Bien dicen sus amigos y examigos cercanos: a Guillermo Lasso no hay que creerle. Uno de ellos cuenta esta “anécdota”: “Un amigo suyo, que tenía un préstamo, fue a ver a Guillermo para renegociar un crédito. Muy atento, lo recibió y lo mandó adonde el jefe de cuenta, un piso más abajo. Entre que este salió de su oficina y llegó a la del jefe de crédito, Guillermo llamó a su empleado a decirle que no renegociara nada y se quedara con la prenda (un departamento en Miami). Cuando ese amigo, alegre y satisfecho, llegó donde el jefe de crédito se encontró con la sorpresa de que no había trato y que perdía su inmueble por no pagar a tiempo sus deudas”.
El Lasso banquero no se diferencia del Lasso candidato. En su discurso y frente a los medios se declara demócrata y tolerante, pero en la realidad es todo lo contrario. Tiene a dos y tres empleados suyos en el CNE para hacerle los mandados y cumplir con uno de sus sueños -a pesar de su edad, riqueza y deteriorada salud- como sea: ser Presidente del Ecuador. No le importa el costo (financiero ¿o no?) a pagar.
Cualquier ser humano, común y corriente, se preguntaría: ¿Por qué Lasso sueña con ser Primer Mandatario si tiene suficiente plata como para que hasta sus nietos vivan toda su vida sin trabajar? ¿Por qué si casi no puede caminar y la operación del año pasado en EE.UU. le mostró la delicada situación de su estructura ósea? ¿Para qué se mete en una competencia que puede acabar con su salud?
Lo mismo se podría preguntar a Jaime Nebot: conocedor de todo lo anterior, ¿por qué lo respalda? ¿Qué intereses tiene? ¿Quiere repetir la fórmula aplicada con Jamil Mahuad? ¿Llegado a Carondelet le impondrán sus deseos y planes y de no cumplirlos se lo bajan con una mayoría en la Asamblea? ¿La derecha cede posiciones para evitarse el gasto electoral y desgaste personal si, a fin de cuentas, el neoliberalismo de Guillermo los llevará a enriquecerse más a costa del Estado? Bien sabemos que el país solo les interesa para convertirlo en una hacienda y engordar sus fortunas. Y nada más.
Lasso -digno propietario de la frase “¡Ya qué chucha!”- ahora convoca a la unidad a quienes evidenciaron su poca calidad intelectual y política para gobernar. ¿No fue él quien se burló de Álvaro Noboa, y en privado habló pestes de Cinthya Viteri y del mismísimo Jaime Nebot?
Muy difícil creer en la palabra del banquero de ahora y de siempre. Su ya larga trayectoria cohabitando el poder es clara cuando recordamos el modo en que actúa. Ahora, cogobernó con Lenín Moreno a través de la inefable María Paula Romo. Lo mismo hizo con Lucio Gutiérrez y Jamil Mahuad. Con Rafael Correa no pudo: por eso lo odia y quiere cobrar venganza. Lasso no es Batman ni Bruce Wayne, alcanza a ser un remedo de El Pingüino: ávido en ganar riqueza, planea pero no ejecuta porque delega la acción a sus secuaces.
Y cuesta decirlo, pero Lasso será en campaña electoral el fascista que fue en su momento como candidato Jair Bolsonaro y quien ahora quiere reelegirse como Presidente de EE.UU. No escatimará símil o postura para atraer a ese electorado desencantado de la política y que ante ofertas neofascistas se encante con salidas ilusas a problemas de fondo.
Lasso no gasta la plata en vano. Tiene a unos pelagatos hablando desde una supuesta neutralidad periodística, a unos “juristas” destrozando el derecho y las leyes con sus interpretaciones canallas. A un canal de televisión y a varios periódicos reproduciendo sus mensajes y maniobras políticas para garantizar un relato político favorable a sus tesis. Por eso, luego, dirá: “No lo digo yo, lo dicen eminentes juristas, medios respetables y periodistas reconocidos”.
Su deseo mayor es llegar solo en la papeleta, sin un competidor como Andrés Aráuz -de paso, intelectualmente mucho mejor preparado que el banquero- y con otros ahí (como Gustavo Larrea, Juan Fernando Velasco, Fabricio Correa o Yaku Pérez) de adorno, para la fachada. Solo así podría ganar unas elecciones, pues sus negativas, en todas las encuestas son altas: en promedio, más del 50 % en contra. Los expertos saben que esas negativas son difíciles de superar, por eso debe comprar medios, publicidad y lavar su imagen: no en vano, ninguna cámara lo enfoca “patojeando”.
Lasso no reúne las condiciones ni las bases mínimas para gobernar una República. Confunde la nación con un cajero automático. Luce bien junto a quienes lo alaban desde el baboso chiste elemental, como el “periodista” Jaime Bayly o Alfonso Espinosa de los Monteros o Miguel Ribadeneira o Diego Oquendo. Sobran nombres, pero son los que identifica a su estirpe.
Por lo pronto, hace todo lo posible por eliminar a su mayor adversario. Y le cuesta (dinero y tiempo) porque su obsesión ya es enfermiza y crónica: quiere morir luciendo la banda tricolor, por pura vanidad, incluso si para eso tiene que vilipendiar su fortuna y fastidiar un poco el futuro económico de su familia. Quizás la única ilusión que les queda a sus herederos es verse compensados con que tuvieron un expresidente en su árbol genealógico. Probablemente, solo puedan decir que fue “un eterno candidato”.