Ya lo sabemos: mañana será diferente. Puede ser peor si nos dormimos, pero puede ser mejor si así nos lo proponemos. Esta cuarentena es como un gran retiro que nos obliga a replantearnos la manera de vivir, convivir y creer. Es el paso de Dios por nuestra vida, como ‘Buena Noticia’, si sabemos acoger la oportunidad. Todos somos seres humanos que nos construimos poco a poco y toda la vida. Algo hemos empezado. Es el momento de decidirnos a lograrlo juntos.

Aprender a ser humanos ya

Eso es la meta de la vida de toda persona: Ser plenamente humano. Porque de niño somos egoístas e incapaces de desenvolvernos solos. Adolescentes: pasamos a otra etapa de la vida y descubrimos la dimensión social de la existencia: existen otras personas y juntos podemos lograr metas imposibles de alcanzar si estamos solos. Jóvenes: buscamos la manera de lograr ser independientes de nuestra familia, preparándonos para alguna profesión y buscando la manera de entender el misterio de la vida y del amor. Llegamos a ser adultos cuando nos ganamos la vida, fundamos una familia, somos útiles a los demás, desarrollamos la dimensión espiritual que anida en nosotros. Viejos: miramos las cosechas de las semillas que hemos sembrado, gozamos de las amistades cultivadas desde siempre, compartimos sabidurías adquiridas en las luchas, los sufrimientos y los fracasos, nos sentimos en sintonía con mucha gente, vivimos en una mayor armonía con la naturaleza, nos dejamos poseer por una mayor comunión con el gran Misterio que llamamos Dios. Eso ‘ser humano’: no dejar de crecer siempre.

Este tiempo de encierro en el espacio de la casa nos obliga a repensar nuestra vida y nuestra manera de vivir. Frente a la pandemia de coronavirus nos sentimos frágiles, desamparados, desprotegidos, mortales. ¿Dónde estarán los puertos de salvación? ¿Serán nuestros gobernantes? incapaces de orientarnos, proteger nuestra salud y nuestra existencia. ¿Serán nuestras capacidades personales? pero nos enseñaron en la escuela, el colegio y la universidad a ser individualistas, competentes a costo de los demás, agresivos en nuestras relaciones, ávidos de dinero y poder sin mirar a quién le hace daño, consumistas de todo lo que nos presentan, corruptos para alcanzar lo que más deseamos… Nos enseñaron a ser productivos, para unos pocos, e inútiles no sólo a los demás sino a nosotros mismos.

Los puertos de salvación: ¿serán las religiones? El mismo Jesús, condenado por las autoridades religiosas de su tiempo, murió en la cruz gritando: “Padre, ¿por qué me has abandonado?” ¿Qué pueden las religiones frente a la pandemia actual? Rezar, sacar a los santos, decir misas en Iglesias vacías, pasear a la Madre de Jesús por los cielos ecuatorianos… prácticas ineficaces de tiempos idos. Jesús había venido para otra cosa: curar a los enfermos y encaminar a los pobres a compartir entre sí para crear nuevas relaciones humanos y sociales, en nombre de un Dios Padre y Madre que nos quiere de pie, no de rodillas, y hermanos y no desconocidos o enemigos.

Terminada la cuarentena, ¿vamos a volver al desorden, a la desorganización, a la indiferencia, a la complicidad, a los vicios, a la maldad individual, colectiva y estructural de nuestras instituciones? Todo esto ha producido la pandemia que estamos incapaces de controlar. La Tierra está cansada de los humanos que la destruimos o no la defendamos ni cuidamos ni protegemos, sino que dejamos desaparecer miles de especies animales y vegetales cada semana en algún lugar de nuestro planeta sin preocuparnos, sin ver que necesitamos de ella para respirar, comer, curarnos, en una palabra vivir, sobrevivir. ¿Hasta cuándo?

Ya es tarde. Si continuamos así, habrá una noche en que la próxima generación no amanecerá porque la noche y el frío se harán perpetuos con la muerte de la vida. Vamos a entender por el cataclismo de varios millones de enfermos y de centenares de miles de muertos… ¡por una gripe!.. que hay que encontrar un sentido a nuestra existencia y otro camino para nuestra sociedad. No es por gusto que hemos llegado a este mundo: la Vida nos ha regalado un cuerpo espiritual o un alma corporal para colaborar a perfeccionar la vida y multiplicar el amor. ¿Qué hemos hecho con nuestra propia vida? ¿Qué hemos hecho por una vida mejor para los demás? ¿Qué hemos hecho para conocer a Dios y reconocerlo en todos el que sufre y pasa necesidad? ¿Qué hemos hecho del proyecto de Jesús que es el Reino, es decir, un mundo de hermanos felices? Allí sí, podemos aplicarnos la maldición de Jesús en sus parábolas: la de “las vírgenes descuidadas”: “¡No les conozco!” y la del juicio final: “¡Malditos! Váyanse al fuego eterno!”

