Escribo estas líneas desde Moscú. Mi afición por los viajes, y a veces mi profesión también, me ha permitido conocer lugares, personas y culturas que forman ahora parte de mis querencias más valiosas.
Querencias valiosas como las conversaciones de viaje, esos diálogos que, de pronto, se producen entre dos desconocidos que van descubriéndose y que apenas tienen unos minutos para poner sobre la mesa un relato, una opinión, una pregunta. Luego la vida sigue.
La vida sigue, pero a veces no sigue igual. A veces las respuestas recibidas generan otras preguntas que no hay a quién hacérselas o a veces ciertas palabras quedan resonando en la memoria como aquella vez que el instructor de bungy jumping animaba a saltar hacia delante y a no mirar el precipicio diciendo: “la mirada siempre al frente, que el cuerpo va donde miran tus ojos”. Inolvidable.
Inolvidable será también la experiencia vivida en una столовая [estólovai], que es un comedor popular, generalmente asociado al estilo de vida de tiempos soviéticos. En uno de ellos, en un sector populoso de Moscú, me sorprendió la noticia del arresto de Julian Assange; eran las 12h50 en Moscú cuando vi las imágenes del arresto en un televisor silente, con música ambiental y rodeado de obreros.
Obreros, uno de ellos pidió que quitaran la música y que subieran el volumen del televisor. No me hizo falta el idioma para entender lo que había ocurrido, como tampoco para darme cuenta que uno de los clientes del lugar comentaba con expresiones de indignación, otros le respondían. Le pedí entonces a la persona que me acompañaba que me dijera qué estaban comentando y ella, un poco aturdida por tantas voces, me dijo: “hablan de Assange, pero uno pregunta por Correa, que dónde está Correa. ¿Quién es Correa?”
Correa, Rafael Correa, con dos años ya fuera del cargo, fue el nombre que asociaron a Ecuador y al caso Assange. Le pedí a mi acompañante que me sirva de intérprete para conversar con estas personas, para explicar que tenemos otro presidente, que son tiempos de traiciones y servilismo, que el propio Correa está en la lista de los perseguidos y que Assange ha sido entregado por Moreno como parte de un supuesto acuerdo con el gobierno de Estados Unidos. No fueron más de unos diez minutos de intercambio de opiniones, diez minutos de una conversación maravillosa.
Maravillosa fue también la despedida de uno de los obreros, el que preguntaba por Correa. Me dio un abrazo y me dijo (en ruso, claro) algo sobre la “lucha partisana”, la de los débiles contra los poderosos, la de la resistencia.
Resistencia; resistencia combativa, pensé. Y me llevé conmigo ese abrazo y esas palabras sin traducción que se entienden desde la solidaridad y la emoción.
Emoción, pero de otro tipo, fue la que sentí apenas horas después. Esa noche tomé un vuelo a Volgogrado (la antigua Stalingrado, que pasó a la historia por resistir el asedio nazi entre 1942 y 1943). En el taxi rumbo al hotel procuramos un breve diálogo con el conductor valiéndonos del Google Traductor. Una de las preguntas de cajón es el origen del pasajero. Cuando le respondí “de Ecuador” y me aprestaba a contextualizar “Ecuador, Sudamérica”, el chofer me interrumpió y empezó a hablarle a la app. La traducción ponía: “Tu país entregó hoy a Assange a la policía inglesa. Aquí dicen que es por pedido de США [USA]”.
“Tu país”. Sentí vergüenza. Una vergüenza extraña y miserable. Ajena y propia. Le expliqué que estamos gobernados por un lacayo de los Estados Unidos y que antes teníamos un gobierno soberano que fue el que protegió a Assange. Creo que mi aclaración fue para peor. De alguna manera mi opinión sobre el arresto de Assange quedó a salvo, pero “el país” está representado por su gobierno y trasciende -en muy buena medida- por lo que hace el gobierno.
Durante diez años, en cada viaje, en cada contacto con un extranjero, hablé con orgullo y con detalles de la transformación que estábamos haciendo -gobierno y pueblo- en Ecuador; y en muchos lugares ya la conocían.
Hoy prefiero cambiar el tema. Hoy somos el país que entregó a Assange.