El presidente de la República, Lenin Moreno, empoderado de un mal ensayado ejercicio histriónico, como si se tratara de una presentación teatral, aprovecha todo escenario para tratar de convencerse y convencernos que los ecuatorianos, durante su aparatosa gestión,  vivimos  una democracia plena y feliz.

Llamaría a risa si estuviéramos en una de esas cansinas presentaciones cómicas de antaño, cuando a Moreno le festejaban los malos chistes, porque le consideraban “buena gente”; pero, frente a la real existencia de una ruptura de derechos y libertades, cosecha enojo y maldiciones porque, el mismo día de su  traición a la voluntad popular  expresada en las urnas, inauguró una democracia de opereta.

Si la democracia, según idearon los griegos, debe ser “el gobierno del pueblo, con el pueblo y para el pueblo”, el gobernante de la impostura le dio un vuelco redondo, hasta convertirlo en “el gobierno de la oligarquía, con la oligarquía y para la oligarquía”, que está haciendo de las suyas con el país y en el país.

Uno de los  destacados activistas de la Ilustración, el filósofo francés Charles Montesquieu,  en su obra “El espíritu de las Leyes”, propone  la organización gubernamental con la división de los clásicos tres poderes: Ejecutivo, Legislativo y Judicial “autónomos e independientes”, a fin de lograr un equilibrio y control entre ellos, evitar el abuso y la concentración de poder, proteger a los ciudadano y lograr un “control social”.

Con el  insano propósito de romper esa autonomía e independencia y burlar  los controles que garantizan un ejercicio pluralista, el aprendiz de dictador con careta de demócrata, lideró una tramposa e inconstitucional consulta – comprando conciencias y rifando el país a un ejército de aventureros y crápulas políticos,  con la complicidad de los poderes reales y  fácticos – que les abrió camino a cooptar los tres poderes del Estado y el Consejo de Participación Ciudadana,  bajo la égida de un viejo militante demócrata cristiano que, de sus maldades e ilegalidades, estará rindiendo cuentas en el averno.             

“Todo estaría perdido cuando el mismo hombre ejerza esos tres poderes”, afirma sabiamente Montesquieu, sin imaginarse  que su vaticinio se cumpliera,  a lo largo del tiempo, en varios países del orbe, así como en el nuestro  y otros latinoamericanos, particularmente, desde el rebrote del ultra conservadurismo,  mentalizado y manipulado desde Estados Unidos, para liquidar gobiernos progresistas entusiasmados con cambiar el viejo orden de cosas.

Desde otra perspectiva, se habla de la existencia de una triada  “económica, política y social”, como eje de un sistema político de libertad, con la premisa de que cada uno de ellos se orientaría al servicio de las mayorías.

En ese orden de cosas, encontramos que el manejo económico, durante el  Morenato,  llevó a una concentración de riqueza en favor de un sector de empresarios históricamente favorecidos por gobiernos plutocráticos, como el actual; mientras ya se habla de 700 mil nuevos pobres y 400 mil nuevos indigentes, sumando la larga lista de desamparados, que hoy mismo, viven angustias de sobrevivencia.

Entretanto, el inefable empresario de empresarios, Richard Martínez, que usurero negaba dinero para resolver urgentes problemas laborales, sanitarios y sociales, se divertía comprando deuda externa con ventajas suculentas para un grupo de tenedores de bonos. Pronto descubriremos, como se descubrió en el régimen de Mahuad, la selecta lista de conocidos  petroleros, banqueros, comerciantes y grandes productores de materias primas con sus nuevas fortunas en paraísos fiscales.

Esbozando su sonrisa  hipócrita a flor de labios, el  traidor defiende los avances sociales supuestamente logrados en el Gobierno de Todos, que se caracterizó por destruir lo avanzado en la década ganada en educación, salud, vivienda y, sobre todo, revertir una política destinada a incorporar  millones de pobres a niveles de vida dignos.

En su lógica de hombre de pocas luces y abundante inmoralidad, estará feliz de sumar a su trágica administración los miles de muertos producto de la pandemia, en virtud del genocida compromiso neoliberal de destruir el sistema sanitario nacional, tirar a la calle a cientos de profesionales de la salud y desabastecer de insumos médicos a los hospitales.

Y, en el área política, el desprestigio indetenible del Morenato, a causa del desastroso manejo del país, con el desesperado afán de imponer el modelo ultraconservador y autoritario, acudió a  la compra de conciencias y votos estableciendo una extensa y maloliente red de corruptos y corruptores, implantado a modo de quistes cancerosos, bajo la batuta de la Ministra Romo, que al reventarse salpicaron su purulencia en la misma cara de los inmorales autores.  

El abuso del poder deviene en dictadura, en nuestro caso, con careta democrática. A fin de instaurar ese autoritarismo destruyeron la institucionalidad y modelaron un país donde los mandatarios usan el poder para burlar derechos y libertades  y perseguir, judicialmente  con odio visceral, todo indicio de oposición, más si huele a “Correismo”.   

Escuchemos lo que afirma Montesquieu: “No hay libertad si la potestad de juzgar no está separada de la potestad legislativa y de la ejecutiva. Si estuviese  unida  a la potestad legislativa, el poder sobre la vida y la libertad de los ciudadanos sería arbitrario; debido a que el juez sería el legislador. Si se uniera a la potestad ejecutiva, el juez podría tener la fuerza de un opresor”.

La arbitrariedad cometida contra Rafael  Correa y  dirigentes de la Revolución Ciudadana al condenarlos sin pruebas y eliminar su partido de los registros electorales, es la prueba evidente del pánico sobre su posible retorno al poder y otra muestra de la democracia de opereta, puesto  que marginar al movimiento político más grande del país, constituye un fraude anticipado, en favor de los candidatos oficialistas, carentes de respaldo popular.

Si el voto es, como dicen, “la esencia de la democracia” y se le niega esa “esencia” a una  buena parte de los ciudadanos, estamos  frente a un escenario donde “los demócratas” han  cerrado las opciones “democráticas” y obligan a la ciudadanía a tomar el camino de la resistencia consagrada en la Constitución, aunque se deba enfrentar a las llamadas “fuerzas del orden” cuyas formas de acción ya cegaron la vida de 12 ecuatorianos e hirieron a centenares, en octubre pasado, en un crimen de lesa humanidad pendiente ante la justicia.

He aquí la democracia del Morenato que nos lleva a reflexionar sobre la consigna del Libertador Simón Bolívar: “Cuando la tiranía se hace Ley, la rebelión es un derecho”.

Por Editor