Nunca antes, ni aquí ni en ningún país, se vivió un drama en vivo y en directo que termina en la muerte de una mujer apuñalada por su pareja –femicidio en términos jurídicos- frente a más de una docena de policías, decenas de vecinos transmitiendo por su celulares la tragedia y con autoridades en sus casas al parecer cómodas, impávidas y tratando el tema, posterior al deceso, como un asunto delincuencial y de crónica roja.

Este acontecimiento, con todas sus letras y secuelas en una sociedad como la ecuatoriana, no puede quedar como un episodio espeluznante y menos como una cifra estadística, a propósito de la desatinada declaración de Lenín Moreno, en Davos, Suiza. Por el contrario, se trata del reflejo de un problema más hondo y que ya revela otros más. El principal: la Policía no obedece al mando político. La gobernadora de Imbabura, Marisol Peñafiel, perdió el control de la situación porque los gendarmes no la obedecían desde que se inició el proceso por el asesinato del joven afroecuatoriano Andrés Martín Padilla Delgado, en la población de Mascarilla.

La solución más fácil de su jefa superior, la responsable de los gobernadores, la ministra del Interior, María Paula Romo, fue destituirla y sacar al mando policial de esa provincia. Con lo cual, evidentemente, agravó la relación del poder civil con el policial de la zona. Y reduce un asunto de repercusión internacional a una solución de comisaria de barrio.

Entonces, se evidencia un asunto de fondo: el gobierno nacional, sus ministros y consejeros, no entienden las connotaciones, las implicaciones y las consecuencias de un hecho de esta magnitud. ¿Una prueba? El comunicado de Moreno generando xenofobia; la respuesta del secretario de Comunicación, Andrés Michelena, trasladando la responsabilidad de un crimen a Nicolás Maduro; y, el intento de lavarse las manos por parte del secretario Juan Sebastián Roldán incitando a una crisis internacional acusando de todos los males de la migración a Venezuela.

Lo increíble y contradictorio es que la ministra de la política y de la seguridad, declarada feminista, cuando asumió el cargo dijo que su tarea principal sería velar por la integridad de las mujeres. Lo dijo sin ambages y al margen de su buen propósito, en la práctica, se ha ocupado más de apagar los “incendios” de los policías, adornar la imagen de Moreno, atacar a una oposición supuestamente disminuida y desprestigiada. Pero más grave aún: siendo feminista enfrenta la irracionalidad de un femicidio como cualquier policía, fiscal o comisario. No capta la magnitud de su cargo como ministra y mucho menos el impacto que tiene en los movimientos feministas su absoluta incompetencia al dejar pasar 90 minutos para que un sujeto pueda materializar un crimen que se pudo evitar.

¿Dónde estaba ella en todo ese tiempo? ¿No le comunicaron sus mandos inmediatamente inferiores? ¿Por qué tuvimos una respuesta tardía como ciudadanos a un hecho de conmoción mundial? Peor aún, ¿cómo se le ocurre comparar lo de Mascarilla con lo de Ibarra?, ¿fue para salvarse de la arremetida policial o para eludir los procesos que llegarán por los dos casos en cortes internacionales?

Al parecer Romo cree que contar con una prensa cómplice le evita la condena histórica. Si no renunció por decencia política, cargará con la responsabilidad pública, así como en su momento la tuvieron los ministros César Navas y Patricio Zambrano por el asesinato de los tres miembros del equipo periodístico de diario El Comercio. ¿O será que piensa en una embajada tras dejar su cargo como de la que goza el socialista Zambrano en París, en la delegación de la Unesco?

La respuesta real, concreta y sin ninguna motivación política (o correísta) fue la marcha de las mujeres en 10 ciudades del país demandando no más femicidios y no más xenofobia. ¿Algo más para entender la dimensión del hecho?

Aquí, en la práctica, se ve lo esencial: no hay autoridad política en el Ecuador. Moreno viaja a Europa y evade afrontar con liderazgo los problemas de fondo: su Vicepresidente, tan socialcristiano como sus aliados en Guayaquil, habla desde un discurso hueco y funge de guardaespaldas de Romo cuando va a la Asamblea Nacional; su consejero Santiago Cuesta habla de privatizaciones y sus ministros de Energía y Finanzas de concesiones y de prudencia; sus secretarios privado y de Comunicación son los febriles e iracundos anticorreístas y antichavistas que no escatiman adjetivo para echar las culpas a otros y no ven la paja en sus propios ojos. Entonces, vivimos a vaivén de un gobierno sin brújula, contando los días para que termine el plazo y yéndose a dormir cada noche porque le vale un carajo el país. Eso sí, la agenda de viajes internacionales es muy activa.

Por lo pronto solo nos queda, por responsabilidad política, pública, ciudadana e histórica pedirles a todos los ministros involucrados en estos desastres la renuncia y las disculpas públicas para sanidad de nuestra nación. Empecemos por la ministra feminista que ofendió a las mujeres con su actuación.

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