Empecemos por lo obvio. El Fondo Monetario Internacional (FMI) no es un ente malévolo que pretende el empobrecimiento de los pueblos. Para entender cómo opera el Fondo, debemos examinar su origen histórico y su rol geopolítico. El Fondo nace, junto con el Banco Mundial (BM), como parte de las Instituciones Financieras Internacionales de la posguerra, creadas para ayudar en la reconstrucción y para lidiar con el sobreendeudamiento (principalmente europeo y asiático) resultante de los varios años de conflagración. Su objetivo estratégico era evitar la reedición de las condiciones económicas que condujeron a la Segunda Guerra Mundial, pero también -en el contexto emergente de la Guerra Fría- luchar contra “la expansión del comunismo”, promoviendo prosperidad en el mundo.
Dos economistas jugaron un rol decisivo en la construcción de esta arquitectura financiera de posguerra: el célebre economista inglés John Maynard Keynes, y el representante del Departamento del Tesoro norteamericano, Harry White[1]. Keynes apuntaba hacia mecanismos de estabilización financiera, en torno a una nueva divisa internacional (distinta del dólar o la libra esterlina), que prevengan crisis severas, que ayuden a un crecimiento planetario equilibrado y que corrijan desbalances prolongados para evitar que un país crezca a costa de otros. De su lado, White buscaba instituciones multilaterales que fortalezcan la consolidación del dólar como divisa internacional y que favorezcan el surgimiento de nuevos mercados financieros y mejores oportunidades de negocio para la banca estadounidense… ¿Cuál de estas dos visiones creen ustedes que se impuso…?
Es importante resaltar a este respecto que la influencia de la banca estadounidense en la política norteamericana determinó en gran medida las prioridades de White: si White llegaba al país con unos acuerdos que la banca considerase perniciosos para sus intereses, habrían torpedeado el proyecto y difícilmente se habría logrado aprobación parlamentaria. Así que las Instituciones Financieras Internacionales nacieron bajo la estricta tutela de la banca privada norteamericana, que quería asegurar su rentabilidad de largo plazo.
No obstante, hay que reconocer que estos organismos multilaterales tuvieron un impresionante éxito inicial en su objetivo de impulsar prosperidad en el mundo. Pero los conceptos de “prosperidad” y de “mundo” dependen de los ojos con los que se mire: mientras en los años 50s y 60s del siglo XX, el FMI y el Banco Mundial financiaron masivamente la reconstrucción y la reestructuración financiera en los países afectados por la guerra (Francia, Italia, Inglaterra, Japón, etc.), en los 80s y 90s se convirtieron en el principal promotor de la austeridad fiscal en Asia, África y América Latina.
Pero, ¿por qué esa disparidad en su accionar? Muchos consideran al surgimiento del neoliberalismo (y el consecuente afianzamiento de los “Chicago Boys” en el FMI y el BM) como razón fundamental, sin embargo existe una razón geopolítica más profunda. Estas instituciones nacen y se desarrollan bajo una marcada visión Atlanticista (léase americanista y eurocentrista), hecho que se manifiesta, por ejemplo, en la manera como deciden sobre sus directivas, pues existe un acuerdo tácito entre Europa y EE.UU. para escoger a las cabezas de dichas instituciones: con la ortodoxia europea eligiendo a los directores del FMI y los Estados Unidos designando a la cabeza del Banco Mundial[2]. No es de extrañarse, entonces, que en su visión de “mundo”, estos bloques, que ven a nuestros países como “patios traseros” o “periferia”, tengan para con nosotros un proceder diferente.
Y aunque hoy los países en vías de desarrollo estén entre sus principales clientes, estas instituciones siguen siendo dirigidas bajo la lógica y prioridades de las grandes potencias industriales, por lo que, en la práctica, funcionan como un mecanismo de dinamización de los mercados financieros del primer mundo. En palabras del prestigioso economista griego Yanis Varoufakis, el objetivo primario del FMI y el Banco Mundial es “lubricar las ruedas de las finanzas internacionales para beneficio de las grandes élites planetarias”[3]. Esto se logra vía imposición de condicionalidades orientadas a reorganizar y disciplinar las finanzas públicas del país “beneficiario” del crédito, para así garantizar el pago de la deuda externa. Noten entonces que el FMI juega hoy el papel de una suerte de “quebrador de pulgares” que se asegura que el chulquero recupere su inversión: cada país que entra bajo el “ala protectora” del Fondo, se convierte en un mercado menos riesgoso para los inversionistas privados, que pueden colocar sus recursos allí, por ejemplo, comprando bonos estatales de esos países en las bolsas de valores, etc. (volveremos sobre este punto más adelante). Así que, como puede verse, el FMI y el Banco Mundial siguen fieles a su consigna original de propiciar prosperidad en el mundo… es solo que nosotros no formamos parte de su “mundo”.
