Emilio Uzcátegui

El fin de año es una época marcada por la tradición en nuestro país. Los monigotes se vuelven el pretexto perfecto para ciudadanizar la sátira política, normalmente manejada desde las columnas de opinión de los medios de comunicación; las uvas y el espumante se mezclan con baños de hierbas andinas y un sinfín de cábalas de diversos orígenes para recibir al nuevo año. Esta alegre mezcla responde a una supraestructura cultural donde convergen valores sociales forjados a partir de factores políticos, económicos e históricos. Es por ello necesario analizar ciertas tradiciones, trazando sus orígenes, variaciones y dinámicas para identificar a qué valores sociales responden y, de ser el caso, adoptar posiciones críticas y contestatarias con ellas.

El cuestionar expresiones culturales siempre ha sido motivo de polémica y es que la cultura está inexorablemente relacionada a la identidad y a veces realizar un ejercicio de autocrítica sobre nuestros comportamientos, particularmente aquellos que tanto nos divierten, resulta algo incómodo. Sin embargo, plantear este tipo de reflexiones es esperanzador en el sentido de que la variación cultural es el núcleo de todo cambio social de largo aliento.

El deterioro de ciertas costumbres se ha ido evidenciando con el tiempo y aunque es normal que las tradiciones cambien, porque la cultura es siempre constructiva, vale la pena cuestionarse las razones detrás de esos cambios.

Los últimos años han visto un cambio particularmente marcado, la vulgarización absoluta del personaje de la viuda; aquella pareja, siempre mujer, que tras el fallecimiento del año viejo elabora un testamento jocoso y junto con la herencia del difunto, deja sus augurios para el año siguiente. Esta tradición tiene orígenes muy distintos a lo que apreciamos hoy en día. La viuda solía hacer las veces de una maestra de ceremonia, encarnada por una figura patriarcal o por una matriarca, en ciertos casos, y su tarea era oficiar la transición del año viejo hacia el año nuevo, enterrando lo malo del pasado y señalando lo bueno del futuro en una fiesta delirante.

Lastimosamente hoy en día las viudas se han convertido en un símbolo más de la hipersexualización de la imagen femenina en el marco de un relato, ya muy conocido, que otorga valor al cuerpo femenino únicamente en relación al consumo masculino, así se cree o asume que…: la mujer depende económicamente de un hombre y sin ese sustento su única opción es recurrir a la cosificación hipersexualizada de su cuerpo para sobrevivir.  Este guión propio de la mayoría de novelas de narcos de hoy y de siempre, es una representación de lo que el hombre promedio considera que debería ser el papel de la mujer en ese contexto, y es por eso que es el hombre quien asume gustoso el personaje de viuda en las calles. Esta historia es ya tan conocida que se ha convertido en parte del imaginario popular, recogiéndose en términos peyorativos como “mamá luchona” para referirse a las madres solteras que buscan sustento para sus hijos; este relato ya es parte de la experiencia de vida de la mujer latinoamericana.

Entonces, el cambio de la viuda, maestra de ceremonia, a la viuda objeto hipersexualizado no es una casualidad, es parte de un sistema de creencias que otorga valor a lo femenino en cuanto sirva para el disfrute masculino… está bien disfrazarse de mujer para pedir dinero, reírse con los amigos y chupar en la calle, pero está mal que una mujer trans participe en Miss Universo…; nos enoja que en un evento donde la mujer es el objeto de exhibición, se cruce alguien que no consideramos mujer y nos atemoriza más no poder identificarlo a simple vista, ¡vaya que es frágil la masculinidad construida desde el poder!

Lejos de considerar que la disrupción estética de las viudas es la reivindicación de una expresión de diversidad de género, creo que consiste en una parodia de lo femenino, de lo trans, de lo diferente. Es que no podemos hablar de reivindicación estética cuando la comunidad trans está sistemáticamente marginada del entorno laboral y recluida al trabajo sexual, cuando crecimos con programas de televisión realmente ruines que mostraban al “otro” al “diverso” como sujeto de las peores burlas y vejaciones, no podemos hablar de reivindicación estética cuando es únicamente el hombre quien puede salir de noche a la calle semi desnudo y ebrio por su simple diversión sin ponerse en riesgo ¡No podemos hacer una parodia de un problema tan grave sin asumir parte en la lucha para solucionarlo! 

Lejos de atacar al “sujeto viuda” de ayer, hoy y mañana, el objetivo de esta columna es generar una reflexión para visibilizar los aspectos políticos de la tradición y la cultura, para extender el análisis hacia otras expresiones igualmente controvertidas. Un ejercicio necesario en la actualidad, donde al parecer la recomposición de fuerzas políticas conservadoras traerán de regreso los espectáculos taurinos; donde el debate para despenalizar el aborto por violación tiene muchas voces contrarias, a pesar de que en Ecuador cada día 6 niñas menores de 14 años son violadas y llevadas a una maternidad obligada; en un escenario político adverso para los derechos y las diversidades es necesario cuestionar cómo la cultura moldea la política y viceversa.

Finalmente, propongo darle su real valor a lo femenino, a sus luchas que son luchas de todos, a buscar en la política feminista un punto de encuentro para muchas reivindicaciones sociales.

En fin, ¡los invito a vestirse de mujer todos los días, tomando su pañuelo verde y saliendo a exigir un mundo mejor!

Feliz año nuevo.

  

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