Verena Hitner

Esa semana ocurre en Córdoba la Conferencia Regional de Educación Superior de la UNESCO a propósito de los 100 años de las reformas universitarias que tuvieron impacto decisivo en la concepción de Universidad en América Latina. Es evidente que el peso creciente del conocimiento en la economía organizada dentro de los parámetros del paradigma del crecimiento continuo, es un factor que ejerce fuertes presiones para su apropiación y es un factor clave para la concentración de la riqueza.

El concepto de sociedad del conocimiento desempeñó un papel político importante en América Latina durante el período neoliberal, al transformarse en el modo hegemónico de comprender el problema de la globalización en la región, contribuyendo a legitimar un patrón específico de inserción internacional basado en la adhesión a la liberalización económica y en el consecuente abandono de una visión más estratégica de desarrollo.

Actuando de modo decisivo en este proceso, los organismos internacionales controlados por los países centrales difunden activamente un discurso que presupone, antes que nada, que la actividad de innovación que tiene como locus privilegiado a la empresa privada e involucra la comercialización del conocimiento, debe ser la nueva prioridad del Estado. La innovación podría ser medida como una actividad económica, como cualquier otra, a partir de la relación entre inversión, pública y privada, y los resultados, en especial resultados económicos medidos bajo la forma de patentes y nuevos productos y procesos.

La propriedad intelectual, no solo porque era el indicador central del éxito de las políticas, sino también por su papel en el incentivo a la innovación al garantizar el retorno de la inversión privada, se transformó en elemento decisivo de la actuación del Estado en la promoción de la ciencia y la tecnología.

En los países sudamericanos las políticas neoliberales tuvieron como consecuencia, también, el fortalecimiento de una ideología del progreso según la cual la tecnología era vista como un vehículo neutral para el crecimiento irreversible de las economías. Desde esa perspectiva, el desarrollo, pensado como un proceso de sentido único e inexorable, depende casi exclusivamente de la incorporación de tecnología universal y cuantificada según los patrones e indicadores internacionales.

Ese argumento garantiza a los países centrales legitimar la construcción retórica de que el problema no está en el patrón de integración o inserción desigual o en el patrón específico de producción de ciencia y tecnología, sino en la cantidad de conocimiento y tecnología producida, lo que definiría la exclusión o inclusión en la “sociedad del conocimiento”.

Los rankings internacionales de universidades son la mejor expresión de esa retórica uniformizadora según la cual no importa la relación entre el tipo de conocimiento y tecnología desarrollados y su impacto específico en la sociedad, sino solamente la cuantificación de esos elementos, según indicadores asimétricos que miden resultados muy específicos como artículos indexados en revistas de los países centrales o cualificadas por ellos, número de PhDs, independentemente del área específica, y patentes y productos, también independientemente de sus contenidos.

Ese enfoque empujó a que los países sudamericanos acepten el modelo de producción, gestión y evaluación del conocimiento propuesto por los países centrales por medio de sus think tanks y organizaciones.

Uno de los principales impactos de este cambio fue el aumento de la preocupación por la cuantificación de la producción científica, más que por la discusión cualitativa de lo que se desarrollaba en las universidades. Los índices de productividad y la colocación en los rankings internacionales pasaron, en este contexto, a ser la principal preocupación de las gestiones académicas que importaban ciegamente conceptos de “cualidad” y “excelencia”.

Al adoptar acríticamente los indicadores producidos por países del Norte global, los países sudamericanos dejan de producir indicadores que reflejen el impacto cualitativo de esas mediciones cuantitativas.

Esa situación llevó a los países de América del Sur a una situación peculiar: cuanto más importante se hacía el conocimiento para el desarrollo, menos estratégica era la visión de estos países con relación a las PESCTI, como políticas del conocimiento. Aunque hubo un esfuerzo para fomentar la producción autóctona de conocimiento y tecnología en la región, el “conocimiento sobre los conocimientos”, y las tecnologías sociales específicas que ellos proyectaban como las PESCTI y sus indicadores, eran cada vez más importadas sin dilación.

En ese sentido, uno de los principales retos para el sistema de educación superior regional a los 100 años de Córdoba, es plantear nuevos indicadores. Nuevos indicadores que deben ser analizados considerando los avances que tuvimos en términos de políticas públicas de democratización y de incentivo a la producción de nuevos conocimientos. El impacto de las PESCTI no puede ser medido por los indicadores tradicionales de la OCDE, porque su efecto se da menos sobre la cantidad de conocimiento producido y comercializado y más respecto del contenido de ese conocimiento y su patrón de difusión. Las políticas regionales de los últimos años son políticas que buscan disputar nuevas formas de producción de conocimiento y nuevos mecanismos para su apropiación social, y eso debe ser valorado en indicadores propios de análisis de la CTI en la región.

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