Por Pedro Pierre

Hay momentos en que los acontecimientos nos invitan a la esperanza. Fue el caso en estos días pasados. Por una parte las Comunidades Eclesiales de Base de Sucumbíos están celebrando 50 años de su fundación celebrando una reunión histórica en Iquitos, Perú, donde participaron 3 misioneros para confirmar unas líneas pastorales liberadoras. Por otra parte la lectura de una carta dirigida al escritor francés Albert Camus me llamó mucho la atención, de parte de un amigo musulmán. ¡Felices momentos que nos animan a continuar una vida de luchas con más ganas!

FIESTA EN LAS COMUNIDADES ECLESIALES DE BASE DE SUCUMBÍOS

Las Comunidades Eclesiales de Base de Sucumbíos están de fiesta por cumplirse 50 años de la labor fructífera de monseñor Gonzalo López Marañón. Monseñor Gonzalo falleció en Angola en 2016 después de haber sido expulsado de Sucumbíos en 2010 por el papa Benedicto 16. Sobre su expulsión un obispo amigo le decía: “¡La razón es que te tomaste el Evangelio demasiado en serio!”. Por este motivo las Comunidades Eclesiales de Base de Sucumbíos están de fiesta al recordar cuando comenzó su labor fructífera a partir de una reunión pastoral regional de misioneros de 5 países amazónicos en Iquitos, Perú. Era en 1971 y monseñor Gonzalo había llegado de obispo el año anterior desde España. Esta reunión profética en Iquitos fue el bautismo de monseñor Gonzalo en América Latina porque allí decidió ‘tomar en serio el Evangelio’.

Para entender las opciones de la Iglesia de Sucumbíos con monseñor Gonzalo durante 40 años hay que recordar que la década de 1960 había sido particularmente rica en acontecimientos relevantes tanto sociales como eclesiales. Al nivel social, los pueblos de América Latina, sumisos en la miseria, se rebelaban contra la opresión de los gobiernos y la explotación de sus materias primas por parte de Estados Unidos. En varios países se levantaban guerrillas para liberarse de esta doble esclavitud. La revolución cubana había triunfado en 1959 gracias a Fidel Castro y Ernesto Che Guevara. A pesar del bloqueo económico contra Cuba decidido en 1962 por el presidente John Kennedy, muchos países latinoamericanos querían seguir el mismo camino.

Al nivel eclesial el papa Juan 23 había convocado un Concilio en el Vaticano, es decir, una reunión de obispos de todos los países católicos del planeta. Ese Concilio tuvo 4 reuniones anuales de 1962 a 1965. El objetivo del papa Juan 23 era actualizar la Iglesia católica que, a lo largo de los siglos, se había alejado de la misión de Jesús que era hacer acontecer el Reino de Dios en la tierra: ya no se trabajaba mucho por la hermandad universal con horizontes de dignidad y trascendencia. En la convocación del Concilio, para aclarar su propósito, el papa Juan 23 aclaró que “la Iglesia es de todos, pero más particularmente es la Iglesia de los Pobres”.

En América Latina, afín de “aplicar el Concilio a la realidad latinoamericana”, los obispos decidieron reunirse en Medellín, Colombia, en 1968, para hacer realidad el sueño del papa Juan 23: Ser la Iglesia de los Pobres agobiados por la explotación y la miseria mediante una evangelización liberadora. En 1975, el papa Pablo 6° confirmaba esta línea pastoral en su carta encíclica ‘la Evangelización del mundo contemporáneo’ las opciones de Medellín: “El Reino es lo único absoluto y todo el resto es relativo… La Iglesia tiene el deber de anunciar la liberación de millones de seres humanos, el deber de ayudar a que nazca esta liberación, de dar testimonio de la misma, de hacer que sea total”.

