Rafael Correa

En el año 2004, dos científicos rusos, Andre Geim y Konstantin Novoselov, lograron extraer del grafito, material con el que se hace las puntas de los humildes lápices, una lámina de átomos de carbono que forman una red hexagonal con un átomo de grosor. Se trata del grafeno, también conocido como “la piel de Dios”.

El grafeno es cien mil veces más delgado que el cabello humano, doscientas veces más resistente que el acero, cinco veces más ligero que el aluminio, mejor conductor de electricidad que el cobre, y el mejor conductor de calor conocido. Con una placa de apenas un centímetro de espesor se podría detener un Boeing 747 en pleno vuelo. Es antibacteriano, elástico, flexible, transparente y ligero.

Este nuevo material revolucionará la ciencia y la tecnología, y, con ello, nuestro modo de vida. Sus aplicaciones van desde la informática hasta las energías renovables. Los más optimistas dicen que, con el nuevo material, la humanidad logrará más avances que en los últimos dos mil años. Por este impresionante hallazgo, Geim y Novoselov recibieron el premio Nobel de Física en 2010.

Existen más de mil grupos en el mundo -entre institutos, universidades, transnacionales y startups– analizando las aplicaciones del grafeno, las cuales se amplían día a día. El mayor reto es desarrollar su producción a gran escala y con costos razonables. Una vez logrado esto, el límite es el infinito.

En Yachay intentamos establecer una empresa “startup” de carros eléctricos con baterías de grafeno, las que permiten mucha mayor autonomía y se recargan en pocos minutos. Lamentablemente se perdió la potencial inversión. Mientras la peor prensa esté en el poder y la sensatez brille por su ausencia, es inútil tratar de aclarar las cosas. Basta decir que, pese a que el país no arriesgaba 20 centavos, se exigía ver “inmediatamente” una inversión de $3.000 millones financiada con capital de riesgo (venture capital), cuando, de forma muy clara, en el respectivo convenio se ofrecía dicha inversión durante los próximos 30 años, y, como su nombre lo indica, siempre existe riesgo.

Lastimosamente, el desarrollo no es solo tecnología e incrementos de productividad, sino también cambios políticos y culturales. Se ha llegado incluso a hablar de “falta de visión” en la creación de Yachay, por encontrarse “fuera de la ciudad”. Lo único que estos comentarios demuestran es lo atrevida que puede ser la ignorancia, así como el tiempo y recursos que los latinoamericanos gastamos destruyendo el esfuerzo de los demás. Con estas actitudes, jamás saldremos del subdesarrollo.

El grafeno es nanotecnología, una de las especializaciones de Yachay, una universidad con estándares mundiales, orientada precisamente a tecnologías experimentales.

Silicon Valley ya es un concepto del milenio pasado. La visión, el sueño y el desafío debe ser convertir al maravilloso valle de Urcuquí y a “Yachay”, la Ciudad del Conocimiento, en el Graphene Valley.

No podemos quedarnos atrás. Los cimientos están puestos, pero ya tenemos 14 años de retraso.


*Artículo especial para Ruta Krítica, se autoriza su reproducción citando la fuente

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