Por Andrea Ávila
Guillermo Lasso estuvo a punto de no pasar a la segunda vuelta, pero terminó ganando la Presidencia del Ecuador, después de haber perdido en dos ocasiones anteriores. De cara al balotaje, el primer cambio se dio en su equipo de campaña: incorporó a Jaime Durán Barba, asesor de varias campañas en América Latina, y a Gabriel González, que trabajó con Xavier Hervas en la primera vuelta. El nombre de Durán Barba comenzó a ser cuestionado por sus estrategias, por estar asociado con campañas sucias, y por asesorar -en general- a políticos de derecha. ¿Realmente se pensó que criticando a Durán Barba se iba a parar cualquier avance de Lasso? ¿No hubiese sido mucho mejor responder también con estrategia? La mayoría de consultores políticos en Ecuador, aquellos que trabajan con encuestas y análisis de públicos y mercados, han sido pupilos de Durán Barba. Es decir, no solo conocen bien lo que hace sino también cómo trabaja. ¿Por qué, entonces, no responder estrategia con estrategia? Además, Durán Barba es un libro abierto: no se reserva cómo piensa, lo dice siempre de frente, escribe cada domingo en Perfil y publica libros donde deja claro cómo ganar campañas electorales. Durán Barba no se guarda nada, critica a los políticos (incluso si trabaja con ellos) o les reconoce los méritos si los encuentra (aún si son los opositores a sus clientes). El “gurú de la campaña sucia”, por ejemplo, como primera medida al asumir la dirección de la campaña de Lasso, enterró la denuncia de que el ELN financiaba la campaña de Andrés Arauz. Lo que le parece ineficiente lo destierra, lo que sabe que funcionará, lo acoge. ¿Cómo lo hace? Investiga al electorado. No lo cataloga, no lo desprecia, no lo educa, no lo juzga; lo reconoce y le da lo que quiere porque tiene claro su objetivo: ganar las elecciones. Y eso fue lo que no hizo la campaña de Andrés Arauz. Incluso ahora, en la pérdida, se sigue juzgando (y culpando) por el retorno del neoliberalismo puro y duro a las clases medias, a las masas indiferentes a la política, a los grupos que no se sumaron al progresismo.
Para conquistar a los votantes hay que conocerlos, saber qué quieren y cómo piensan sobre ciertos temas. Para eso están las herramientas cuantitativas y cualitativas, para eso se arman grupos focales, se desarrollan cuestionarios, se corren encuestas. Entonces, se construye la estrategia, se valida, se comprueba su efectividad. Si Lasso, por ejemplo, habló de cerrar la SENESCYT había que saber lo que efectivamente pensaban los electores sobre el tema y por qué. No era tiempo de ponerse a discutir. Si la mayoría sentía descontento, la respuesta no podía ser llenar espacios mediáticos con quienes defendían el accionar de la Secretaría de Educación Superior (con René Ramírez a la cabeza), sino entender qué estaba pasando y hacer propuestas. Había que aceptar que un relato se había posicionado y no había tiempo para combatirlo, sino dar opciones y alternativas. No se trata de mostrarnos más inteligentes que el promedio, y sentirnos de avanzada porque vemos más allá que el elector incauto. Eso demuestra que simplemente no se estaba escuchando lo que el votante opinaba. Si estaba o no equivocado, no importaba. Menos, en época de elecciones. Cuando una propuesta no cala debe ser modificada (como lo hizo Lasso sobre feminismo, por ejemplo), si quiero posicionar una idea, debo establecer mis marcos discursivos, y en eso los conservadores llevan, sobre el progresismo, muchísima ventaja en todo el mundo. Sorprende que en la encuesta sobre juventud, cuyos resultados se conocieron antes de las elecciones, no se haya preguntado sobre el examen de ingreso y el acceso a la educación universitaria. Sorprende -incluso más- que al saber que la inmensa mayoría de jóvenes rechazaba la política, pero tenía preocupaciones políticas no se hayan construido estrategias de comunicación más efectivas y dirigidas por temas de interés. Los resultados logrados por Hervas y Yaku en ese grupo etario podrían dar pistas, pero no vale elucubrar, es tiempo de investigar.
