Imaginemos una comunidad de personas en una morada subterránea en forma de caverna. Al fondo de la misma, en lo más profundo, hay un terraplén donde están los habitantes de la caverna con las piernas y el cuello encadenados, de modo que deben permanecer allí y mirar solo hacia delante.

A espaldas de los encadenados y hacia arriba se halla la luz de una gran fogata y, en medio de las personas y el fuego, un camino por el cual pasan hombres y mujeres portando utensilios, herramientas, mercadería, etc. que proyectan sombras deformes y cambiantes sobre la el muro de piedra al que miran los encadenados.

Los habitantes de la caverna solo pueden ver las sombras y escuchar los ecos de los diálogos de los caminantes; esa es su mayor sabiduría y a eso llaman información, conocimiento y verdad.

Así empieza Platón [en versión libre de quien firma este artículo] el maravilloso relato metafórico conocido como La alegoría de la caverna, en el libro VII de La República. El texto, que ha servido para transmitir miles de interpretaciones a favor de la búsqueda genuina de nuevos y mejores saberes, hoy vamos a utilizarlo para entender en qué lugar de la caverna estamos.

La comunidad de encadenados representa a la ciudadanía de un país que, por costumbre, se informa viendo noticias en medios de comunicación tradicionales. Las cadenas equivalen a la tradición, a la costumbre, a los hábitos profundamente arraigados sin criticidad alguna.

La fogata son los medios de comunicación, que están arriba y atrás de los encadenados para no ser vistos. La ciudadanía solo recibe las sombras deformes y los ecos distorsionados que los medios producen de acuerdo a sus intereses. Esas sombras y ecos son las noticias, materia prima con la que formamos nuestro criterio sobre los temas de mayor importancia nacional.

Imaginemos ahora que se libere a uno de los prisioneros y éste, al volver la cabeza y ver el fuego de la caverna quede momentáneamente encandilado y ello le provoque angustia e inseguridad.

El reciente liberado es ahora llevado al exterior de la caverna; ha debido pasar cerca del fuego y podría llevar quemaduras y raspones, sin duda estará incómodo. Al salir, la luz del sol lo enceguecería de nuevo y tal vez quiera volver a la caverna, pero luego, al abrir los ojos ya totalmente restablecidos, podría ver la belleza de los campos, de los cielos y de los ríos.

El prisionero liberado representa a la persona que, en medio de las sombras noticiosas y el espiral de silencio que estas producen, decide informarse por medios alternativos, que indaga en las fuentes de la noticia, que contrasta, que investiga, que contextualiza, que se resiste a quedarse en los titulares, en suma, que cultiva el pensamiento crítico.

Esa búsqueda de la verdad podría distanciarlo de algunos amigos y familiares; podría convertirlo en la persona rara del grupo o incluso en el individuo peligroso del que es mejor estar lejos. Si a pesar de todo aquello, esta persona persistiera en nutrirse de información veraz, comprobada y contextualizada estaría por vez primera abriendo los ojos a la verdad y descubriendo que todo lo que consumía antes eran historietas salpimentadas al gusto de otros y para los intereses de otros.

Imaginemos finalmente que esta persona que ahora disfruta de la luz y de la libertad decide volver a liberar a sus compañeros. Al reingresar a la caverna y pasar de la luz a la oscuridad su visión se afectaría momentáneamente, por lo que los encadenados no le creerían que afuera hay un mundo mejor; tal vez ninguno quiera acompañarlo hacia el exterior de la caverna y, si pudieran, algunos hasta lo matarían por incitarlos a renunciar a su verdad.

En la alegoría platónica el ser humano liberado siente la necesidad heroica de liberar a otros, pero hay algunos que tienen alma de esclavos, viven en mundos pequeñitos, aman las celdas de la normalidad y se sienten felices con las sombras y los ecos. La misión liberadora es siempre un acto de heroicidad.

El heroísmo ciudadano ha de entenderse como el ánimo de quien, habiendo salido de la caverna, procura la misión de liberar a otros, de librarlos del yugo del pensamiento único, de desactivar los espirales del silencio y de ayudar a otros a descubrir la verdad.      

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