¿Es Lenin Moreno la versión indeseable de Rafael Correa? O es al revés, de tal manera que eso podría revelar la absoluta antipatía y hostilidad de un sector del poder económico y político del país a la figura del expresidente y el ensañamiento de la justicia que lo ha perseguido a sol y sombra desde que dejó el gobierno. ¿Moreno también es la versión indeseable de la democracia representativa que tanto defiende la derecha? ¿Cuál democracia, entonces?

Aparecen en el contexto político y jurídico, nuevos opuestos como estabilidad y contingencia y la necesidad, bajo estas premisas, de determinar la finalidad de la democracia en el aquí y el ahora que estamos viviendo. Los discursos (o aclaraciones) de Macri, por ejemplo, después de los resultados de las PASO en Argentina, señalaron la posibilidad de que la ‘decisión equivocada del pueblo’, pueda provocar un proceso de ‘desestabilidad económica’. Es decir, el presidente Macri, desde un lóbrego y oportunista pragmatismo, llamó a luchar contra la contingencia para sostener la estabilidad del sistema y quiso culpar a Fernández por la subida del dólar.

El presidente Moreno hizo lo mismo, desde otra perspectiva, la de la ‘unidad de la nación’ para combatir la corrupción del gobierno anterior, claro: se volvió contra su propio programa apenas había comenzado su gestión y convocó a sendos diálogos nacionales para devolverle la ‘estabilidad y sostenibilidad’ a la democracia y a la justicia, que Correa había ‘lastimado’. Para ambas situaciones, las de Moreno y Macri, es la misma consulta: ¿la democracia (¿sin adjetivos?) debe admitir la contingencia? O, ¿la democracia, entendida desde ese mismo pragmatismo neoconservador, exacerba la racionalidad cuando reclama siempre un utópico consenso?

La democracia debería estar cerca de la razonabilidad, con la apertura del sistema normativo a la realidad concreta, pero sobre todo a la contingencia para atender los cambios que ocurren en el propio interior de la realidad. La razonable razonabilidad, según lo entendió Gadamer, ‘(…) no consiste en un saber hacer, que se puede aprender, ni el ciego conformismo, sino en la razonable responsabilidad’. (H. G. Gadamer, Verdad y método, Sígueme, Salamanca, 1998, vol. II, p. 288, citado por A. Messuti, 2008, p. 17) La democracia debe responder ante el otro. El peligro está en llegar a una metafísica del radicalismo y a la concentración del poder.

¿A la izquierda latinoamericana y a los sectores sociales, mientras tanto, les falta más realidad, por la ‘desactualización’ de un discurso que solo puede sostenerse en una alegoría y de comprometerse con eso mismo que negaba, como dijo Hegel? Por lo tanto, también hay que hablar de ‘agotamiento de una política económica y de un sistema que pregonó con fuerza e insistencia la promesa que en sí misma se había vuelto inexorable’. (Bolívar Echeverría)

El momento cínico que estamos viviendo le hizo ‘prometer a Macri’, la destrucción anticipada de la institucionalidad argentina, si el triunfo de Alberto Fernández y Cristina Fernández se concreta en octubre, y ratifica la diferencia lograda por este binomio en las PASO de agosto. Esa es la actitud cínica de la derecha latinoamericana, como es la de Lenin Moreno, que ganó la presidencia con un proyecto de izquierda y está gobernando con la derecha económica y política, la asistencia del FMI y los Estados Unidos.

Es la nueva lógica perversa -además de cínica- que cercenó sin piedad expectativas y esperanzas de las mayorías, como anticipó el sociólogo ecuatoriano Agustín Cueva en su libro Democracias restringidas. (1988) En suma, una democracia de alquiler, que tendría dos pilares para su sustento práctico y conceptual: que el pueblo y las masas, según se mire, puedan expresarse libremente y que cada cierto tiempo concurra a las urnas para ejercer su pleno acceso al libre consumo de bienes. Cuando las masas reclaman sus derechos, entonces se pone en riesgo la permanencia democrática.

Esa concepción neoliberal de la democracia, propugna la simple ‘normalización de la vida’, como sostenía Walter Benjamín, para que el sistema pueda encontrar un dispositivo afín y prioritario. Y este dispositivo encuentra su plena abreviatura en el miedo y la coerción: si el pueblo elige mal, es decir, si vota por un proyecto contrario, existe el peligro real que la democracia se desaproveche.

El neoliberalismo acude de inmediato a la ‘racionalidad dominante’: porque los aspectos de la vida se enmarcan y se miden en términos económicos. La ‘economización de la vida’ significa que solo el neoliberalismo puede salvar y sostener la democracia cuyos contenidos se hayan generado en el mercado. De acuerdo al pensamiento de la socióloga norteamericana Wendy Brown, el neoliberalismo es lo opuesto a la idea de democracia, porque es un ‘nuevo orden normativo que se ha convertido en las últimas 3 décadas en la racionalidad dominante’. (El pueblo sin atributos La secreta revolución del neoliberalismo, Barcelona, Malpaso, 2016)

Atrapado en esa ‘ilusión’ de un poder al que supuestamente tiene acceso y ayuda a configurar, el ser humano se auto convence que está ejerciendo un derecho inalienable, propio, que contribuye, en la práctica y los hechos, a la preservación del sistema democrático y la legalidad. Todos los elementos básicos de la democracia (la ley, la soberanía, la participación, la salud, etc.) dice Brown, devienen en la economización de la vida. Las personas como ‘unidades de capital empresarial y de autoinversión’. Es decir, somete el carácter político de la democracia a la economía que se vuelve una razón que determina el rumbo de una nación. ¿Qué ocurrió en Argentina? Más que nada el fracaso de un absurdo proyecto gerencial y de negocios.

Y en términos de coincidencias -lo puntualiza nuevamente Agustín Cueva- hay que recordar el acto ‘bochornoso’ del expresidente León Febres Cordero, que en su visita oficial a los Estados Unidos en enero de 1986 “fue encomiado por altos personeros de la administración y por el propio Reagan como el máximo ejemplo de gobernante democrático, encarnación precisamente del tipo de política que queremos alentar a través del plan Baker”.

Cueva se hizo la siguiente reflexión, muy actual: “(…) cuando las leyes capitalistas funcionan de una manera más universal y rigurosa debido a las transnacionalización de nuestras economías y, por si fuera poco, a la estrecha supervisión ejercida por organismos como el FMI, ¿qué poder de decisión tiene entonces el ciudadano común y corriente de un país subdesarrollado sobre un movimiento económico que escapa no solo de las dimensiones de su unidad productiva, de su barrio y de su pueblo, sino también del ámbito de su nación?”

La región está viviendo una furibunda reconcentración del poder económico y político. También, como en 1986, es un momento muy contradictorio ‘con indudables alientos democráticos entremezclados con el fantasma de un terror que por igual proviene de las secuelas dejadas por las dictaduras fascistoides que de la violencia que el imperio norteamericano ejerce en cualquier lugar donde hay brotes de rebeldía contra él y la correlación de fuerzas se lo permite’. (Cueva, 1988)

Hay que plantearse el problema de los contenidos de la democracia, reclamaba Agustín Cueva, para salir del chantaje de los políticos y las desviaciones ‘ideológicas de cierta izquierda’. Y entender sobre todo, el rol que cumplen las actuales administraciones de derecha, que no encuentran -como en los ochenta y noventa- ‘mejor manera de justificar su presencia en el gobierno que a título de mal menor: ellos o el terror, escoger ‘entre la vida o la muerte’, como llegó a decir Alfonsín’. Y como lo vuelve a plantear el obediente de Macri.

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