Es impresionante la variedad de aparejos utilizados en estos días para atrapar al pez, o quizá sería mejor decir para evitar que se escape de las manos. El pez es grande, fuerte, subyugante y escurridizo: es el poder.
Tras de él se han lanzado todos: desde un hasta ahora desconocido “observador” guayaquileño, la Presidenta del CNE, la Contraloría, la Fiscalía, un espontáneo no muy temerario que saltó al ruedo desde las graderías del coso parlamentario, todos ellos acompañados por el estruendo cacofónico de radioemisoras amigas, entrevistados notables y bien escogidos, la claque de noticieros de TV, los sesudos articulistas de los periódicos “serios” y quien más tenga más ponga, el empeño es común: hundir en el infierno al sacerdote Tuárez, culpable de no ser anticorreísta y de haber recibido el apoyo de centenares de miles de palurdos que lo eligieron para el CPCCS siguiendo órdenes enviadas “desde el ático”.
Carezco de la información necesaria para opinar si su elección como miembro y presidente del tal Consejo es válida jurídicamente, sin duda lo es políticamente, pero dudo que tantas quejas y denuncias en su contra sean por los hechos que se mencionan en ellas; lo que se oculta realmente es el temor de que el pez, atrapado después de diez años sin él, ahora intente escapar. ¡Cómo puede ser si durante dos años ha sido cercado con anzuelos, trasmallos, redes y enrejados que le hacían imposible escurrirse! ¡Alerta marineros de agua dulce, se nos escabulle el pez!
En el referendo de febrero de 2018 se incluyó una pregunta acerca del CPCCS, el pueblo debía indicar si los miembros definitivos del mismo debían ser elegidos mediante el voto ciudadano. La respuesta fue un SI rotundo, en obediencia del cual en febrero de 2019 el CNE calificó a más de cuarenta candidatos. La trampa estaba perfectamente armada, con la legitimidad del esperado respaldo popular el nuevo CPCCS podría consagrar las arbitrariedades y abusos de los transitorios sin que nadie dijera pío.
Les salió el tiro por la culata, no hay crimen perfecto. ¿Quién iba a imaginar que después de dos años de acoso el expresidente Rafael Correa seguiría siendo el político con mayor respaldo popular del país? Para ganarle una elección tendrían que unirse todos contra él, y aun así el resultado sería incierto. Por eso es mejor desterrarlo y evitar a toda costa que pueda presentarse, el miedo es libre.
Resulta entonces que, para desencanto de muchos, bastaron dos palabras suyas para que la gente supiera, o intuyera, quiénes eran los candidatos de su simpatía y votara por ellos. Y así nació un CPCCS desobediente de los poderes fácticos y el terror invadió a quienes ya se sentían nuevamente dueños de lo que les perteneció desde los orígenes del país. El miedo es libre, repito, pero es mal consejero y la encrucijada peligrosa: si se debe consultar nuevamente al pueblo, sobre este o cualquier otro asunto, el riesgo de un desastre es inminente: todo se reducirá a saber si el pueblo apoya o rechaza al gobierno cuántico y a los que se treparon a su camioneta. ¡Por Dios! ¿No han servido de nada todos los juicios, las falsas pruebas, las delaciones premiadas y disfrazadas de “colaboraciones”, ni los entes de control manejados como títeres? ¿Qué tiene este Correa detestable que nos gana la pelea desde muy lejos y con solo un celular en la mano?
Hace pocos días la Fiscal General, el Contralor y un no muy convencido Subprocurador pidieron públicamente que dos jueces de la Corte Nacional sean destituidos por haber dictado un fallo que a ellos no les gustó. ¿Habráse visto intromisión más grosera, descarada y escandalosa en la administración de justicia? Ni en los años ochenta, cuando se “invitaba” a los miembros de la Corte Suprema a reunirse con el Presidente en Carondelet, no para jugar a las cartas o hablar sobre la muerte de Marilyn, ¿verdad?
Los detalles, las escaramuzas, no llegarán a la Historia. Lo que registrará es lo que se está disputando en batalla brutal ante nuestros ojos -aunque muchos vean solo la supuesta “lucha contra la corrupción”-, que es necesaria pero no es el fin último de estos “valientes” inquisidores– que se sienten dueños del pez y aquellos que se lo arrebataron por una década, aunque lo hayan dejado escapar ¿por ahora? Es lo de siempre: el poder.