Arturo Belano
En una columna anterior hacía notar lo inoficioso que resulta el discurso y las prácticas de la “guerra contra las drogas”, a la luz de los crasos resultados que ha alcanzado la civilización occidental en esta lucha en la que Latinoamérica pone los muertos y los países desarrollados ponen los consumidores y las pingües ganancias que el mercado global genera y que alimentan las economías de los países donde se consumen las drogas. En esta entrega quiero plantear dos reflexiones sobre este fenómeno y el absurdo que resulta el marco de referencia absolutista para abordar la problemática, y el doble estándar con el que se lo trata.
La forma en la que entendemos el fenómeno de las drogas es casi un dogma religioso (mucho prejuicio y poca ciencia) que quiere tratar cualquier de los temas que giran en torno a este fenómeno, en términos absolutos y de suma cero. Así, tenemos que el discurso oficial sostiene que toda droga siempre es mala, siempre causa estragos irreversibles en el ser humano, siempre desde el primer consumo. Suficiente evidencia existe para notar que esto es incorrecto. Diferentes estudios científicos apuntan diferentes resultados en el organismo, dependiendo de la droga en específico. Es decir, el consumo de Marihuana no ocasiona los mismos estragos ni tiene las mismas consecuencias conductuales que la heroína o las anfetaminas, y, sin embargo, se trata con el mismo baremo a casi todas las drogas. Los efectos de cada droga varían dependiendo de sus principios activos. El grado de adicción con el primer, segundo, tercer o N consumo, depende de dicho principio, así como de la situación emocional del consumidor. Por ejemplo, se sugiere que la Marihuana no genera adicción física, aunque la cocaína sí lo hace, pero esta última causa adicción, no con el primer consumo, sino con el consumo prolongado.
Otro absoluto es que, dado que es mala, se debe prohibir su consumo para todas las edades en todas las condiciones. Es evidente que, al igual que el alcohol o el cigarrillo, el acceso a cualquier droga debe ser prohibido para menores de edad. Sin embargo, una persona adulta, en especial cuando tiene más de 25 años, claramente entiende los beneficios o perjuicios de consumir determinados productos y está en capacidad de razonar por su cuenta sobre la conveniencia o no de consumir dichos productos o substancias.
Otro problema que afecta un tratamiento eficaz del fenómeno, es el doble estándar. El alcohol es responsable de más de 80 mil muertes anuales en el Ecuador, tanto por las enfermedades que ocasiona directamente (cirrosis hepática, envenenamiento, sobredosis, etc.), como por los resultados de su consumo (accidentes de tránsito, riñas callejeras, etc.). El cigarrillo en cambio, ocasiona 13 de cada 100 muertes en el país anualmente, por las enfermedades que se ocasionan por su consumo. Ambas drogas son legales, solo necesitan de registro sanitario y se expenden libremente a mayores de 18 años, generan importantes ingresos a sus productores y estos a su vez, pagan impuestos. De otro lado, no existe evidencia empírica que sugiera ni una sola muerte asociada al consumo de Marihuana. Cuando se investiga las muertes ocasionadas por otras drogas, en especial cocaína o heroína, no se encuentran datos desagregados. ¿Por qué las dos primeras, que con datos oficiales sí son un problema de salud pública, son legales? ¿por qué la tercera, que con datos oficiales demuestra que NO es un problema de salud pública, es ilegal? ¿Por qué las 2 últimas, sin datos disponibles sobre su impacto real, son ilegales?
El doble estándar hace más daño que las mismas drogas. Si todas son malas, ¿por qué no se prohíben todas? Si las que son un problema comprobado de salud pública son legales ¿Por qué no hacer legal la que es comprobado que NO es un problema de salud pública? Si se sostiene que la marihuana es la puerta a otras drogas más fuertes y por eso su prohibición, ¿por qué no se prohíbe el alcohol, que es una puerta más que abierta a substancias más fuertes?
Es necesario avanzar hacia políticas públicas que reviertan estos enfoques nefastos y que den un tratamiento más efectivo al fenómeno, lejos de absolutismos retrógrados o innecesarios dobles raceros. La prohibición de venta a menores de edad debe ser castigada con fuerza, no hay duda, pero el acceso legal a personas adultas es un imperativo social (es obvio lo que digo, pero por si acaso, haré notar de nuevo la razón fundamental: la prohibición NO sirve). La regulación de las substancias, que permite garantizar que en el mercado se venden productos inocuos, ha dado relativos resultados cuando se ha tratado del alcohol o el tabaco, entonces ¿por qué no hacerlo de la misma manera con otras substancias, como la Marihuana?
En una tercera entrega haré notar lo iluso que resulta el enfoque guerrerista para tratar el problema.