Esta pandemia es una llamado apremiante de Dios en los gritos de los pobres y de la naturaleza para ser verdaderamente humanos, creciendo individualmente, fraternizando colectivamente, implementando una organización económica, política y cultural que nos haga iguales, equitativos, responsables de nuestras vidas y de nuestras instituciones… dejando atrás a todos aquellos que se creen nuestros salvadores materiales, sociales y religiosos.

Esta pandemia no exige a gritos ser humanos ya, es decir, hermanos, arrimados a nuestra Madre Naturaleza y agarrados con el Dios de Vida y del Amor porque hacemos que la Vida y el Amor nos habiten más y más. Así seremos ‘¡bendecidos!’ y salvados.

Hemos empezado…

Ya pasaron los días y las semanas y sigue la cuarentena. Nos dicen que va a terminar, pero nadie está muy seguro de la fecha. Van a ser dos meses que la suportamos y nos preocupa que termine. Nos preocupa también lo que va a pasar después, porque nos damos cuenta que las cosas no van a ser como antes.

No hemos pasado en vano 2 meses, encerrados en nuestras casas. Para muchos la realidad es trágica: ¿cómo comer cuando se gana cada día el pan que la familia necesita? En muchas familias hay seres queridos que se han ido para siempre y no se los pudo despedir. Muchos han perdido su empleo porque la tienda, el taller, la fábrica se quedaron cerrados. El país está por los suelos porque el petróleo ha caído a precios muy bajos, se pagó 330 millones de dólares por los intereses de un préstamo con el Fondo Monetario en plena mortandad nacional, los ricachones han mandado su dinero en los paraísos fiscales: nada menos que 800 millones; y la corrupción sigue campante en las altas esferas del gobierno. Ahora nos quieren controlar mediante nuestros celulares: saber dónde vivimos, adónde vamos, con quiénes nos comunicamos, disque para proteger nuestra salud. Si no la han protegido hasta hoy, ¿por qué van a protegerla mañana?

Mal estamos, muy mal estamos. ¿Cómo se va a levantar un país saqueado por sus propias autoridades y sus amigos de turno? ¿Cómo se va a recuperar una economía por los suelos, con miles de empresas quebradas? Al ver el vicepresidente que no podía controlar la pandemia desde el gobierno, deja a los municipios decidir cuándo salir de la cuarentena. Y el mismo presidente afirmó: “Mi situación me impide salir a territorio. Soy una persona de la tercera edad, con discapacidad física y con los problemas médicos que eso representa. Los médicos me han dicho que fácilmente podría contraer el coronavirus y que difícilmente podría superarlo…” Somos un país a la deriva, con hambre, sin empleo, sin dinero, sin líder que nos ayuda a salir adelante. Tenemos que contar sólo con nosotros mismos… Eso es el desafío a asumir, consciente y organizadamente.

Estos dos meses de encierro también nos han servido para pensar, para descubrir el fracaso del sistema que nos gobierna. Por momento nos paralizaron el miedo y la desesperación, pero ha surgido en nosotros la esperanza que juntos podemos levantarnos, arrimar el hombro, aceptar que va a ser una larga y dura lacha para recuperar la paria y volver a vivir y convivir como Dios manda. Eso será posible si ya hemos empezado a vivir de otra manera. En cierta escasez hemos probado que se puede comer más sanamente con legumbres y frutas. Al no haber medicamentos eficaces contra el coronavirus, hemos probado con limones, jengibre, hierbas medicinales, imanes y cuántas medicinas tradicionales o alternativas. No han faltado entre nosotros signos y gestos de compartir y solidaridad, pequeños tal vez pero reales que nos devolvieron la sonrisa, alimentaron la amistad e hicieron crecer la esperanza. Hemos descubierto que podemos vivir sin estar comprando cosas innecesarias o superfluas. También hemos rezado, realizado devociones olvidadas, leído la Biblia, vuelto a descubrir a Jesús más cercano a nosotros y a Dios como el gran misterio de la vida y del amor. Nos hemos preguntado qué es lo más importante en este momento, lo prioritario a no perder, a lo esencial a no dejar escapar…

Empezamos a estar seguros que mañana no podremos vivir como ayer, pero sí, conservando lo importante que hemos vivido sin dar nos cuenta… porque, si no, vamos a quedar peores y muy mal parados: una vida sin vida, unas relaciones sin amor. Y la existencia individualista, consumista, desorganizada se tornará una pandemia peor que el coronavirus. Mañana tiene que ser un nuevo amanecer, un nuevo día, un nuevo nacimiento, una nueva humanidad. Hemos empezado: hay que continuar, mejorar, fortalecer las novedades que estamos viviendo y redescubriendo. No podemos volver atrás porque atrás es la enfermedad, la muerte y el cementerio… ¡si hay espacio! Dios nos ha creado para otra cosa: una vida plena desde el compartir, una fraternidad sencilla desde la solidaridad, una fe con sabor a felicidad, un país más igualitario donde todas y todos podamos caber. ¿Sabremos darle este gusto a Dios?… porque “¡si la silla de Dios está vacía, la ocupa el diablo!”

Por Editor