La reunión pastoral de Iquitos en 1971 tenía estos propósitos tales como comenzaban a hacerse realidad en varios países de América Latina: Ser la Iglesia de los Pobres construyendo el Reino de Dios al colaborar a la liberación integral de todos partiendo de los pobres organizados en Comunidades Eclesiales de Base y Organizaciones sociales. También en Iquitos se dio una especial atención a los Pueblos nativos que vivían en la Amazonía para que se respete su cultura, su sabiduría y sus creencias. Con todo esto se buscaba ser fieles a las enseñanzas y al ejemplo de Jesús de Nazaret, a las palabras del papa Juan 23, y a las orientaciones del Concilio y de la reunión de Medellín. Desde esa fecha, hace 50 años, en Sucumbíos se puso decididamente en marcha esta línea pastoral. Se reconoce al nivel de América Latina y de España la labor incansable y ejemplar de monseñor Gonzalo, de los sacerdotes y de las y los misioneros que lo acompañaron con mucha dedicación, como también de las Comunidades de Sucumbíos que respondieron muy favorablemente.

El testimonio de los mismos católicos confirma esta gran labor eclesial y social al felicitar a monseñor Gonzalo por sus cumpleaños: “Usted no está en persona con nosotros, pero vive en nuestros corazones, eso nos anima a seguir adelante, como usted nos decía a caminar con los dos pies y bien firmes…” “Gracias por esa linda herencia que nos dejó y nos da mucho orgullo transmitirla…” “Que sigas cumpliendo muchísimos años más para que nos sigas enseñando hacer comunidades vivas en la fe y seguidoras de Jesucristo…” Esta herencia de Iquitos es el corazón de las conversiones eclesiales y los cambios sociales que quiso el Sínodo sobre la Amazonía y que quiere el papa Francisco para toda la Iglesia católica: una Iglesia sinodal, es decir, en manos de los laicos, al servicio de los pobres y en defensa de la naturaleza.

Lastimosamente después de la expulsión de monseñor Gonzalo en 2010, las comunidades cristianas viven “la noche oscura colectiva”. Primero vinieron, numerosos y prepotentes, los Heraldos del Evangelio con una línea pastoral de las más tradicionalistas y se dedicaron, con la ayuda de sacerdotes ecuatorianos traídos por ellos, a destruir sistemáticamente la labor de monseñor Gonzalo. Los mismos católicos de Sucumbíos lograron que se fueran después de 3 años de resistencia y protestas.

Luego en 2013 llegó un nuevo obispo que trató de reconciliar la feligresía sin lograrlo todavía hasta hoy. Desafortunadamente no retomó la línea pastoral liberadora de una Iglesia verdaderamente latinoamericana e indígena. No logra cumplir a cabalidad lo que escribía el obispo profeta Gonzalo un año antes de morir a la Federación de Mujeres de Sucumbíos: “Yo les animo a ustedes a ser fieles, a no fallarle a Jesús y que seamos de tal calibre, de tal calidad, que no nos rompa nadie la vida ni la esperanza…” A pesar de todo continúan presentes las Comunidades Eclesiales de Base que sí logran cumplir lo que le dijo a monseñor Gonzalo el papa Francisco en una entrevista con él en 2015 confirmándolo y agradeciéndolo: “¡Usted tiene que resucitar!”. Eso es lo que están celebrando esperanzadas las CEBs de Sucumbíos. Nos alegramos con ellas y las animamos a no desmayar en esta gran tarea.

¡INVENCIBLE!

“En medio del odio encontré en mí interior un amor invencible. En medio de las lágrimas encontré en mi interior una sonrisa invencible. En medio del caos encontré en mi interior una tranquilidad invencible… En mi interior hay algo muy fuerte.” Son palabras dirigidas al escritor francés Albert Camus (1913-1960). Llaman la atención por este escritores se declaraban no creyentes.

En estos tiempos de crisis y confusión, es bueno meditar estas palabras y preguntarnos si hemos entrado en nuestro ‘interior’ para descubrir “lo invencible” sembrado en cada uno de nosotros. Claro que tenemos nuestras fallas, nuestras maldades, nuestros vicios, nuestros pecados… pero en lo más hondo de nosotros esta la semilla de lo invencible que es de Dios y que es Dios mismo. Este Dios, cuando nos mira, mira este espació invencible y no deja de creer en nosotros y en esta capacidad de superarlo todo.

Y nosotros, ¿creemos en nosotros, en nuestra capacidad de vencer y superarlo todo? Nos desanimamos en la primera caída, perdemos la esperanza con los primeros golpes, esperamos milagros de un Dios lejano y negociamos con él. ¡Qué poca fe en nosotros, qué poca fe en Dios presente en nosotros mismos!

