Fue en realidad el segundo día de clase virtual. Es una informalidad total eso de impartir y analizar los cuentos de Cortázar desde mi dormitorio. Ayer fue un día duro del que prefiero no hablar, porque ahora ya no fue tan duro. Más bien llevadero. Solo que la clase virtual te deja un agotamiento y un dolor de cuello que jamás me ha dejado la clase presencial. Como siempre, no faltan los típicos niñatos que quieren llamar la atención por quizá la única capacidad de la que se sienten orgullosos: la de j****.
He visto, conmovida hasta las lágrimas, cómo Cuba, China y Venezuela prestan el contingente de sus médicos a la soberbia Europa que siempre nos miró por encima del hombro (salvo excepciones). China, bueno, no sé mucho qué decir de esto. De Cuba sabemos que sesenta años de revolución y bloqueo, en ese orden, crearon un espíritu solidario difícil de emular. Pero lo que más me toca el corazón es Venezuela, con todas las agresiones de que es objeto por esos mismos países arrogantes, seguidores a rajatabla de las órdenes norteamericanas, país herido casi de muerte por las agresiones de un mundo plagado de estulticia y de lambisconería. También conmueve, y hasta el alma, el heroísmo de la pequeña isla que abre sus puertos al barco de los apestados no solo para que tengan donde quedarse sino para brindarles atención médica. Bofetada con guante blanco nos dan a todos.
Por otro lado, me entretengo en ver la serie narrada por Oliver Stone, LA HISTORIA NO CONTADA DE LOS ESTADOS UNIDOS, y eso también me llena de sentimientos no diríamos confusos (en realidad son muy claros), pero sí contradictorios, porque veo cómo el país de Mark Twain, de Louise May Alcott, del jazz, de Angela Davis, de Edward Snowden, de Walt Whitman genera, por otro lado, la más asesina y cruel maquinaria guerrerista cuyo único fin es defender a los ricos del planeta… Veo también los retratos de grandes norteamericanos en la política: Franklin Roosevelt, Henry Wallace, el mismo Kennedy, prisionero de la máquina gubernamental o Martin Luther King. Todos mártires de la grandeza de su alma y de su vocación de paz y humanismo.
Mientras el virus alcanza cotas de reproducción exponencial, me pregunto si no será verdad que la tierra es un planeta de castigo o donde las almas o seres que estmos aquí pasamos grandes pruebas. O si será verdad que el príncipe de este mundo (entiéndase lo que se entienda por ‘príncipe’) es el mal en sus formas más crueles: codicia, ambición desmedida, egoísmo.
En la tarde salgo al banco, a reponer -una vez más- la tarjeta de débito que alguien me ha clonado, cosas del capitalismo, y me encuentro con un perrito moribundo en la puerta del supermercado. Triste, tristísimo de muerte porque alguien en quien él confió lo ha abandonado a su suerte ahí, en tiempos del coronavirus.Ya no quiere comer, y solo mueve la cola con gratitud cuando alguien se interesa por él o le hace algún cariño. No puedo traerlo conmigo. Tengo dos rescatados, una regalada y un gato ancianito. Con el corazón roto, regreso a la casa, pensando que esa es quizá la imagen de los pobres de la tierra y de la clase media empobrecida, que confió en los que, tras haberla estafado cuatro veces en las urnas, ahora huyen a las Islas Encantadas para dejarla abandonada a su suerte sin ningún remordimiento.