Por Rodrigo Rangles Lara
El muñeco de madera – al que dio vida el cuentista florentino Carlo Collodi – alarmado ante el crecimiento desmesurado de su nariz, producto de las constantes mentiras, comprendió que, de continuar con la farsa, desgraciaría su existencia y decidió cambiar para honrar la verdad.
Un cuento es un cuento y los lectores festejamos las hadas transformadoras construyendo lecciones de vida; pero, la dura realidad nos enfrenta a personajes de carne y hueso que, como nuestro presidente Guillermo Lasso, es un irredento falsificador de la verdad.
A pocos meses de gobierno, la lista de mentiras es infinita y resultaría cansino enumerarla; sin embargo, solamente debemos comparar las ofertas del candidato de Creando Oportunidades (CREO) y las acciones concretas del banquero sentado en Carondelet, para concluir que las dos facetas de un mismo Lasso nos ponen ante la imagen de un mitómano.
Esa tendencia permanente a desdibujar la realidad con grandilocuencias, como cuando acusó a Rafael Correa de haberse robado 70 mil millones de dólares, es precisamente un signo de mitomanía, como lo es también el incremento progresivo de la magnitud de las mentiras, con el pasar del tiempo.
Con la irrefrenable ambición de alcanzar el poder y calificar su candidatura presidencial, juró que nada poseía en los paraísos fiscales y, a la vuelta de pocos meses, le estalla los Papeles de Pandora con toda su carga de inculpación, refrendada luego tras una seria investigación a cargo de la Comisión de Garantías Constitucionales.
Cuando a un mitómano se le descubre la mentira reacciona bajo la máxima de que “la mejor defensa es el ataque” y culpa otros de los males provocados con su falsía. Así tenemos que el único y directo responsable de provocar una crisis de gobernabilidad y desestabilizar la institucionalidad democrática, pretende erigirse como la víctima de unos malvados 600 periodistas extranjeros que descubrieron sus exuberantes riquezas en Dakota del Sur o 145 propiedades en Mami.
Y ese perjuro, promotor de testaferrismo y evasor sistemático de impuestos – que con sus mentiras se auto impuso una bomba política, atentatoria a la inmerecida banda presidencial- acusa de conspiradores, golpistas o antidemocráticos a quienes desentrañan la verdad, reclaman la sanción prevista en las leyes, para él y sus cómplices.
Bien sabemos que la mentira es un refugio frente a la realidad y que los mentirosos son personas intérpretes de esa realidad con otros ojos, con ojos que les conviene. Al respecto, el neurólogo Ernest Dupré clasifica la mitomanía en cuatro vertientes: vanidosa, errante, maligna y la perversa.
Algo de las tres adolece nuestro protagonista; más, pondremos atención en la mitomanía perversa que, según Dupré, existe cuando se miente para estafar. Se trata de un mitómano especial que se gana la vida con el engaño y se dedica a ello, profesionalmente. Es una persona consciente de la mentira y sus consecuencias. Es un perfecto simulador y lo hace buscando el lucro personal o conseguir una determinada meta.
Si en las altas esferas de la vida pública y política encuentran a alguien parecido con el perfil diseñado por el científico neurólogo, seguramente, es pura coincidencia; pero, para desgracia del país, desde hace casi cinco años, el Ecuador ha sufrido gobiernos sustentados en la mentira, respaldados por una prensa y periodistas de iguales características que, atendiendo los intereses de los grupos de poder, destruyeron la esperanza del pueblo en procura de alcanzar una vida digna.
El mentiroso patológico profesional, además, no siente culpa ni compasión por los daños ocasionados a causa de sus acciones y sigue su vida tranquila y campante, porque se siente cómodo mintiendo e incómodo al decir la verdad.
Víctimas de esas indolentes características del mitómano son los agricultores, maestros, estudiantes, indígenas, médicos, profesionales, políticos y buena parte de la población que creyeron en los cantos de sirena del postulante presidencial y, ahora, se sienten estafados porque sufren, en carne propia, la consecuencia de su ingenuidad cuando sus reclamos son ripostados con violencia policial y cárcel.
Sorprende, sin embargo, que alguno de los seguidores del presidente, imbuidos del odio sembrado a fuerza de repetir mil veces, incontables mentiras, defiendan lo indefendible gritando “¡Déjenlo gobernar!” o “Con su plata puede hacer lo que le venga en gana” frases que suenan, más bien, a ¡Déjenlo delinquir! Con lo cual, cobra vigencia el aserto del famoso escritor Mark Twain: “Es más fácil engañar a la gente, que convencerlos que han sido engañados”.
Los necios hechos van demostrando que el presidente tuvo la “genialidad” de elevar la mentira a política de Estado y meterse en un círculo vicioso que amenaza dejarlo aislado de respaldo, y sin salida, en el laberinto de sus propios falsos decires. Bien señalaba el poeta británico Alexando Pope:” El que dice una mentira no se da cuenta del trabajo que emprende, pues tiene que inventar otras mil para sostener la primera”.
La impronta popular sostiene, en cambio, que: “En la boca del mentiroso, lo cierto se hace dudoso”, reflexión que viene al caso porque los apurados diálogos convocados, desde Europa, por el presidente Lasso, los ha deslegitimizado él mismo, empeñado en tirar por las patas de los caballos, su propia credibilidad.
La telaraña de mentiras le tiene atrapado y angustiado ante la certeza de una inminente destitución del cargo que, tal como pinta la situación, solo podrá evadirlo si más de un asambleísta sucumbe a los consabidos repartos del poder debajo de la mesa o a los encantos del hombre del maletín.
El Pinocho del cuento, salido de la mente del italiano Carlo Colladi, es una verdadera lección de vida que, lamentablemente, el protagonista de nuestra historia, nunca aprendió. El primero es un inofensivo personaje de madera; el segundo, un verdadero peligro para los ecuatorianos.