Por Lucrecia Maldonado

Yo le explico porque soy pedagoga de larga data. Para enseñarle a pescar, primero tendrá que coger un bus, nada de autos de lujo ni cosa parecida, de camino hasta le pueden apuñalar, ya sabe cómo es. Lleve un par de cañas, porque de ley él no va a tener. Y pescar sin caña o algún otro instrumento afín, por proactivo que se quiera ser, no va a funcionar así, desde el principio.

Una vez que llegue, va a tener que buscar dónde pescar. De ley un precioso mar, una bahía de película o un río manso y caudaloso no va a haber. Lo que va a haber, cuando mucho, es una acequia, una alcantarilla maloliente de aguas servidas o en el peor de los casos un charco donde los gusarapos y los güilli-güillis se den gusto brincoteando para cazar moscas, que eso sí va a haber, y muchas. Tal vez un curso de cacería de moscas resulte mejor, pero el aforismo no contempla la cacería de moscas, entonces fregado mismo va a estar.

Entonces, lo primero que hay que hacer una vez encontrado el sitio dónde pescar, es que usted se cerciore de que usted mismo, primero que nadie, podrá pescar algo más que una infección en el mencionado lugar. Sin discursos motivacionales, sin esperanzas religiosas, sin falsas promesas, y lo más importante: sin mentiras, de ningún tipo.

Si mismo quiere enseñar a pescar, y no andar por ahí repitiendo lugares comunes para ver qué pescan usted y los suyos, se dará cuenta en seguida de que enseñar a pescar en esas condiciones es bastante complicado, por no decir imposible. Y es ahí donde se define el siguiente módulo del curso, que mucho depende del nivel de consciencia (y de conciencia) del profesor de pesca. Porque si tiene un buen nivel de las dos, no le quedará más remedio que dar otro tipo de curso.

Le explico, poniendo de su bolsillo y peleándose con todo el mundo, contratará un bus y llevará a sus alumnos a un verdadero recinto de pesca: un lago, un río manso y caudaloso, el mar… o tomando un barco, incluso alta mar. Y allí tendrá que cantar: tendrá que explicarles a sus estudiantes de pesca que alguna vez aquel lugar fue de todos, incluso de los peces que se ofrendaban en una pesca racional, pero no industrial ni cosa parecida, sino como un proceso de la naturaleza. Pero una vez, hace mucho tiempo, alguien decidió irse apropiando sutilmente, en base a la fuerza bruta, el chantaje o la supuesta compra justa de los mejores sitios, no solo se apropió del agua donde pescar, sino de los árboles, y de la tierra donde sembrar, y de la tierra donde vivir, y así… Y cuando pedimos un espacio de lo que antes era de todos nos soltaron perros y nos dijeron ladrones, vagos, ‘comunistas’ (como si fuera insulto) y ve tú a saber qué más.

Solo entonces podrán comprender la diferencia entre andar por ahí a ver qué se pesca, pescar una enfermedad, pescar a río revuelto o repartir con justicia la pesca entre todos los comensales. Pero si piensa tomar esta última opción ande con cuidado: va a tener mucha contra. Los que acapararon las mejores aguas, y sus esbirros y asalariados se escudarán en que lo hicieron ‘trabajando’ y le pondrán todo tipo de obstáculos. Le acusarán de corrupto, de tirano, de autoritario; cínicos y sádicos como son, no vacilarán incluso en atentar contra su vida o en crucificarlo, como hace siglos a otro pobre que pretendió repartir equitativamente entre cinco mil familias cinco panes y dos peces, aunque después lo entronicen como Dios y funden una religión en nombre suyo para impedir que se cumplan sus enseñanzas.

Así que le advertimos: no es tan sencillo eso de ‘enseñar a pescar’.

Por Editor