo.

Argentina, con Alberto Fernández en el poder, intentando restaurar preceptos democráticos y superar el desastre económico y social dejado por el corrupto ultra derechista Mauricio Macri, proveedor de armas y municiones en apoyo a la golpista boliviana, Jeanine Añez.

Multitudinarias e incontenibles manifestaciones, en Chile, contra la herencia de la “democracia pinochetista”, obligaron a los indolentes gobernantes, presididos por el corrupto empresario neoliberal Sebastián Piñera, a iniciar un proceso constituyente, con amplia participación izquierdista que busca cambiar su larga historia neoliberal plagada de crímenes e injusticias.

En Uruguay, errores políticos estratégicos del gobierno izquierdista Frente Amplio y de su líder Tabaré Vásquez, facilitaron el acceso presidencial a Luis Lacalle Pou, del derechista Partido Nacional, hijo ideológico y sanguíneo del ex presidente Lacalle Herrera, para quién “el capitalismo es normal e inherente al ser humano” y “el socialismo es hambre y dictadura”.

En este juego y rejuego de avances y retrocesos de irreconciliables intereses entre los dueños del gran capital y los desposeídos, contamos con países que lograron instalar gobiernos progresistas – Ecuador, por ejemplo – virados hacia la derecha a golpe de traición y trampas; u otros, entregados de cuerpo y alma a Estados Unidos, como Colombia, viviendo en estas semanas masivas manifestaciones de descontento contra “el narco- estado uribista”, en medio de brutal represión.

Tras un proceso digno de novela, donde el dirigente obrero  Ignacio Lula da Silva, pasa de villano prisionero a víctima de la mafia política brasileña – tras develarse el truculento montaje jurídico llamado “lava-jato”- le abre el paso, con amplio apoyo popular, a una nueva candidatura presidencial que le llevará a reivindicar derechos populares conculcados por el recalcitrante derechista Jair Bolsonaro, aliado incondicional de la geopolítica norteña.

Nuevos aires soberanos soplan sobre México, desde que Andrés Manuel López Obrador llegó a la presidencia de ese país “lindo y querido”, devastado por corruptos gobiernos “priistas” o “panistas”, viejos aliados del narcotráfico y colaboradores incondicionales de su vecino inglés.

AMLO, como le dicen cariñosamente sus seguidores, junto a mandatarios de Venezuela, Argentina, Bolivia y el nuevo Perú, desarrollan contactos conducentes a revivir la Unión de Naciones de América de Sur (UNASUR), un proyecto integracionista autónomo e independiente que intentaron desaparecer gobiernos derechistas sumisos a Washington.

La celebración del natalicio de nuestro Libertador Simón Bolívar constituyó el escenario ideal para que López Obrador, en un gesto necesario a la salud política de la región, proponga “sustituir la Organización de Estados Americanos (OEA), por un organismo verdaderamente autónomo, no lacayo de nadie”, despertando el entusiasmo independentista de notables latinoamericanos que proponen rescatar la CELAC, con ese propósito.

Es lógico que la ultra derecha norteamericana, sus organismos de inteligencia y los poderes fácticos aliados, insistan tozudamente revertir los avances progresistas en la zona y arrecien, con mayor o menor intensidad – según las circunstancias y condiciones – con su guerra de nueva generación, usando inmoralmente armas económicas y mediáticas, como es su costumbre.

Y, en caso de que esas abusivas, ilegales y dictatoriales medidas fracasen, no se puede descartar una loca y desesperada intervención militar que encendería la llama de una hoguera difícil de apagar, con dolorosas y desastrosas consecuencias para la humanidad entera.   

02.08.2021

Por Editor