Examinemos ahora el porqué del mancomunado interés, tanto del gobierno nacional como de las élites locales que lo controlan, en recurrir al FMI. Se ha vendido la idea de que endeudarse con el FMI y los multilaterales es menos costoso. El ministro de Finanzas, Richard Martínez, menciona a ese respecto que la tasa de interés del crédito del FMI estaría entre 2% y 3%, por ejemplo frente a créditos cuyo interés promedio estaba en torno al 7%. En parte, esta percepción da cuenta de la estrecha visión del actual frente económico, limitada por un enfoque empresarial que solamente considera el costo financiero. Pero cuando se examina el endeudamiento público, el costo financiero es una noción absolutamente insuficiente para entender el sacrificio real del país deudor. Para eso se requiere una visión verdaderamente económica y un sentido más profundo del sacrificio en lo social.
Puesto que la prioridad del FMI es asegurar el repago de la deuda externa de un país, el Fondo buscará garantizar fuentes de recursos, al tiempo de restringir los posibles usos de dichos recursos en el presupuesto del Estado. Por ello, los ajustes fondomonetaristas suelen contemplar recortes de gasto e inversión social, reducción del tamaño del Estado, disminuciones salariales, supresión de subsidios, elevación de impuestos, privatizaciones y la creación de “Fondos de Estabilización” cuyos recursos garanticen el repago de la deuda. El verdadero costo de recurrir al FMI no está entonces en lo financiero sino, entre otras cosas, en los sacrificios q conlleva en lo social.
Surge entonces una ineludible pregunta: si el FMI restringe todos aquellos usos hacia los que el país precisaría direccionar los recursos del crédito, entonces… ¿para qué endeudarse con el FMI? Resulta una paradoja casi cómica pedir un crédito para solventar necesidades que la obtención misma del crédito requiere desatender. ¿Por qué el gobierno se daría un “tiro en la pierna” de ese modo? Simple: porque las actuales autoridades económicas, lejos de representar los intereses del Estado, encarnan los intereses de grandes grupos que llegaron al poder con agenda propia y con un ambicioso portafolio de lucrativas inversiones, para las cuales el acuerdo con el FMI juega un rol protagónico. Veamos.
El negocio bursátil, como muchos otros, está basado en un sencillo principio mercantil: comprar barato para vender caro. El problema es que es casi imposible predecir cuándo van a subir o bajar los precios de los papeles que allí se negocian. ¿Notaron el énfasis en el “casi”? El mercado bursátil de papeles de deuda soberana es extremadamente sensible a las señales que envían las autoridades económicas de cada país; señales que pueden ser positivas o negativas (desde la perspectiva de los inversionistas). Un ejemplo destacado de señal negativa lo dio Lucio Gutiérrez cuando en 2002, al inicio de su gobierno, en una declaración confundió “refinanciamiento de deuda” con “renegociación de deuda”: los mercados se sobresaltaron de tal forma, que el ministro de Finanzas de aquel entonces, Mauricio Pozo, tuvo que salir a desmentir a su jefe y explicar que el coronel no era muy versado en temas financieros.
Este tipo de señales merman la confianza de los mercados, espantan inversionistas, reducen la demanda, y por consiguiente, también el precio de mercado de nuestros papeles de deuda. Por el contrario, cuando por ejemplo, el FMI otorga su sello de calidad a un país (concediéndole un crédito), se envía a los mercados una señal en extremo positiva, pues los inversionistas saben lo que el acuerdo implica: imposición de condicionalidades orientadas a restructurar las finanzas públicas para garantizar el pago de la deuda externa. Esto reduce considerablemente el riesgo percibido de invertir en papeles de deuda de ese país, lo que dinamiza dicho mercado, incrementando la demanda y -consecuentemente- elevando el precio de los papeles de deuda; de allí la expresión que usamos anteriormente para referirnos al FMI: dinamizador de los mercados financieros del primer mundo.
Hay pocos ámbitos en los que la expresión “la información es poder” cobra tanta relevancia como en el mercado de valores: quien conozca de antemano las señales -negativas y positivas- que dará un gobierno a los mercados financieros internacionales, podrá predecir, a ciencia cierta, los cambios en el precio de los papeles de deuda. Si se cuenta -además- con los recursos suficientes para realizar mega inversiones en los mercados bursátiles del primer mundo, ¡las posibilidades de lucrar con el diferencial de precios son descomunales![4] ¿Cómo se lograría? Comprando grandes cantidades de papeles de deuda soberana luego de un cúmulo de señales negativas (cuando el riesgo aumenta y los precios caen) y vendiendo esos papeles luego de una sólida señal positiva (cuando el riesgo percibido caiga y los precios estén en auge). ¿Ahora bien, a quiénes conocemos con los recursos suficientes para realizar esas inversiones y, además, la proximidad necesaria con el ejecutivo para lograr beneficiarse de un juego como el descrito? Exacto: los banqueros.
