Tal vez la palabra “fin” sea la que más se repite en las reflexiones que filósofos y científicos sociales hacen sobre la pandemia. Para algunos se trata del fin de la democracia y la libertad individual a causa de la imposición de un Estado autoritario que se soporta en la fuerza, la ciencia y la tecnología digital, China sería el ejemplo más depurado. Ellos son incluso negacionistas, el coronavirus no es tan grave y se lo utiliza como pretexto para la imposición de ese nuevo autoritarismo. Otros, la mayor parte, son de la opinión de que la pandemia representa el fin del neoliberalismo, la evidencia de su incapacidad para proteger la vida y la salud de la población habrían demostrado su agotamiento. Hay quienes van más lejos y sostienen que no solo es el fin de esa versión del capitalismo, sino de este sistema en su conjunto. Para este grupo ese agotamiento deja ver –además- los atisbos de una sociedad postcapitalista con rasgos socialistas. Finalmente están los que creen o dudan de esos “finales” y piensan que el rol adquirido por el Estado y ese relativo desprendimiento de las lógicas del capital durante la pandemia es solo una interrupción temporal que traerá de vuelta al neoliberalismo.
En Ecuador, ninguna de estas hipótesis parecen tener validez. Y no es cosa menor decirlo si se tiene en cuenta que vergonzosamente la tasa de mortalidad en nuestro país ocupa el primer lugar en el mundo. Aquí no habría estado mal contar con un poco del “autoritarismo estatal” que asusta tanto a ciertos intelectuales europeos. Con algo más de control estatal de la pandemia y con algo menos de desmantelamiento del sistema de salud pública habríamos evitado la tragedia de Guayaquil. La cuarentena ha sido más una escenificación que una realidad, su fracaso fue rotundo, la verdadera prioridad era “abrir la economía” cuanto antes. La cuarentena no sirvió ni para el fortalecimiento del monstruo orwelliano ni para el “control digital” de los ciudadanos, el ridículo manejo de las cifras por parte del gobierno se parece más a un inepto troll que a un sofisticado sistema de vigilancia digital. Por el contrario, ha prevalecido un irrestricto respeto a la libertad del capital que algunos filósofos europeos podrían estar confundiendo con la democracia y la libertad individual.
Para nuestra realidad la que le puede resultar como la formulación más desatinada es aquella del fin del neoliberalismo, y la del fin del capitalismo podría hacernos estallar en carcajadas. Despidos masivos tanto en el sector público como privado con la anuencia de un Ministerio del Trabajo que dice, con todo desparpajo representar a los empresarios; suspensión de derechos laborales para permitir a los empresarios imponer sus condiciones a los trabajadores; disminuciones salariales generalizadas; afectación a los presupuestos de salud, incluyendo despidos en el sector en plena pandemia, y educación; pagos de miles de millones de dólares a acreedores de deuda externa, incluyendo las operaciones en las que el ministro de finanzas decidió jugar al casino mostrando que es un pésimo jugador. En nuestro país ni siquiera pensamos en la posibilidad de exigir una tregua al capital para atender mejor la gravísima situación, todo lo contrario, se aprovechó la crisis para profundizar el agresivo programa neoliberal del gobierno de Moreno y sus aliados.
Incluso la idea de que el neoliberalismo se habría deslegitimado en el sentido común de la mayoría por efecto de su incompetencia para enfrentar la crisis se relativiza en Ecuador. Debido a la utilización mediática de los casos de corrupción para la persecución política no solo se ha logrado un extendido desprestigio de la política en general, sino –más grave aún- de lo público en general. Buena parte de la población que aplaude a médicos y servidores públicos ubicados en la “primera línea”, aplaude también el agravamiento de las políticas de desmantelamiento del Estado con el argumento de que todo lo público es corrupto y de que todos los políticos roban, concluyendo así que su actual situación fue producida por la política, y más particularmente por la política de izquierda.
Es probable que el problema radique en la valoración del capitalismo y el neoliberalismo que hace la intelectualidad progresista. Llevamos aproximadamente un siglo hablando del “fin”, el “agotamiento” o la “crisis final” del capitalismo y este sigue en pie. Mucho de lo que se ha dicho durante la pandemia recuerda lo que se decía en la crisis financiera de 2008, entre ella y la pandemia las tendencias mundiales del capital solo se profundizaron. Por supuesto, si valoramos al capitalismo desde criterios mínimos de justicia social, y en este momento de garantías para las cuestiones más básicas de la vida, es un rotundo fracaso, pero esos no son ni los principios de funcionamiento ni los objetivos del orden capitalista. El conflicto y la crisis no son anomalías, son su forma de funcionamiento, el vértigo y el caos de su funcionamiento son condiciones esenciales de su reproducción. En la actual etapa del capitalismo, esos principios de organización social gobiernan las condiciones más elementales de nuestra reproducción biológica y las relaciones sociales más íntimas. El capitalismo ha logrado integrarlo todo en su lógica caótica y volátil, por eso gobierna desde la vida cotidiana y la sociedad civil, los Estados solo se le adecúan, es una especie de “orden natural”, eso que llamamos “neoliberalismo” no constituye una desviación, es la más que la plena realización de los componentes autoritarios, opresivos y destructivos que están en la base misma de la forma capitalista.
La frase de que la “realidad superó a la legalidad”, que se ha vuelto la emblema del gobierno ecuatoriano, retrata bastante bien todo esto. En realidad significa que el capital está por fuera de la legalidad, efectivamente vivimos el fin de la democracia y las libertades pero en nombre de la dictadura del capital. Lógicamente es pronto para ser concluyente en este diagnóstico, eventualmente el rumbo del país y el mundo puede cambiar. El Ecuador solo podría ser el último reducto del capitalismo pandémico en retirada, de no ser así estaría anticipando lo que le espera al mundo luego de la tregua. No pasará mucho tiempo para saber si el Ecuador actual es una distopía del capitalismo totalitario o si es su utopía más depurada.