La nuestra es una sociedad premoderna. No resiste ningún análisis serio sobre la consolidación de sociedades avanzadas. La nuestra es una sociedad condenada. Somos un grupo de humanos incapaces de respetar las reglas mínimas de juego que se requieren para ser una sociedad de verdad. No hay respeto, ni a la ley, ni a las instituciones, ni a los demás. No nos interesa defender las bases de la conformación de una nueva sociedad y por eso, estamos condenados a esa permanente sensación de transición entre el salvajismo completo y la convivencia precaria.

Vivimos una dictadura disfrazada de democracia y a nadie parece importarle. Los actores políticos operan a favor de la dictadura, solo para quitarse de encima el peso de su notoria impopularidad e incapacidad para conectar con las necesidades reales de las mayorías. Las élites burguesas aplauden esta supuesta democracia, porque les es funcional y opera cómo ellos consideran, que debe operar, en espacios reducidos para que solo ellos puedan tomar decisiones que los beneficien a ellos. Los medios de comunicación felicitan esta dictadura porque los mantiene comiendo pan caliente, y estos defensores de la libertad de expresión, solo han defendido su libertad para difamar, insultar y denostar a cualquiera que no sea como ellos, de buena cuna, de bien. Las otras élites, las tradicionales como la Iglesia o la Fuerza Armada (que no es más que un conjunto de funcionarios públicos armados para defender la República, aunque ellos se creen los salvadores de la patria) actúan de plácemes con lo que hace el gobierno porque eso mantiene sus privilegios mal habidos.

Vivimos una dictadura en la que es penado, bajo cualquier pretexto inverosímil, pensar distinto, querer un mundo diferente. El exilio, la cárcel, la proscripción política, la persecución institucional son elementos arquetípicos de cualquier dictadura. Existen ecuatorianos que ahora viven fuera, porque tuvieron que huir ante la imposibilidad de tener un juicio justo para enfrentar las más burdas mentiras de las que se los ha acusado. El único que se atrevió a confiar en que las instituciones funcionarían, está detenido injustamente en una Cárcel de máxima seguridad, sólo, por la fuerza de las circunstancias, en palabras de uno de los más fervientes defensores de la situación actual en la que, cómo ha dicho la impresentable Ministra de Gobierno, la realidad supera a la legalidad.

Ya ni nos suena a novedad que los actores de oposición denuncien la persecución física de la que son sujetos. Ya parece normal que cualquier acción judicial con dedicatoria sea común. La proscripción política se considera ahora, un deber moral. Esta sociedad mojigata prefiere callarse, para no tener que lidiar con los minúsculos grupos fascistas que se creen demócratas solo cuando ellos gobiernan, pero desean la dictadura más sangrienta cuando pierden.

La última de estas acciones dictatoriales es lo que ha sucedido hoy con el Contralor sin nombramiento que, en clara contradicción a la Constitución, a la Ley, a la democracia y, hasta el sentido común, decide destituir a las autoridades del Consejo Nacional Electoral. Sujetos que por lo demás, me son abiertamente repugnantes, pero que en tanto autoridades electorales no pueden, siquiera, ser amenazadas si no operan el golpe definitivo a la democracia incipiente y formal que tenemos.

Si esto no es una dictadura, ¿Qué es? ¿Cómo la proscripción política sin razón legal ni racional puede ser democracia? ¿exactamente, cómo es que este ridículo entramado de violaciones a las organizaciones del Estado, se puede considerar re institucionalización? Si mañana ganan las elecciones grupos que tienen odio personal a, digamos Jaime Nebot, ¿se va a proscribir también al PSC?

Mucho me temo que, por desgracia, esta pesadilla no tiene final feliz. Mucho me temo esta dictadura nos dejará en soletas, no solo económicas, que para eso ha sido muy eficiente el Pretty Boy, sino también sociales. Cuando, en nombre de la democracia, se la hiere de muerte, no hay camino posible para la sociedad. Moreno está cumpliendo su cometido de dejar todo en cenizas porque, como Nerón, prefiere ver el país arder, que darle la oportunidad del futuro que, muchos pensamos, nos merecemos, pero que unos pocos consideran, en cambio, que es una absoluta insensatez porque el Ecuador no somos todos, sino solo ellos, los de siempre, los que se creen de buena cuna y aplauden el robo institucionalizado cuando es realizado por ellos.

Es de esperar que el estratega Rafael Correa tenga un plan B, y un C. Es de esperar que en sus cálculos haya estado siempre la probabilidad más que clara de que esto sucedería. ES de esperar que el plan B o C nos sea develado en el momento oportuno. De lo contrario, el camino del respeto a las instituciones del Estado habrá terminado y solo quedará el camino de la resistencia constitucionalmente consagrada ante la barbarie que se comete en nombre del odio.

Mucho me temo que la democracia haya muerto y con ella, el futuro.

Por Editor