En tiempos en los que los presidentes afirman, sin ninguna vergüenza, que las mujeres solo denuncian el acoso cuando el hombre es feo, o los Estados niegan sistemáticamente el derecho a las mujeres a decidir sobre su cuerpo, o los sistemas de justicia revictimizan, minimizan o ponen en último plano protocolos que protejan la vida de las mujeres; en tiempos en los que el feminicidio, el acoso y las violaciones masivas son materia de todos los días, en estos tiempos, bajo esa realidad, sorprende no que existan políticos, sino pensadores que miren el machismo con liviandad.
“Los hombres ya no somos machistas. Evidentemente, hay hombres machistas, pero no en general”, afirmó el filósofo francés Gilles Lipovetsky, en una entrevista publicada por El País de España, este fin de semana. El machismo no es algo que se erradica por decreto. Ni en Francia ni en ningún lugar del mundo, los hombres YA no son machistas. Los hombres siguen siendo machistas, aunque no se den cuenta. Esa sigue siendo la generalidad. Es probable que muchos hombres (puede que solo sean algunos, no tenemos porcentajes) se hayan dado cuenta de sus actitudes y hoy sean menos machistas. Pero el absoluto no existe. Han tenido que pasar años de discusión y visibilización de parte del movimiento feminista, para lograr que -ahora- algunos hombres reflexionen un poco en sus actitudes, y que la sociedad comience a entender que ciertos patrones, discursos y comportamientos sí son machistas. Solo así, en un acto de consciencia individual, pero más de presión de las feministas hacia las instituciones, han comenzado a modificarse ciertos comportamientos en algunos individuos y espacios.
Negar, desde el pedestal que le entrega el mundo intelectual, el machismo de los hombres, de las instituciones, de la sociedad es otra cara más del mansplaining. Lipovetsky desconoce realidades pequeñas y grandes en esa afirmación tan ligera: que las tareas de cuidado siguen siendo responsabilidad de las mujeres, por ejemplo. Tampoco tiene idea de qué va la carga mental: las mujeres debemos pedirles ayuda a nuestras parejas o decirles qué hacer porque -simplemente- desconocen la rutina de las tareas del hogar, el calendario de vacunas de los hijos o toda la complejidad del mundo doméstico, que aún está a nuestro cargo. El “por qué no me dijiste” es el argumento más usado por los hombres para no involucrarse en la construcción del hogar que habitan (¿o visitan?). Lipovetsky no tiene idea de que en muchas familias cuando la mujer trabaja, pero el hombre no, las tareas de cuidado de la casa y los niños recaen en terceros, no en ellos: fácilmente encargan los hijos con abuelas (casi nunca abuelos) o con guarderías, y cuentan con ayuda externa para limpiar, cocinar, etc. Si es al revés, si la mujer se queda en casa, ella asume el rol por completo. Pero Gilles nos quiere contar que los hombres YA no son machistas.
Para este intelectual francés: “las verdaderas feministas son las mujeres empresarias, pilotos de avión, cirujanas, juezas, que hacen ese trabajo porque les gusta y no porque son trabajos ‘de mujer’. El verdadero feminismo son las mujeres que saben responder a los hombres”, dice. A ver, le explico, señor Lipovetsky, las verdaderas feministas no son las mujeres que ocupan cargos o realizan tareas que antes solo hacían los hombres. El feminismo, como reconocimiento de nuestras capacidades y derechos (resumido en una oración), es negado por muchas mujeres y en eso se incluyen aquellas que ejercen no solo esas profesiones sino las que ostentan posiciones de poder.
El feminismo se ha debido ocupar de nuestro derecho al voto, al estudio, al divorcio, al salario igualitario, al respeto, a la observancia de nuestras condiciones particulares (sobre todo cuando somos madres o tenemos familiares bajo nuestro cuidado y tutela) para que se conviertan en derechos y nadie los minimice, y también continuamos peleando por el derecho a decidir sobre nuestro cuerpo (acá no entra solo el aborto, sino también la violencia obstétrica, por ejemplo). El feminismo se ocupa también de promover una sociedad más igualitaria en términos económicos, porque la situación económica de la mayoría de mujeres en el mundo, sigue siendo lamentable. El feminismo no apoya guerras (aunque haya pilotas de combate), defiende los derechos humanos (y hay mujeres en la policía antimotines), o pelea derechos laborales y salariales (muchísimas empresarias no quieran contratar mujeres en edad fértil para evitar la licencia de maternidad y lactancia). El feminismo se cuestiona permanentemente temas viejos y nuevos en la medida en que vulneren derechos. Ser mujer no nos hace feministas. Y no hay verdadero o falso feminismo, eso se lo han inventado los machistas.
Al final de la serie de preguntas sobre el tema, usted hace la afirmación perfecta, para explicarle algunas cosas más. Dice: “Yo espero que la lucha política por los derechos de la mujer no aplaste un tema que no es en absoluto político como es la seducción. Al ser humano le gusta gustar, y le gusta tratar de conquistar. A la inmensa mayoría de las mujeres, también. Menos a las feministas, que sí lo consideran un asunto político. Pero no se puede confundir acoso con seducción.”
La seducción existe y existirá, no faltaba más. El problema es otro, y por eso es político. Cuando una mujer dice no a los avances seductores de un hombre, este no tolera el rechazo, se siente herido en su virilidad y aumenta las dosis hasta convertirlas en acoso. Los hombres no aceptan un no por respuesta, creen que es un sí solapado. Y comienzan una escalada no de seducción sino de acoso que puede terminar en la violencia psicológica y física. Solo las mujeres que hemos sufrido acoso callejero, de jefes o exparejas sabemos el nivel de miedo y angustia que se puede experimentar porque, simplemente, no existe control alguno sobre las acciones del otro. Paréntesis: no me diga que los hombres también son acosados. Lo sabemos, pero es más de lo mismo: o bien “aprovechan la oportunidad” porque si no se cuestiona su virilidad, o no se animan a denunciar por vergüenza. El machismo se hace evidente, nuevamente.
La seducción de la que usted habla, además, permite la construcción de juegos que, hoy por hoy, han desembocado en la absoluta imposibilidad de aceptar compromisos. Ese afán seductor se sigue sosteniendo en la figura del don Juan, que tantos hombres persiguen como ideal. O del hombre mayor que caza jovencitas a las que puede seducir con facilidad porque siente engradecido el ego al hacer un alarde público de virilidad, solo por con quien se acuesta. Los hombres seducen, pero se quedan ahí: rehuyen la responsabilidad sobre las relaciones amorosas que entablan: prefieren el coleccionismo, lo casual, aquello donde no se involucren los afectos, ni el cuidado al otro, a sus emociones, a su estabilidad psíquica, a su bienestar. Y eso es lo que está cambiando, el papel de seductor ya no les da los resultados esperados. Porque cada vez está más claro que la seducción ya no es el camino hacia la intimidad y la construcción de una pareja o de una relación sana, sino que se reduce al juego sin más.
Así que, profesor Lipovetsky, no se equivoque, no es como usted dice, la seducción no está reñida con el feminismo, es la manera de ejercerla la que está siendo cuestionada. La seducción en manos de los machistas es el germen del acoso, de la inmadurez emocional, de la imposibilidad de construir relaciones amorosas sanas y el encubridor del estupro, las violaciones masivas, la búsqueda de poseer el cuerpo de la mujer a cómo dé lugar. Ojalá, ahora, tenga el panorama un poquitín más claro. He ejercido mi feminismo como a usted le gusta: sabiendo responderle a un hombre.