Con frecuencia se ha escuchado decir que el Ecuador es un país ingobernable. Y sí, puede ser verdad. En Ecuador suceden cosas que, aparentemente, no suceden en ninguna otra parte (como de seguro también ocurre en otros sitios, cada uno con lo suyo).
No estoy de acuerdo con aquella actitud, muy de por estas tierras, y muy extremista, también, que se bambolea entre el orgullo de ser lo mejor que hay: nuestro Himno Nacional es el segundo más lindo del mundo después de La Marsellesa (todos los himnos del mundo lo son), las mujeres manabitas son las más lindas del mundo, el Casco Colonial de Quito es el más grande de Latinoamérica… y así, esa especie de ansiedad por demostrar que somos los mejores en algo precisamente para esconder que mucho nos tememos ser los peores… y por otro lado el típico chiste de «Un peruano, un colombiano y un ecuatoriano…» en donde es siempre el ecuatoriano quien la riega y provoca las risotadas al final.
En estos días en donde los países que van superando el primer embate de la crisis sanitaria lo han hecho a partir de una gran disciplina y un respeto absoluto a la autoridad competente, en el Ecuador, y concretamente en su puerto principal, las cifras en rojo se han disparado y los comentarios que van desde quien se dice Presidente de la República (desaparecido o en la clandestinidad por voluntad propia, por cierto) hasta la gente más común y corriente se refieren a la indisciplina y la falta de obediencia de la gente en algo que parecería tan sencillo como quedarse en casa.
Se le acusa, sobre todo a la población de escasos recursos, de empecinarse en salir y así multiplicar a nivel exponencial el avance de la enfermedad. Quienes lo hacen, casi siempre gente de clase media o alta, olvidan unos sencillos detalles que tal vez deberían ser tomados en cuenta antes de las censuras acres y violentas: cuando un sueldo te llega todos los meses, vayas o no vayas, hagas lo que hagas, te puedes quedar tranquilamente en casa y tu subsistencia no sufrirá mayor merma; pero cuando tu subsistencia depende de lo que haces en el día a día para ganarte la vida, el ‘quédate en casa’ ya no es tan sencillo. Peor si tienes gente que depende de tu manutención. Sin embargo, también hay gente recursiva, que reinventa sus trabajos, y eso se debería reconocer, aunque no sean todos.
Algunas de las más neurálgicas características de nuestra personalidad son ciertas creencias muy nocivas, a saber:
* Ser leal es encubrir: creo que en este caso no hacen falta comentarios. Solamente la reflexión de que pesa más la filiación o la conciencia de clase (sobre todo en las clases altas) que la corrección ética o moral.
* El inmediatismo: no sé qué hechos o circunstancias de nuestra historia nos condujeron a la actitud del cortoplacismo más absolutamente absurdo. Nada merece que se espere cinco minutos por un beneficio mayor cuando puedo obtener un maltrecho beneficio a medias pero ya, en este instante. Y la hija más espuria de esta actitud es la famosa ‘viveza criolla’. Si podemos obtener cualquier cosa por palanqueo, tráfico de influencias o coima, por ahí nos vamos. ¿Para qué vamos a gastar tiempo y dinero en hacer algo por el camino correcto si por el atajo viene más pronto y con mejores réditos inmediatos? Desde el simple hecho de no soportar hacer una cola, como todo el mundo, y pedirle a la última persona en la fila del banco que nos ‘guarde el puesto’ los tres minutos o menos que tomallenar la papaleta (nadie entiende por qué no llenas la papeleta y haces la cola, o por qué no te llevas la papeleta para llenarla mientras haces cola) hasta las típicas corrupciones del nepotismo y otras peores.
* A mí no me ha de pasar: funciona para todo, desde cruzarte un semáforo en rojo hasta tener relaciones sexuales sin preservativo o salir a la calle sin motivo válido ni mascarilla, en estos días. Solo por esta vecita. Diosito no ha de querer. A todos les puede pasar, menos a mí.
* La falta de previsión: Ya nos ocuparemos de eso, cuando toque. Y cuando toca y estamos con el problema encima lo hacemos ‘medio-medio’: tarde mal y nunca, como dice la misma gente. Con los resultados que hoy por hoy son altamente trágicos.
Contrario a lo que no solo se piensa, sino se afirma muy orondamente, incluso desde las clases social y económicamente deprimidas, no son solamente los pobres y la gente sin educación quienes adolecen de estos problemas. ¿O no fueron los aristócratas de Guayaquil quienes trajeron el virus desde Europa y lo diseminaron en varios eventos masivos? ¿No funciona ahí, casi matemáticamente el ‘a nosotros no nos ha de pasar’?
Pero también hay otros factores, y uno de esos es el más acendrado clasismo de nuestras sociedades. Al igual que un rey de Francia, afirman, para sus adentros: «después de nosotros, el diluvio». Y, por ejemplo, la miembros de las clases pudientes quiteñasdeciden salir a trotar por El Chaquiñán, violando olímpicamente el requerimiento de quedarse en casa, pero no solamente eso: reclamando airadamente que por qué les quitan su único esparcimiento en este tiempo tan horrible. Como si solo para ellos fuera horrible. O con el convencimiento de que solo para ellos no debe ser horrible.
La crisis del coronavirus en Guayaquil y los problemas afines en el resto del Ecuador no se deben solamente a que la gente pobre es ‘malcriada’ (aunque por ahí haya algo de verdad) , también se debe al servilismo de las actuales autoridades, y a la arrogancia y prepotencia de las clases ‘altas’ desde el punto de vista económico y social.
Si bien los unos salen a la calle sin precaución por la necesidad de sobrevivir, o también por la indisciplina y las creencias que se mencionaron más arriba, los otros reclaman un derecho a hacerlo porque son ellos y quieren trotar, no por nada más. Porque se han hecho ricos de tanto trabajar y por eso se lo merecen todo. Esa es la lógica clasista de este país.
Fueron las autoridades quienes, cuando comenzó a anunciarse la crisis, debieron centrarse en la prevención y en las soluciones dejando de lado cualquier otra cosa. Su deber ineludible era establecer las políticas sanitarias necesarias y sus mecanismos de ejecución y control. Son las autoridades las llamadas a educar con el ejemplo y a establecer mecanismos efectivos que no caigan en la tiranía pero sí detengan el quemimportismo y el desconocimiento. Pero ellos siempre están ocupados en otra cosa: en impedir que Correa regrese. Por ellos, si logran impedirlo, el Coronavirus que haga lo que le dé la gana, porque de todos los malcriados variopintos de este país tan pequeño como complicado, ellos son los peores.