Lucrecia Maldonado

La situación de los miles de ciudadanos venezolanos que hoy por hoy han llegado al Ecuador huyendo de las precarias condiciones de vida que enfrentan en su país no es un problema simple. Es una situación muy compleja, y por lo mismo no se puede apelar a soluciones simplistas, paños tibios que pretenden contentar a más de uno y que se enredan sobre sí mismas como un ovillo de lana entre las patas de un gato juguetón.

La primera simpleza es echarle la culpa de todo al socialismo y a Nicolás Maduro porque se desconoce de plano la geopolítica de la región y las diversas agresiones que ha sufrido el actual gobierno venezolano con vistas a recuperar las diversas hegemonías que hasta el surgimiento de la revolución bolivariana habían medrado de la riqueza petrolera del país hermano. Si bien Nicolás Maduro como persona y estadista puede carecer de la sagacidad y proactividad de Hugo Chávez, si bien puede haber dado pasos a veces equivocados en la conducción del gobierno de su país, no es menos cierto, y sí mucho más contundente, la agresión por parte del gobierno norteamericano y las élites nacionales desde diversos frentes: bloqueos internacionales, boicoteos internos de todo nivel, desabastecimientos programados, agresiones de las llamadas ‘guarimbas’, disfrazadas de ‘pueblo’ y armadas y equipadas con costosos equipos de agresión desde quienes cuentan con los medios económicos para hacerlo. Venezuela es un país que sufre una guerra sostenida a nivel interno y externo desde hace mucho tiempo ya, y la diáspora que estamos viviendo se debe a eso.

Igual de simple es pensar que todo es mentira, que Venezuela es un paraíso y que todas las noticias que hablan de la difícil situación que se vive son falsas. De ser así, los hechos las desmentirían, y los hechos concretos consisten en decenas de miles de personas escapando de situaciones de vida que se les han vuelto insostenibles. Como se ha dicho a propósito de las migraciones masivas por el mar Mediterráneo hacia Europa, nadie abandona su tierra ni pone a sus hijos en situación de riesgo si no porque la realidad que se vive en su país es peor y más peligrosa que lo que le espera fuera de él.

En torno al fenómeno de las migraciones masivas también sale a relucir lo peor y lo mejor de los países anfitriones. Uno de los temas más candentes es el laboral: basta una simple observación para advertir que muchísimas plazas de trabajo están ocupadas por gente de nacionalidad venezolana, y es a todo nivel: ejecutivos, agentes de ventas en empresas de diversa índole, impulsadoras en supermercados, dependientes en almacenes, etc., etc., etc… En medios laborales se ha hecho común la expresión “sueldo de venezolano/a”, pues cuando alguna persona va a pedir trabajo lo primero que le dicen es “le contratamos si acepta trabajar con sueldo de venezolano/a”, que viene a ser más o menos el sueldo que le da la gana al contratante, siempre mucho menos que el sueldo básico obligatorio por ley, y de igual manera sin ningún beneficio laboral.

Por otro lado, los más desafortunados inmigrantes, aquellos que por algún motivo no han logrado ubicarse, comienzan a lumpenizarse, a formar guetos de donde salen a vender informalmente o a mendigar unas monedas a cambio de unos dulces. Y si este tipo de vida no resulta, es muy posible que vayan un poco más allá: sin dulces ni actitud servil, la demanda altanera de una ‘ayuda’ que más puede parecerse a un atraco o a un asalto. Es una reacción en cadena. Y ya ha ocurrido.

Debido a la idiosincrasia de ambos pueblos, choca en el espíritu humilde de muchos de los ecuatorianos, sobre todo de la Sierra, el desparpajo y el desenfado con el que algunos de los ciudadanos venezolanos demandan y a veces incluso exigen ayuda, apoyo, beneficios, etc., etc., etc… solamente por el hecho de ser migrantes y venir de Venezuela.

Obviamente, la situación de los inmigrantes venezolanos no es simple. Se trata de una situación con un alto grado de complejidad, porque además incide en la actitud que la población ecuatoriana va a ir tomando hacia ellos, y que puede ser muy diversa, pero a la larga siempre conflictiva: el empresario que contrata “con sueldo de venezolano” los va a apreciar, quien ha sido atracado por un migrante en desesperación los va a temer y rechazar; quien ha sufrido de desplazamiento laboral, desempleo o rebajas de sueldo debido a su incidencia va a sentirse afectado por su presencia, y así…

Se dice, por otro lado, y se ha visto, que el actual gobierno también está medrando de algunos de estos ciudadanos, contratándolos para ‘hacer número’ en eventos a los que, debido a su baja de popularidad, ya no va casi nadie. Y si pensamos mal, incluso se habla de pretender formar con ellos una especie de ‘guarimba’ local que sirva de fuerza de choque para el momento en que las tensiones se agudicen, lo cual, dadas las características de la actual administración del país, no sería nada raro.

De todas formas, cerrarles las puertas o exigirles un pasaporte antes innecesario o poner otro tipo de trabas a su ingreso al país solamente incrementaría la migración ilegal por sitios que no sean puntos de control, y agravaría los niveles de lumpenización y delincuencia incluso organizada con el ingreso ilegal. Como dice el título de este artículo, un problema complejo no admite soluciones simplistas. Es necesario estudiar detenidamente la situación y crear todo un esquema de soluciones inteligentes, a corto y mediano plazo, en donde la migración de quienes la sufren no sea tan dolorosa y la vida cotidiana de quienes ya vivimos en el país no se vea afectada drásticamente por su presencia.

Sin embargo, de un gobierno cuyo único objetivo es ‘descorreizar’ y servir a los poderes fácticos no se puede esperar más que paños tibios, sonrisas al mejor postor, lugares comunes que no llevan a ninguna parte, chistes agrios y ofertas que – lo sabemos – jamás serán cumplidas, porque sus fines son otros, su ética completamente inexistente, y su sistema de valores sigue estando completamente enrevesado.

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