Porque no estuvo preparada pese a que fue una guerra anunciada. Era tan distante China que se tomó todo tan a la ligera como que «no nos llegará» o «cuando llegue actuamos». Muchos hablaban de la posibilidad de otro terremoto, un tsunami, lluvias excesivas, etc. E inclusive se hizo simulacros que solo demostraron que la foto y el ego deslumbrante estaban sobre la realidad de dudas que quedaban flotando en el ambiente.

Un terremoto es un solo golpe y de acuerdo a la magnitud son los muertos, sin embargo ello no hubiese sido posible atender pese a lo «bien que estábamos». Ahora hablamos de algo imperceptible que ronda por todos lados, que llegó y se propagó porque no hubo los famosos «protocolos», esos que desde enero fueron repartiendo mundialmente por cuanto ya se sabe cómo proceder ante estos casos, sin embargo en Ecuador solo mereció una mesita en el aeropuerto, un formulario que nadie llenaba (¿Tiene coronavirus?),  o la pregunta personal a cada pasajero que lo que quería era llegar a sus casas.

14 de febrero ingresó el caso más sonado de contagio, sus familiares afirman haber alertado y pedido ayuda pero nadie les hizo caso; claro, algo ocupaba más a la clase política y a los medios de comunicación que cada día llenaban sus noticiarios y primeras planas al «caso sobornos». No importaba lo que ocurría en el mundo, no importaba que en China extreman medidas, que en Alemania ya había infectados, que en Italia comenzaban a proliferar o que en España ya había muertos.

En Ecuador importaba todo menos el coronavirus. Llegó al punto de que Europa ya veía que se escapaba de las manos el control, incluso prohibió que los estudiantes acudan a clases, los espectáculos públicos, los partidos de fútbol con hinchas a costa de que se pierdan millones de euros por ingresos para los equipos. Acá sí importaba la crisis económica de Barcelona por ello el Gobernador haciendo gala de su «amor a la amarilla» publicaba un affiche y decía que el «enemigo más peligroso es el miedo». Fueron 20 mil personas al estadio, no hubo restricción alguna, se lo hizo hacía apenas un día que la misma ministra anunciaba la restricción a acudir a actos masivos.

No abundemos en cronología, pero todos ya lo tienen claro. Si es menester reflejar que la indiferencia, novatada, incapacidad o inexperiencia hoy cobra su factura. Si ya hubo el paciente 0, ¿por qué no se cerró el cerco epidemiológico en Babahoyo?, ¿dónde están las encuestas o registros de personas con posibilidad de contagio y el historial de desplazamientos?, ¿Por qué no hay una bitácora con personal médico o profesional que avale los protocolos seguidos? ¿Por qué el salto social: una familia clase media contagiada (Babahoyo)  y una familia de más alto estrato social (Samborondón) que esparció el virus en una fiesta?, ¿Por qué no hubo un mapa de incidencia, en donde se iba señalando cada sector de la ciudad en donde ya aparecían casos? (Esto hubiera permitido planificar cercos epidemiológicos y alertar a las ciudadanía y autoridades); ¿ Por qué no se previó sitios de aislamiento, de atención primaria, campamentos para gente desamparada, alojamiento para personal de asistencia inmediata, provisión de alimentos por sectores y de acuerdo a su condición económica (no todos necesitan el kit de ayuda, pero sí podrían pagar), y muchos ¿por qué?.

Hoy vemos que todo falla, que solo funciona en el imaginario y para las ruedas de prensa. Vemos la lenilidad de los medios de comunicación a los cuales ya la prensa mundial no les pide reportes pues quieren conocer la verdad, con «imágenes que pueden afectar la sensibilidad del espectador» y no creo que sea por morbo, sino porque si en Ecuador se sigue diciendo que no pasa nada ningún país y organización humanitaria va a querer ayudar. Ya las cifras alarman a los entendidos y aquí aún no se las valora, ni comprende su magnitud por estar dentro de un juego político de sembrar venganzas o imágenes de posible «vencedores» de la crisis y que esperan el premio del voto en las próximas elecciones. Ya no creemos en cifras oficiales disparadas por doquier, ni declaraciones líricas llamando al amor, la unidad y la comprensión pues hasta eso lo mataron al fomentar el regionalismo insinuando que Guayaquil debe separarse del Ecuador. Ya no creemos en cadenas nacionales con caras distintas y con guiones desarticulados, pues cada vez nos confunden o alarman: el ministro de «salud» diciendo que el virus está en el ambiente contradiciendo a la OMS, el gobernador del Guayas (nuevamente metiendo la pata) pidiendo toque de queda permanente y que originó otro foco de contagio, en fin.

Lo que vive Guayaquil es la suma de irresponsabilidades lideradas por quienes debieron buscar asesoramiento y actuar con tino. Una alcaldesa que manda a cerrar la pista del aeropuerto y cobijarse en un falso civismo. Funcionaros del Gobierno que recorren sectores populares entregando fundas con el membrete de Lenin. Militares y policías actuando al margen de la ley y que son aplaudidos por algunos que incluso han pedido «fusílenlos para que entiendan» cuando sí hay sanciones y drásticas que lo contempla el decreto de emergencia.

¿Pero sí saben dónde está el nuevo sitio de contagio? No está en mucha gente pobre y angustiada (no los noveleros irrespetuosos de las órdenes) que sale a las calles porque tiene a algún familiar que necesita ayuda inmediata, o los que tratan de conseguir alimentos o medicinas. El sitio de contagio masivo y que hoy es decisivo está afuera de todos los hospitales públicos o privados, afuera de los laboratorios que hacen pruebas, afuera de los centros de salud.

Todo el sistema de la red de salud pública está abarrotado en su interior y no es precisamente allí dentro el contagio, es afuera en donde cada día llega más gente sana o enferma con covid u otros padecimientos,  es allí donde al no recibir atención regresa a sus casas, recintos, cantones o provincias llevando el virus. ¿Alguien ha visto cercando los perímetros de los hospitales o descontaminando las calles aledañas, o prestando una ayuda mínima a quienes allí acuden?

Muchas personas sufren la muerte de sus familiares en sus casas y cada día acuden al Registro Civil o a los cementerios a buscar cupos para enterrar a sus seres queridos. Pasan horas de horas, son muchos y luego deben regresar a sus casas. ¿No creen que ese es otro foco infeccioso?

Nada está llevándose de manera profesional ni técnicamente, sin embargo, ese estribillo «se hace lo que se puede» no es un bálsamo para quienes hoy lloran la partida de muchos seres amados a quienes ni siquiera saben en dónde está su cuerpo o que lo han debido dejar en la calle o que no le han podido dar una sepultura digna. No hay justificación que valga, simplemente se juega con las estadísticas, con un montón de números, con echar la culpa a memes o tuits, cuando en realidad lo que hay ahora es un sentimiento de ira e impotencia que, Dios quiera, no explote y agrave la situación.

El corona virus no distingue condición económica, posición social o política, ni credo. Este virus no se aplaca con latigazos, con armamento, influencias o sobreprecios, ni cortinas de humo judiciales. Esta pandemia aún requiere de líderes, de sentido común, de verdaderos profesionales, demostraciones de humanidad con quienes combaten en primera línea y con los afectados, de imaginación y creatividad, de despojarse de la soberbia  y prepotencia que les impide pedir ayuda, de prudencia, de mucha solidaridad y de inagotable fe.

Por Editor