Desde mi punto de vista, el gran error de la campaña de Arauz estuvo en la investigación de los electores. Si no se conoce a los votantes, las estrategias de comunicación caen. Resulta insólito que después del debate presidencial una de las empresas encuestadoras haya dado resultados de opinión a partir de un solo grupo focal. Metodológicamente eso no se hace ni en un trabajo universitario, mucho menos a tres semanas de la elección. Si no, pregúntenle (o lean) a Durán Barba cuántos grupos focales y cada qué tiempo realiza en tiempos de campaña. Otro ejemplo: Lasso no respondió ninguna de las (quizás) acusaciones más graves que se le hicieron durante la campaña: el financiamiento al Sodalicio de Vida Cristiana (que tiene investigaciones sobre abuso sexual a menores), las inversiones en EE UU de impuestos bajo compañías fachada, ni el enriquecimiento de su banco durante la pandemia. Simplemente dejó pasar. ¿Por qué? Es probable que la investigación haya determinado que no eran temas que interesaban al electorado, y que se los consideró como campaña sucia en contra del candidato. Pero eso se sabe solo investigando a los electores.
Es innegable que muchas de las propuestas de Andrés Arauz eran innovadoras, interesantes, factibles. Sin embargo, aunque hablar de Python era motivador, en un momento como el actual, con los niños en teleducación y las familias rebozadas de trabajo, otros temas -quizás- eran más importantes: ¿Cómo iban a incorporarse a las escuelas los pequeños que se habían acostumbrado a estar en casa? ¿Cómo se iban a enfrentar los vacíos de aprendizaje que -seguramente- dejaba la teleducación? ¿Se tenía pensado aprobar formalmente la educación en casa y bajo qué parámetros? ¿Había planes para dotar a las familias de tabletas o computadoras baratas para que los niños puedan conectarse durante el siguiente año lectivo, o si en algún momento futuro la pandemia nos obligaba nuevamente a un confinamiento total? Parte de la respuesta a la última pregunta se podía encontrar en las propuestas de Internet como derecho humano, el 1 GB gratis, y la recuperación de los telecentros, pero -en general- parecía que la pandemia pasó de largo y no se analizó el ánimo y las necesidades de las familias ecuatorianas tras doce meses de confinamiento.
Tras la primera vuelta electoral, las urnas dejaron claro que 60 % de los electores quería que le comuniquen algo distinto a la dicotomía correísmo-anticorreísmo. La mayoría estaba harta de la polarización, y de los insultos entre unos y otros grupos. Eso les hizo tomar distancia. Por ello, iba a ganar la Presidencia de la República quien lograra sintonizar con esa mayoría. Incluso lo dijo Durán Barba en su columna de Perfil durante la campaña. Y también identificó que la verticalidad no cuajaba en un electorado acostumbrado ya a, por efecto del Internet, opinar, disentir, que busca ser oído. De ahí surgió el Ecuador del encuentro (el eslogan de Lasso), de ahí la importancia de preguntarse qué temas afectaban al electorado y hacían perder ventaja a los candidatos. La estrategia de Durán Barba también ha sido la de pedir disculpas ante aquellos temas que los electores, los ciudadanos, los votantes cuestionan. Lo hizo en su momento Jaime Nebot, lo hicieron Lasso y Borrero ni bien conocidos los resultados de la primera vuelta electoral. Mientras tanto, el correísmo hablaba de “recuperar” la Patria, una palabra que no incluye cuestionamientos ni autocríticas, que no se disculpa ni por las intervenciones fuera de tono en plena campaña que se tradujeron en la fuga de votantes. La estrategia Durán Barba siempre ha sido contar con un elemento altisonante, que tiende a explotar emocionalmente, para perjudicar campañas ajenas y ganar votantes para la propia. Por eso, Jaime Nebot mantuvo silencio (para no meter la pata) y Rafael Correa, en cambio, dejó que su temperamento le jugara en contra a la candidatura de Andrés Arauz. Y eso fue lo que determinó que muchas personas, en la última semana, cambiaran el nulo por un voto a favor de Lasso.
Con más investigación sobre los electores, con más escucha, muchos errores se hubieran corregido o no cometido. Hubiéramos entendido qué significó octubre de 2019 para quienes salieron a las calles en defensa del Estado, y en las elecciones eligieron exactamente lo contrario (el neoliberalismo). Faltó preguntar, acercarse, sintonizar con el otro, reconocerlo. Faltó investigar sin prejuicios y tender puentes. Pero ahora es cuando. Es tiempo de asumir y sumar, de hacer política y crear. Es una oportunidad y lo primero que se debe hacer es conocer al electorado y dejar de criticarlo, crear un marco para acercar nuestra visión de país hacia votantes que habitan y disfrutan de una sociedad líquida. Debemos cambiar nosotros, porque los electores ya lo han hecho.