También debemos decir: ¡Qué poca fe en los demás! Un individualismo mortal nos separa los unos de los otros. Con la envidia y la ambición nos destruimos entre todos. ¿Por qué hemos llegado a tal degradación de nuestra personalidad y de las capacidades de los demás? Hemos creído las sirenas del materialismo y del consumismo y les hemos confiado nuestra felicidad sin darnos cuenta que eso no es más que un espejismo. Además nos hemos imaginado que individualmente vamos a solucionar nuestros problemas, alcanzar nuestras ilusiones y realizar nuestros sueños… cuando todo esto sólo se logra juntos y cuando nos unimos, porque sólo así somos ‘invencibles’.

Ser ‘invencibles’ es nuestra realidad interior, nuestra realidad divina. Es juntos que podemos hacer realidad esta superación individual y colectiva. Por eso decimos que la vida es relación. Es la relación amorosa de pareja que hace posible la vida. Es la relación de paternidad y maternidad que hace crecer la vida tanto de los hijos como de los padres. Es la relación amistosa que nos abre a nuevos horizontes profesionales y culturales. Es la relación amigable con la naturaleza que nos revela la sabiduría para vivir y convivir armoniosamente entre todos. Es la relación estupefacta con el cosmos que nos llena de infinito y nos acerca a lo inalcanzable. Es la relación tranquila con nuestra intimidad que posibilita nuestro encuentro con Dios.

Eso es la fe. La fe es creer en nosotros. La fe es creer que Dios habita en nosotros. La fe es creer que Dios todo lo habita. La fe es creer que somos invencibles porque así nos cree Dios: El no duda de nosotros. Sabe que él está escondido en cada uno y quiere despertar: Quiere que despertamos a su presencia y a su fuerza invencible de vida y de amor. ¡Olvidemos el cielo, el infierno y el purgatorio inventados para asustarnos y mantenernos sumisos y paralizados! Es tiempo de despertar a nosotros y a la fuerza invencible de la vida y del amor en nosotros. Por eso decimos que hemos sido “hechos a imagen y semejanza de Dios”. La vida es ahora y no mañana. El amor es ahora y ni en el cielo de la imaginación que nos hace ignorantes de lo esencial. Somos esencialmente ‘invencibles’: Hagamos explotar esta capacidad sembrada en nosotros. Cambiar es siempre posible. Convertirnos a lo mejor de nosotros es nuestro destino. “¡Nada ni nadie nos puede separar del amor de Dios!” decía san Pablo.

En estos tiempos de crisis social y religiosa nos hemos dejado confundir y aislar los unos de los otros. Volvamos al camino de nuestra interioridad, de nuestra esencia indestructible: Eso es la espiritualidad. La religión con sus ritos, sus templos, sus ministros sagrados, sus dogmas intocables nos ha desviado del encuentro con nosotros y con Dios en nosotros. Volvamos al Jesús de los caminos de Galilea que empezó a hacer acontecer una realidad nueva que llamó “el Reino de Dios” con los más pobres. Quiso despertar lo ‘invencible’ de cada persona para hacer una gran comunidad planetaria que viva del amor. Por eso no murió para siempre, sino que sigue presente en todos los que despertamos a nuestra espiritualidad profunda y nos unimos para convertirla en más vida, más fraternidad y más felicidad. Dejemos de lados los demonios del consumismo y de la acumulación de bienes que nos esclavizan y nos oponen los unos a los otros…

Comencemos a creer que somos ‘invencibles’ porque así nos ha creado Dios y porque nos habita afín de hacerlo posible con nosotros. Volvamos a creer en la Comunidad como medio para alcanzarlo de manera más certera… Ya monseñor Leonidas Proaño lo escribió hace 50 años en su autobiografía: “Creo en el hombre y en la Comunidad”. Él es nuestro maestro, el profeta de América Latina, el padre de la Iglesia de los Pobres.

¡Invencibles! ¿Las y los habré convencidos? Espero a lo menos haberles abierto la puerta hacia su esencia divina, una verdad indestructible.

Por Editor