Todos saben de la grotesca cercanía que -desde su viraje a la derecha- forjó Lenín Moreno con representantes del sector financiero. Si alguien tiene sus intereses perfectamente alineados con los del FMI y las grandes élites planetarias, son estos últimos. Especulemos un poco por un momento y pensemos como banqueros: tenemos un gobernante títere… ¿cómo logramos explotar al máximo tan afortunado giro del destino? Según lo antedicho, se habría requerido propiciar cuando menos dos tipos de señales contrarias que muevan adecuadamente los precios en bolsa de nuestros papeles. El acuerdo con el FMI a inicios de este año habría constituido la señal positiva necesaria para estimular la demanda y los precios de nuestros títulos de deuda, abriendo la posibilidad, a quien los tuviera en sus manos, de venderlos a precios altos.
¿Y qué hay de las señales negativas precursoras necesarias para reducir la confianza en nuestros papeles de deuda, que la banca habría requerido para comprarlos a bajo precio? Bueno, juzguen ustedes qué le hizo a la confianza en nuestra deuda una declaración como esta: “Dejaron la mesa servida de deudas, se fueron quebrando al país, y se llevaron toda la plata” repetida, una y otra vez, por parte de la más alta autoridad del Estado a lo largo del 2018… Como ven, no es que el gobierno y el frente económico den tumbos fortuitos de incompetencia. Son extremadamente competentes para lograr los objetivos que la banca les habría impuesto.
Por supuesto, todo esto es mera especulación, pues es muy difícil rastrear quién está detrás de las operaciones de los brókeres que negocian en bolsa. Sin embargo, cabe preguntarse: ¿qué es más probable: que un gobernante salga a hablar disparates sin ton ni son, sin que nadie en su gabinete ministerial le ponga un bozal, o que esas acciones tuvieran un fin deliberado para beneficiar a aquellos que tiran de las cuerdas del primer mandatario? Si no se han convencido, observen en el siguiente gráfico el comportamiento del riesgo país ante los estímulos generados por las señales mencionadas. El momento propicio para comprar papeles baratos del Ecuador habría sido cuando el riesgo país alcanzó su punto más alto (nadie quiere invertir en un país “quebrado”, excepto los que saben que no está quebrado). Observen cómo, posteriormente, la percepción de riesgo se desvanece súbitamente, una vez que el acuerdo con el FMI envía la señal positiva. Y recuerden: mientras menor sea el riesgo percibido, más apetecidos (y caros) serán nuestros papeles de deuda y mayor será la ganancia de venderlos para quien los haya comprado baratos…
Ecuador: evolución del Riesgo País (EMBI) y factores coyunturales relacionados
2017-2019
Fuente: Banco Central del Ecuador
Noten que, de por medio, no hay robo evidente al Estado. Se trata de algo mucho más refinado que un crimen de cuello blanco: nuestras élites consiguen ganancias multimillonarias, auto-convenciéndose que son grandes y geniales empresarios, cuando simplemente están aprovechándose de información privilegiada. Un crimen sin víctimas, se dirán… excepto por los millones de ecuatorianos cuyo nivel de vida depende crucialmente de la educación y salud públicas, la seguridad social, empleos estatales, subsidios, etc., y que verán todo esto extinguirse paulatinamente como resultado del acuerdo con el FMI.
Así que, como ven, todo parece indicar que lo que estaría detrás del acuerdo con el Fondo Monetario es una masiva transferencia de riqueza de los mercados bursátiles del primer mundo hacia nuestras honestas y ejemplares élites financieras… por supuesto, a costa del estrangulamiento de las clases populares.
¿Necesitamos, acaso, más razones para salir a defender nuestros derechos mañana Primero de Mayo?
[1] Why White, Not Keynes? Inventing the Post-War International Monetary System. Boughton, James. IMF Working Papers. 2002.
[2] https://www.theguardian.com/commentisfree/2019/jan/31/world-bank-imf-bretton-woods-banking-keynes
[3] Ibid.
[4] Cabe destacar el papel que jugó Ricardo Patiño en desenmascarar cómo se fraguaban y ejecutaban este tipo de mega manipulaciones financieras, cuando en 2007 grabó conversaciones con anteriores autoridades económicas que pretendían convencerlo de tomar parte en negocios semejantes. Esta información fue hábilmente descontextualizada por la prensa dando origen a los tristemente célebres “pativideos”.