Soy de esas personas que desconfían de la existencia histórica real de Jesús de Nazaret. Sé que, desde el punto de vista de la investigación histórica no existe ningún documento fiable ni objeto físico que la demuestre. Y por último, esa no es una discusión en la que me interese enredarme por ahora.
Sin embargo, los arquetipos de su vida y sus enseñanzas se ajustan en mucho a los relatos biográficos de tantos héroes que, al igual que ese bello personaje, se la jugaron por buscar un mundo menos ilógicamente desigual y más justo y equitativo, en donde el objetivo principal fuera la ampliación del nivel de consciencia.
No es casual, por ejemplo, que la sentencia de Rafael Correa y Jorge Glas se haya dado justamente en la Semana Santa de este difícil año. Es muy posible que incluso quienes organizaron el correspondiente sainete lo hayan planificado de intención (de ahí la urgencia de hacerlo a pesar de las prohibiciones de la emergencia sanitaria, que se pasaron por el forro), pues es conocido que quienes pactan con lo oscuro se rigen por una serie de rituales, creencias y supersticiones que siguen el curso de los astros, el significado de los números y el simbolismo de las fechas.
Pero si no lo hicieron a sabiendas, el juego sincrónico sigue siendo tan preciso que a Jung le parecería maravilloso. Pues, al igual que a Jesús, los acusan de cualquier cosa, de lo primero que se les viene a la mente e incluso entre ellos discrepan sobre la naturaleza y características los supuestos delitos que no lo son. Y que tampoco es por lo que se lo quería crucificar.
Al igual que Jesús (léase Giordano Bruno, Miguel Servet, Tupac Amaru, Eloy Alfaro, el Che Guevara, Martin Luther King, Patrice Lumumba o Nelson Mandela) su ‘pecado’ consiste en una búsqueda de mejores condiciones de vida para las mayorías, que perturba la ambición y las ansias de poder tanto de las oligarquías (o mal llamadas ‘élites’ locales) como del Imperio de turno. Su mayor delito siempre va en dos direcciones, a veces de manera desigual: el despertar la amplitud de un mayor nivel de consciencia y la búsqueda de una sociedad más equitativa, con lo cual, de una u otra forma, los que medran de la desigualdad y la superstición verían muy mermado su poder y su campo de acción
Ninguno quiere quedar mal, pero ambos anhelan exterminarlos. Ninguno quiere aparecer como cruel, pero ambos necesitan escarmentar a cualquier otro insensato que vaya a aparecer con el mismo protervo interés. Ninguno quiere aparecer como verdugo, pero ambos lo son, y en el fondo les encanta. Ninguno se atreve a evidenciar al servicio de quién o de qué está, pero todos lo sabemos.
Generalmente, como el Sanedrín de la Historia mal llamada Sagrada, se amparan en los altísimos ‘valores’ de la moralina social y religiosa al uso, en donde la solidaridad y la consecuencia siempre cuentan menos que la ritualidad, la intransigencia y sobre todo la santurronería. Manipulan al grueso de la población con historias de horror repletas de mentiras o verdades a medias, que es peor. Esparcen bulos y relatos sin preocuparse de demostrarlos, y la gente los repite hasta creérselos y terminar, como cuenta la leyenda, clamando en una plaza pública por la crucifixión de su benefactor.
Ya sabíamos que hoy iban a ser sentenciados. La trama perversa de las fuerzas oscuras del Ecuador en contubernio lo había dictaminado así. Igual que la historia original aquí hubo traición, manipulación, mentira, injusticia y escarno inmerecido.
Luego (así ha funcionado la historia) el mismo sistema que los sacrificó fingirá rescatarlos y hasta los endiosará, o los secuestrará para mejorar sus réditos, como hizo el imperio romano con Jesús, Estados Unidos al celebrar cada año el cumpleaños de Martin Luther King, las oligarquías locales con las señeras figuras de Simón Bolívar o Eloy Alfaro, o incluso el mundo ‘moderno’ con Nelson Mandela, erigiéndolo en Presidente de Sudáfrica cuando ya no puede molestar a nadie porque todo ha quedado previamente amarrado.
Aún la vida no me ha demostrado del todo que existe eso que se da en llamar la ‘justicia divina’ o el cumplimiento del karma. La leyenda de Jesús no lo contempla. Pero sí nos presenta, al igual que otros mitos, algo que para los verdugos de todos los sanedrines que en el mundo han sido debe resultar profundamente perturbador: los héroes a quienes ellos exterminan, más temprano que tarde, y de una u otra forma, tienen la mala costumbre de revivir… o de reencarnar.